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hotel Voramar de Benicasim (Castellón)

Hotel Voramar en Benicàssim (Castellón)

El lugar milagroso de Benicàssim

20/10/2024 –

Actualizado: 18/03/2024

El hotel Voramar es un milagro. Por fuera, visto desde la orilla de la playa de Benicàssim, en Castellón, anchísima para esta parte del Mediterráneo, es un edificio clásico, que grita los casi cien años que tiene. Pero por dentro, sus tripas son jovencísimas y están en plena forma. Las terrazas de cada habitación son un lugar del que no quieres salir.
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El Voramar tiene una novela, León de ojos verdes (Alfaguara, 2008), de Manuel Vicent, una larga y reputada historia labrada desde que se levantó en 1929 como una casa de baños y un café-restaurante hasta hoy, donde sigue siendo uno de esos lugares incontestables de esta parte del Mediterráneo. Un lugar perfecto en este recoveco de tierra que forma una bahía.

Terraza de una habitación del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
Las terrazas de las habitaciones dan a la playa o la montaña.

Se levanta solitario en esta esquina de la playa de las Villas de Benicàssim, tiene una buena restauración, con dos posibilidades (uno de ellos recomendado por esta Guía), unas habitaciones luminosas, amplias y muy muy acogedoras. Para los que somos de esta Comunitat Valenciana, el Voramar es el lugar al que siempre aspiramos cuando deseamos pasar un tiempo importante, tranquilo, un lugar que visitamos siempre que podemos: mi tiempo favorito es este, poco antes de primavera o ya entrados en ella, cuando aún puedes estar al sol, cuando no hace falta bañarse si no quieres, cuando no hay demasiada gente, y las siete de la tarde es una hora perfecta para pasear por la playa larguísima. Porque pocos placeres similares a un baño de sol en mayo, con esta extensión de arena a tus pies, con este clima templado. Lo descubrí hace un montón de años. También es un lugar que recomendamos a todos los amigos que vienen de fuera, porque sabemos que es una apuesta segura. Es imposible salir descontento de este hotel.

Salón de unas de las habitaciones del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
Las estancias cuentan con un pequeño salón, ideal para la lectura o el relax.

Ha sido durante décadas, casi desde su puesta en marcha como balneario por el empresario Juan Pallarés, un hotel de referencia, “un epicentro turístico antes incluso de que el concepto turístico existiera”, tal y como dijo su dueño, Rafa Pallarés, un tipo excepcional que falleció hace tres años, y que ha dejado un legado imborrable entre los suyos. Primero fue para unos pocos, luego para el turismo de masas de los años 60. También resistió los envites de la historia (refugio de brigadistas internacionales y de combatientes del bando nacional durante la Guerra Civil; residencia de Auxilio Social y de la Sección Femenina en la posguerra) y a lo largo de todos los años, un lugar al que volver siempre.

Bien comunicado, ubicado de manera majestuosa sin nada que le tape las vistas, sin nada que lo afee, sin ningún entorno ruidoso visual o auditivamente, el Voramar es perfecto para relajarse, para recuperar el sosiego, para creer que el mundo puede ser menos tumultuoso. Y todo eso sin elitismo alguno, sin lujos, sin estridencias: es un lugar asequible, un lugar que ha sido reconocido como “emblemático de la historia y la cultura valenciana del siglo XX". Todo aquel que llega a Benicàssim quiere hospedarse aquí. Les pasó a pensadores como Ignacio Ramonet o Zygmunt Bauman, que visitaron la villa unos años atrás gracias al Foro Social del festival Rototom Sunsplash, por ejemplo. Les pasó hace mucho más tiempo a escritores como Miguel Hernández, John Dos Passos, André Malraux o Antonio Buero Vallejo.

Exterior de la Terreza Voramar en el hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
Un hotel a pie de playa.

