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Esta villa medieval podría encabezar infinitos tops turísticos: pueblos con más encanto, bonitos, medievales, visitados, con historia… así que no es de extrañar que los usuarios lo reclamen en este recopilatorio. Su casco histórico está considerado Bien de Interés Turístico Cultural y recorrerlo es toda una delicia. Callejuelas empinadas y estrechas -peatonales en su mayoría-, pasadizos, escalinatas y casas abalconadas nos regalan la vista a cada paso.
Es uno de los grandes tesoros cántabros gracias, en parte, al buen estado de conservación de sus edificios, como la colegiata de Santa Juliana o las torres de Merino y Don Borja. Más allá de su patrimonio, sus calles empedradas, sus casas porticadas y las flores cuidadas que adornan cada balcón, hacen que sea uno de los lugares en los que uno desearía quedarse a vivir (pese a la gran afluencia turística). Su cercanía con las Cuevas de Altamira es otro valor añadido.
Todo amante de la arquitectura debe visitar esta ciudad en la que uno se siente como en un auténtico museo al aire libre gracias a lugares como su Plaza Mayor, la catedral o el castillo. A la valía monumental, se suma el encanto de tomar al aire libre un buen pincho –de farinato, su embutido típico- con una copa de vino en los días soleados. Un consejo: un gran plan aquí es recorrer su muralla, desde donde conseguimos unas vistas increíbles del casco histórico.
No toda la belleza de la Costa Brava está a la orilla del mar. A escasos 10 kilómetros del Mediterráneo, sobre un montículo rodeado de llanuras, se erige esta villa medieval donde nuestra cámara de fotos echará humo. Su casco histórico de estilo gótico sencillamente te enamora a cada paso, cansado por cierto, ya que gran parte de sus calles empedradas son en cuesta. Las vistas desde este pueblo hacen redonda la visita, campos de arrozales y el mar en el horizonte.
Solo por las vistas desde el mirador Balcón de Europa , merece la pena visitar este pueblo malagueño donde las playas y calas hacen las delicias de los amantes del mar. Al margen de su vertiente marina, callejear el centro histórico, con vías estrechas repletas de casas blancas, es un placer para la vista. Y si algo hace excepcional este municipio es su famosa cueva, a cinco minutos del casco urbano, con 2 kilómetros de impresionantes galerías subterráneas.
Una muralla, de más de tres kilómetros y un centenar de torres, rodea esta villa medieval que durante siglos ha ejercido de tierra fronteriza. Recorrer esta muralla es precisamente una de las mejores formas de contemplar el pueblo, repleto de callejuelas, iglesias románicas y fachadas centenarias. Para ver Daroca en todo su esplendor, nada como visitarlo a finales de julio, cuando celebra su espectacular feria medieval.
Como muchos otros pueblos marineros asturianos, Luarca ha crecido alrededor de una cala, con la excepcionalidad de que lo ha hecho en vertical, con sus casas encaramadas en lo alto del acantilado. Sus fachadas blancas asomadas al mar son una auténtica imagen de postal. Además de sus playas y su casco antiguo, divido por el paso del río Negro, el pueblo cuenta con tesoros escondidos como el faro o las casas de indianos de finales del XIX.
No hace falta esperar al verano para visitar Peñíscola porque incluso en invierno sus playas lucen su mejor cara. Su casco antiguo es una pequeña península en si mismo, rodeado por el mar casi por completo. Ya a lo lejos impresiona su perfil, cercado en gran parte por una muralla y coronado, en lo alto de un montículo a más de 60 metros sobre el nivel del mar, por un castillo. La mejor panorámica del lugar se consiguen desde la urbanización Las Atalayas.
Uno de esos lugares que te transportan a la Edad Media en un abrir y cerrar de ojos. Lo mejor para disfrutar Sigüenza es sin rumbo fijo, con un paseo en el que ir descubriendo casi sin querer sus fachadas monumentales -renacentistas y barrocas-, sus calles empedradas y sus edificios religiosos. El castillo, la catedral y la Plaza Mayor forman un trinomio perfecto para enamorar hasta a los viajeros más exigentes. Un consejo: de noche luce todavía más hermosa.
No es de extrañar que el mismo Chopin, que encontró aquí la inspiración para algunas de sus composiciones, describiera Valldemossa como el lugar en el que la naturaleza ha creado todo lo que el poeta y el pintor pueden soñar. Este pueblo, enclavado en la sierra de Tramontana, posee un encantador casco antiguo de calles empedradas y llenas de flores, y edificios de gran valor arquitectónico e histórico como La Cartuja, un antiguo monasterio.
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