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En el extremo sur de Cataluña, el cocinero Albert Guzmán oficia platos y arroces que revisan la tradición marinera de la zona. Su cocina es primorosa, técnica y muy bien medida. En este viaje hipotético yo no me pierdo su ostra al vapor con manzana y jengibre, el xapadillo de anguila con su personal salsa teriyaki ni un arroz caldoso de bogavante. Al terminar cruzo la terraza y me tiro de cabeza al agua de la proverbialmente llamada Playa de las Delícias. Atención a la carta de vinos, tiene verdaderas joyitas.
Unos kilómetros más al norte, me detengo en la playa de Sant Salvador de El Vendrell. Ahí me espera una mesa en la tarima que el 'Casinet' tiene sobre la arena de la playa –habría reservado la ubicación expresamente–. Pido un arroz seco, los tocan muy bien, y lo como disfrutando del ambiente desenfadado y popular, de la sensación de estar, como quien dice, sobre el mar, rodeado de una larga y ancha lengua de arena. Sí, termino en el agua, eso será una constante en mi viaje.
Sigo rumbo a Barcelona y me detengo en 'La Daurada', un beach club con excepcionales vistas sobre el puerto de Vilanova y la doradísima puesta de sol. Cae una Margarita, un pulpo y unas gambas rojas a la brasa, unos mejillones a la marinera y algún capricho más de esa carta dibujada con intenciones contemporáneas, fácil y resultona, que a uno le deja con ganas de bailar en su terraza o de tirarse de cabeza al agua nocturna.
Es imposible continuar la ruta sin detenerme en Sitges. El pueblo es precioso; sus playas, de ensueño y, encima, ahí está 'La Zorra'. ¿Qué más se le puede pedir a un restaurante? Tiene una de las mejores terrazas a este lado del Llobregat, una cuidada carta de vinos eco, naturales y biodinámicos y una carta sólida centrada en arroces tan imaginativos como su clásico de sepia, butifarra negra, manzana y burrata o el iconoclasta de calamares, zamburiñas y salmorejo. Sí, zorra es el palíndromo de arroz, y es que aquí le dan la vuelta a la gramínea.
La última parada antes de llegar a Barcelona será el 'Kauai', un chiringuito paradisíaco a la sombra de una frondosa pineda que desemboca en la arena de la playa. Tiene buenas tapitas, manejan la brasa con maestría y cocinan arroces de calidad. Francamente, todo esta bueno, tiene el sello y garantía de Óscar Manresa, que tanto maneja grandes restaurantes como exclusivas chef’s tables. Es un lugar para disfrutar de buen producto y de pocas pretensiones culinarias.
'Els Pescadors' (Recomendado Guía Repsol) es fiel a una cocina que se ha convertido en tradicional, pero que es heredera del 'Motel Empordà' (1 Sol Guía Repsol) y su discreta adopción de la Nouvelle Cuisine. 'Els Pescadors' es producto de mercado –con especial atención al pescado, rabiosamente fresco–, cocina sin sobresaltos y un servicio elegante, casi nostálgico. Ocurre que el enclave también es perfecto. Comer en esa terraza, en una de las plazas más bonitas de Barcelona, cuya arquitectura recuerda la de los pueblos de la costa, y bajo los enormes ficus es el sueño de cualquier epicúreo.
Cruzado el ecuador de mi road movie, vuelvo a pisar playa. 'L’ Estupendu' es un chiringuito encantador, situado en primera línea de mar, que rinde homenaje a la cocina marinera. El suquet de bacalao con patatas es un guiso que los pescadores preparaban en sus barcas y que ahora se sirve en tierra firme. Efectivamente, lo pido, y también un plato de mejillones a la brasa. Luego la playa de Badalona, con el magnífico Pont del Petroli a la izquierda, me abrazará. Sí, haré la siesta en la arena.
No está junto al mar. Bueno, no está pegado al mar. Pero tiene una terraza magnífica y está situado en lo alto de Alella, así que el camino a la playa es cuesta abajo. La cocina de 'Els Garrofers' devociona el Kilómetro Cero y la Slow Food. Y también los vinos naturales y, en especial, los de la D.O. Alella, en la que se encuentra el restaurante. El rape con carbonara de jamón ibérico y espárragos parece imposible, pero es un acierto; los dumplings a la catalana son un vicio, el steak tartar es sobresaliente y ojo porque tienen los vinos de Alta Alella –magníficos espumosos– y de Oriol Artigas, un viticultor de culto. Al terminar con el postre, dejo que la brisa –que en El Maresme sopla por la tarde en dirección al mar– guíe mis pasos.
Lo más complicado es encontrar aparcamiento. El resto, si uno ha reservado, es dejarse llevar. La de 'Toc al Mar' (Recomendado Guía Repsol) es, probablemente, mi terraza favorita a este lado del Besós. Se encuentra sobre la cala de Aigua Blava y se come lo que se ve, la Costa Brava. Los pescados, comprados a barcas seleccionadas, complacerían a Neptuno, y los arroces, terminados a la leña son para no dejar grano.
L’ Escala es un pequeño pueblo con sabor marinero desde el que se puede llegar andando a los restos arqueológicos de un asentamiento griego dedicado a Esculapio. Pero mi medicina no estará en la ciencia farmacéutica, sino en la enológica. Me surtirá 'Vinilo Wine Bar', copado de referencias de bodegas indie con las que es difícil no sorprenderse. La cocina, fresca, basada en producto honesto y de cercanía, cumple por encima de las expectativas, y el ambiente informal invita a dejarse llevar por la locura que impregna estas tierras ampurdanesas, locura falsamente achacada a la Tramontana.
Cuando Pere Planagumà dejó 'Les Cols' (3 Soles Guía Repsol), cambió los volcanes de La Garrotxa por los envites de las olas en la bahía de Roses. En 'Rom' (Recomendado Guía Repsol), el cocinero homenajea al Mare Nostrum en forma de buñuelos de bacalao –aéreos– y a la tradición del Mar y Montaña –tan característica de la zona– con el arroz de pollo y langosta. El suquet es antológico y el rodaballo –rom, en catalán– da nombre al restaurante, así que resulta casi obligatorio pedir una pieza cocinada al horno.
Esto no podía acabar si un cóctel. En Cadaqués, el 'Bar Boia' es una visita inevitable. Aquí oficia Manel Vehí, uno de los mejores bartenders del país. Al atardecer, frente a la bahía, uno se da cuenta de por qué Cadaqués es un sitio mágico. Y en cuanto al bar, si ha sido digno de Dalí, Maspons, Duchamp o García Márquez, seguro que los es para terminar mi viaje.
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