“Transmutar la responsabilidad en placer”

Escribo este artículo desde la terraza de mi habitación, una de esas famosas y celebradísimas terrazas de cualquiera de sus estancias. He venido a Benicàssim a dar una charla audiovisual, una actividad organizada por la concejalía de Cultura del Ayuntamiento, y este hospedaje es como un premio, un plus, y una se siente casi Dorothy Parker cuando ve el set que se ha montado frente al mar abierto. Entiendo desde aquí todo aquello que dejó dicho, y escrito, antes de morir de manera sorpresiva, Pallarés, el dueño y gerente, descendiente de esa larga y comprometida saga de propietarios, en 2018, cuando el hotel iba a cumplir 90 años y él llevaba unos 20 años regentándolo. “Heredar un hotel, su gestión, un hotel familiar tan arraigado en el imaginario mediterráneo, repleto de la intrahistoria de una genealogía continuista, me supuso en su momento, hace ya más de dos décadas, una descarga de incertidumbre que puso a prueba mi capacidad para transmutar la responsabilidad en placer”, aseguraba entonces.

Baño de una habitación del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
La decoración sencilla le da un ambiente acogedor a las suites.

Quizá una de las claves de que este hotel sea especial es precisamente esa, que sus responsables se lo tomaban siempre como algo personal, como algo más complejo, más poético, más sencillo que un mero negocio hostelero, que la condición de gestor se unía a la de “admirador, amante, amigo, cuidador, nodriza, maquillador, script y centinela de un Voramar que forma y formará parte indisoluble de mi vida hasta el extremo de que no podría, no sabría delimitar dónde terminan los contornos de uno y dónde comienzan los entresijos de la otra”, escribió el bisnieto de la familia Pallarés.

Fachada principal del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
El hotel Voramar, en la playa de las Villas de Benicàssim.

El nexo emocional de todos los dueños ha sido fundamental para que este enclave, con “hechuras de leyenda”, no sea sólo una simple arquitectura, un simple lugar donde hospedarse una noche. “La velocidad de los tiempos no permite siquiera que los hoteles de dinastía descansen en la comodidad de la propia historia”, advertía Rafa, que tuvo además una pronta preocupación por el medio ambiente, “fiel a mi vocación de sapiens”, decía. Fue uno de los encargados de que el establecimiento se perciba como un lugar moderno y de dotarlo, como pretendía, de una “continuidad tranquila, mansa, sostenida, conservando el clasicismo de su silueta, pero rejuveneciendo sus órganos vitales para dotarlos del vigor de una eterna adolescencia”. Quiso, decía, que el Voramar fuera un hotel sostenible, un paraje referencial, comprometido con el planeta, “acogedor tanto para el primerizo como el habitual”. Y una, desde aquí, mirando al frente, desde este vértice privilegiado, tiene la certeza de que lo consiguió.

La “pureza del Voramar”, he leído en algún sitio. Y efectivamente, eso es lo que parece, un lugar puro. Una no puede resistirse a tumbarse en una de las hamacas suspendidas en lo alto, que tiene instalada cada terraza. Cuando desde la playa miras al hotel, si acaso no estás hospedado, si eres solo un bañista, piensas inmediatamente: quiero sestear, leer, mirar al cielo ahí, ya mismo. Y agradeces al fundador, a Juan Pallarés Picón, que en 1910 llegó desde el Delta del Ebre, a Benicàssim y decidió veranear y luego emprender esta historia: se juntaron varios amigos con la intención de montar un restaurante, pero al final sólo quedó Juan.

Cama de una habitación del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
El hotel se puso en marcha en 1929 como casa de baños.

Hoy alberga habitaciones, algunas adaptadas, otras familiares, todas con vistas (mar o montaña), suites, celebraciones especiales, eventos empresariales o la posibilidad de disfrutar de una iniciativa, El arte de vivir Voramar, que es una colección “de experiencias hechas a medida, únicas y personalizables, llenas de arte y amor para regalar y disfrutar en compañía”, tal y como publicitan. Por ejemplo, una que me encanta: desayunar de fábula, en su soleado restaurante, aunque no estés alojado, por 28 euros. También alquiler de bicis sin cargo, hamacas para llevarte a la playa, etc.

