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A la entrada del 'Parador de Trujillo', el antiguo Convento de las franciscanas de Santa Clara, un patio interior devuelve el sosiego con el chorro cantarín de una fuente a todo aquel que venga alterado por el ruido de la calle. La visión de un campanario se suma a la quietud del entorno y para cuando uno entra en recepción la sensación de estar en un lugar para el recogimiento y el reposo ya se ha completado. Aunque es probable que influya en estas sensaciones que es domingo y los turistas del fin de semana –todo el que pasa por Trujillo viene a conocer el parador– ya se han marchado. Sea lo que sea, las plegarias tantas veces realizadas para acabar con la penitencia del estrés son escuchadas en estos corredores de siglos pasados.
Las monjas, que aún viven enfrente, se mudaron a principios de los años 80. Desde su nueva ubicación, estuvieron haciendo pasteles hasta hace unos años cuando el cansancio y la edad las obligaron a jubilarse. Se echa de menos en las calles aledañas el olor de sus dulces, que impregnaba buena parte del barrio. Entonces, llevarles huevos para evitar la lluvia en las bodas parecía más una excusa para seguir animándolas a cocinar que una tradición de novias nerviosas. Desde 1984, exactamente, se abrió como alojamiento el convento, que se reformó para ampliar la oferta habitacional con unas 50 habitaciones. "Tenemos muy buena relación con las monjitas. Cuando necesitan algo nosotros estamos aquí para ayudarlas con lo que haga falta", sonríe el director de los paradores de Trujillo y Cáceres, José Menguiano, mientras relata cómo surgió todo.
Caminando por el recinto, lo primero que se encuentra uno es el claustro renacentista, un viaje lleno de luz a otros siglos. Ahora se trata de una terraza excelente para tomarse algo en sus mesas rodeada de árboles frutales mientras se observa el pozo que aún se conserva en perfecto estado en un lateral del patio. Los fines de semanas se llena, pero el resto del tiempo los escasos clientes respetan el ambiente eclesiástico que impide elevar la voz, como si fragmentar ese silencio fuera la mayor blasfemia contra el prójimo que se bebe tranquilamente un gin-tonic al lado.
Los suelos, que respetan en muchos tramos la piedra original, conducen a través de gruesas y cuidadas alfombras hasta las puertas bajas de madera que dan, sin embargo, a habitaciones nuevas y espaciosas donde los altos techos con las vigas vistas evocan ligeramente su uso conventual inicial. El tejido de la colcha o el sillón, junto a los tapices, devuelven ese cariz hogareño al cuarto para dar el recibimiento cálido que permite el buen descanso. Un vestidor y un baño grande terminan por consagrar la habitación e inducirlo a uno, si se deja llevar, a rendirse ante el pecado capital de la pereza.
Para cuando el apetito acecha, José Menguiano asegura que se está haciendo un esfuerzo especial con la gastronomía de la casa. Uno de los responsables de cocina, Ángel Sánchez, del cercano pueblo de Madroñera, prepara un menú especial para aquellos que deseen comerse Extremadura a bocados, todo maridado con vinos de la comunidad, para mantener el hilo conductor de lo local. "He intentado mantener la tradición en el plato", explica Ángel. Solo en este espacio se permite la comisión de gula, que aquí es perdonada cuando llegan las albóndigas ecológicas de cordero o el cochinillo asado tradicional.
Si se opta por dar un paseo después de comer, Trujillo aguarda con esa paciencia que le ha dado el paso del tiempo. Si por el contrario, deseamos permanecer en el parador hay una buena opción. El convento dispone de un segundo claustro, más nuevo que el anterior, alejado del trasiego que tiene el principal –especialmente sábados y domingos–, y protegido al estar rodeado de habitaciones a las que solo tienen acceso los clientes. "Conserva esa magia, ese momento de paz. El parador se puede llenar de turistas y siempre nos queda el rincón al que puedes escaparte para tomar el sol o leer", asegura el director. Eso marca la gran diferencia: es un escondite para huir de la ciudad y sumergirse en la buena compañía de la soledad cuando se la procura voluntariamente. Un libro podría ser un buen compañero en los bancos que llenan este espacio rodeado de plantas, pero también el silencio y la disposición de tiempo para no hacer absolutamente nada.
En una de sus galerías se ha adecuado un pequeño espacio para que jueguen los niños, que incluye desde una tienda de campaña hasta una pizarra para colorear pasando por todo tipo de juegos de mesa. Cuando la lluvia o el sol inclemente impidan salir a recorrer las calles trujillanas, puede ser un lugar propicio para tener entretenidos a los más pequeños sin tener que encerrarlos en la habitación. Aunque muy cerca de aquí, una planta más abajo, se encuentra el verdadero santuario del parador y que se abre en la temporada de verano: la piscina. Créeme cuando leas, que de verdad se agradece combatir con esta ayuda las altas temperaturas de la localidad cacereña a determinadas horas.
Entre el silencio imperante, los corredores se abren a múltiples salas para relajarse, leer o ver la tele. Pero, entre sus tesoros ocultos destaca una iglesia que se utiliza solo para eventos especiales. Dejando atrás el comedor habilitado para los desayunos y atravesando parte de la que fue zona de clausura de las monjas, se encuentra esta capilla. Gracias a alguna pintura, uno se imagina a las religiosas sentadas en el claustro atendiendo sus labores.
La serenidad que embellece este lugar no se pierde ni en la heterogeneidad del desayuno, donde la variedad podría llevar por el mal camino incluso al más santo. Aseguran aquí que tienes de todo para hacer un desayuno 10, aunque avisamos, si no te atreves, te puedes quedar en uno de 5 y hacerlo igual de bien. Embutidos, lácteos, frutas, zumos, pasteles… El límite está en el apetito del cliente.
Antes de abandonar el alojamiento nos despedimos de la luz que brota de los claustros desde la primera hasta la última planta, de la atención de los trabajadores amables siempre disponibles y del frescor que garantizan sus piedras protectoras en los calurosos veranos. Paradores conserve una larga vida en Trujillo.
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