Actualizado: 13/03/2018
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La recomendación es comérsela sin sorberla, dejando que la ostra se deslice lentamente, después de cortarla cuidadosamente el pie que la mantiene unida a su caparazón. Un fundido con el mar.
Decía Joël Dupuch, al que algunos consideran el mejor ostricultor del mundo, que comerse una ostra es "como morrearse con el océano". Quizá sea una imagen algo explícita, pero es bastante difícil rebatir que la mejor manera de fundirse con el mar sin necesidad de mojarse los tobillos es degustar una buena ostra.
Tratada como un tesoro (y consumida como tal) por chinos y romanos desde el siglo IV antes de Cristo, y popularizada después por todos los rincones del globo, lo que hace especial este molusco son los tres años (mínimo) que pasa filtrando el agua del mar, antes de acabar en la boca de algún afortunado.
El chef Óscar Manresa recomienda comerla sin sorberla, dejando que se deslice lentamente por el que ha sido su refugio marítimo hasta las fauces del comensal. Para ello, hay que cortar cuidadosamente el pie de la ostra, que la mantiene unida su caparazón. El resto es sencillo: cierre los ojos, active su paladar y disfrute.