El Voramar y alrededores. Caminar y comer

Aprovecho mi estancia, además de para escribir, inspirada por el lugar, para ultimar trabajos que he de entregar en breve, y tras varias horas tecleando, y creyéndome, como decía, una escritora solitaria y dedicada solo a la literatura, decido hacer un descanso. Atardece y salgo del hotel, que tiene una escalinata que da directa a la playa Voramar, y una balaustrada para mirar y ensimismarte. Me siento ahí, en una de sus rincones recoletos y me pido un té antes de adentrarme en el paseo de las famosas y preciosas villas con jardín, uno de los más pintureros, más hermosos, más románticos y más bucólicos de esta parte del Mediterráneo. Sin bullicio, sin rascacielos, sin feísmo de ningún tipo. Detrás queda el hotel y a la derecha, solo mar. Esa franja costera, con el Voramar por bandera sirve para imaginar cómo habría podido ser la costa mediterránea si alguien hubiera tratado con mimo la arquitectura, el urbanismo. Lo que podría haber sido y no fue.

Terraza del Voramar del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
Tanto la 'Terraza Voramar' como el restaurante 'Amar' están disponibles para clientes y no clientes.

Paro todo el tiempo a mirar esas 52 villas, como Villa Amparo o Villa Victoria, de estilo colonial, de porches elegantes y amplísimos, con balaustradas, con miradores en la planta alta, con colores, con ventanales, con jardines primorosos. El paseo sigue por la playa Almadraba, por la villa Elisa, por la villa Paquita, una de las más antiguas. Cuentan que la habitó durante un tiempo Cartier Bresson.

Hay otro destino interesante desde aquí, si uno decide dejar los baños de sol, es el Desert de les Palmes, que está a 20 minutos en coche, o a una hora en bici, y a dos horas caminando, caso de que uno sea aficionado al senderismo. Declarado Parque Natural desde 1989, tiene un pico, el Bartolo, a 729 metros de altitud, desde donde se tienen las mejores vistas de esta parte del litoral. También se puede visitar el pueblo, que conserva cierto encanto, insólito en estas localidades de la costa valenciana.

hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
El 'AMAR' es un restaurante Recomendado Guía Repsol.

Tras el paseo por la playa, por el pueblo, por las villas o tras la incursión senderística, sea de mañana o de tarde, uno puede regresar a comer o a cenar a la 'Terraza Voramar', en la parte de abajo del hotel, sobre la misma arena, que se abre entera en una gran explanada. Allí la carta es más informal, con bocadillos, ensaladas, tapas, frituras del pescado de lonja, etc. Eso sí, no se puede reservar mesas, de ahí las colas que se forman durante casi todo el año para poder tomar asiento y disfrutar de las vistas. Es tremendamente apetecible, por cierto, para ir con niños, por la amplitud, por la tranquilidad, por la ubicación, incluso por las hamburguesas que se ofrecen.

Platos del restaurante 'Terraza' hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
La torrija es uno de los platos estrella de 'Terraza Voramar'.

La otra opción es el restaurante en la parte de arriba del hotel, el 'AMAR' (Recomendado Guía Repsol), con sus ventanales inmensos que dan al mar y donde también se sirven los desayunos. Madera, fibra, huertos propios que suministran los ingredientes del menú. “Cocina de compromiso con el Mediterráneo”, han titulado la carta que se ofrece. Productos locales, de las huertas propias, como decía, animales con vidas dignas y proveedores con principios, son las cuatro máximas que señalan en 'AMAR', que tiene diferentes modelos de menú: el Amar, de fin de semana y festivos, el Bajamar, de diario, y el de Alojados, que ha sido el que yo he tomado en esta ocasión y que solo puedo recomendar muchísimo: comí boquerones en adobo casero, lomo de bacalao con cremoso de cebolla rustida, y de postre un flan cremoso con helado de nata y espuma de crema catalana. Muy apetecibles sus arroces DOP Arroz de Valencia Tartana.

Terraza de una de las habitaciones del hotel Voramar de Benicasim (Castellón)
Frente a la playa de las Villas, sin nada que tape las vistas.

Benicàssim es una de las playas de la costa mediterránea, de la Comunidad Valenciana, que aún conservan cierta pureza, que no han sido salvajemente colonizadas y con lugares aún un tanto incólumes, como el Voramar, como las villas que atraviesan el paseo, algunas de ellas reconvertidas en lugares culturales, como Villa Ana, donde cada verano tienen lugar tertulias literarias con personajes de diferentes disciplinas que, en la terraza de la casa señorial, cuentan ante un aforo repleto (siempre se agotan las entradas en poco tiempo) sus libros preferidos, sus gustos novelescos. A pocos metros, además, espera el Voramar y su silencio.

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