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Bajo tus pies, roca, musgo y hierba baja. Al frente, la inmensidad del mar. A los lados, más mar, y el dibujo ondulante de una costa que termina de pronto en vertical. A tu espalda, bosques verdes. En la cara, el viento que te recuerda que estás en Galicia y que aquí, ante ti, el mar Cantábrico y el océano Atlántico se dan la mano. En verano hasta distingues su encuentro, al parecer. Cosas de las corrientes.
Estamos en la punta de Estaca de Bares, a escasos metros de los acantilados, donde se encuentra un pequeño hotel que en su día fue un semáforo, literal, para los barcos que atravesaban la zona. Tenía un mástil de barco plantado delante y de él colgaban las banderas para hablar con los marinos. Hoy, la habitación de las banderas, redonda y flanqueada de ventanales –imagina las vistas- se ha convertido en suite.
“Lindamos al norte con Inglaterra, mar mediante”, nos dice, con una sonrisilla, Xabier Pardo, un coruñés afincado en esta comarca, situada en otro límite, el de las provincias de A Coruña y Lugo. Xabier abandonó un trabajo en 'Paradores' y se mudó a esta zona de acantilados, bendecida por unos paisajes para liberar vista y mente, viento mediante. Su objetivo, el reformado hotel 'Semáforo de Bares', cuya gestión sacó a concurso el Ayuntamiento . “Me avisó mi padre, me vine, presentamos el proyecto (con su socia Dolores García) y ganamos”. Corría el año 2002.
Hoy, 16 años más tarde, casi puede considerarse uno más de esta región de “aventados”, como los llama cariñosamente desde la barra del bar del 'Semáforo'. Neura, Toñito y su hija Helena, que se han pasado a tomar un café en esta tarde entre tormentas, con el sol asomando entre los nubarrones, se sonríen también. Aquí el viento es un vecino más.
Amén de los turistas, se acerca mucha gente de la zona a tomar algo y en verano, la terraza de piedra que rodea el edificio principal, donde está el bar y dos de las cinco habitaciones del establecimiento, se abarrota. “Se ha puesto de moda venir a ver la puesta de sol”, nos dice Xabier. Tal es la afluencia que incluso ha creado una zona de chill-out en el césped, con mesitas y tumbonas, para los clientes del hotel.
Para llegar al Semáforo de Bares tienes que dejar atrás la civilización. Pasar As Pontes y su central térmica –hola, Springfield–, atravesar un bosque de cuento plagado de molinos –eólicos– y seguir, todo para arriba. El faro de Estaca de Bares está en la punta y, al otro lado del cabo, dejando atrás a Vila de Bares (arriba) y Porto de Bares (abajo, al borde del mar), está el hotel.
Este sitio, que hoy ofrece calma, vistas y naturaleza a sus visitantes, fue en sus días de Marina hogar de un brigada, un cabo y dos o tres marineros. Algunos afortunados hasta podían hacer la mili aquí. Después, hará unos 50 o 60 años, nos cuenta Toñito desde la barra, quedó abandonado.
“Los niños veíamos a comer las tortillas, una vez al año nos colábamos dentro y jugábamos a ver quien subía más alto (del mástil)”, nos dice mientras los vecinos apuran sus cafés y empiezan a desentrañar historias de la época, como la del submarino alemán hundido y rescatado en sus costas o la base americana que durante 30 años abrió una puerta de modernidad a los ojos a la gente de este pueblo, perdido en el norte de España.
Eran unos 20 estadounidenses de una estación de comunicaciones, Loran, que tenían televisión, coca cola, pelotas de béisbol –“jugábamos al futbol con ellas, no sabíamos qué otra cosa hacer”- y hasta "gente de color". Se celebraban incluso fiestas del 4 de julio y había un póster de Rachel Wells ligera de ropa. Otro mundo, que hoy se atraviesa abandonado entre ruinas y graffitis para quien quiera merodear.
Si sigues la ruta, más arriba, en la montaña frente al hotel, es buena idea subirse hasta “la garita”, como se conoce, que no es otra cosa que una estación de vigilancia puesta por Carlos III para prevenir la llegada de piratas y otros personajes mal recibidos. En este caso, en lugar de banderas, el método de comunicación era el fuego. Las vistas, desde lo alto y de 360 grados, son de impresión.
Hasta esta zona, nos cuenta Xabier, además de amantes de las puestas de sol, vienen turistas nacionales que huyen de las masificaciones y buscan temperaturas algo más moderadas. Del sur de Galicia, por ejemplo, o del sur de España y cada vez más extranjeros. Muchos repiten, nos confiesa. Los dos pequeños edificios que componen el hotel, el antiguo semáforo y lo que eran las cuadras, hoy restauradas y reconvertidas en tres habitaciones, también alojan a una buena cantidad de amantes de las aves.
Estaca de Bares es uno de los puntos de paso de aves migratorias más importante de Europa, con un observatorio cerca del hotel. “Se tiran muchas horas mirando pajarillos”, vuelve a reír Xabier, que se ha pasado la Semana Santa a tope y tiene los siguientes fines de semana muy ocupados también.
El Semáforo ofrece más que nada desconexión, tranquilidad y sonidos bastante aparcados. Ofrece pájaros, dormir bien calentito con el aullar del viento de fondo, como en el cuento de los tres cerditos –sopló y sopló- aunque, menos mal, en este caso el tejado no se levantó. También una zona de naturaleza asalvajada y nada explotada que, para explorarla, desde el hotel, facilitan información detallada: rutas a coche y a pie por pueblos cercanos y, para los amantes de las caminatas, zonas naturales como el río Sor, próximo al 'Semáforo'. “Es el río más limpio de Galicia y prácticamente no hay nadie cuando la gente va, ni siquiera en agosto”, cuenta Xabier.
Y luego están las playas. Una costa repleta de pequeñas calas vírgenes – Vilela, Bares, Esteiro, Caolín… – en las que lo extravagante es que tu toalla linde mínimamente algo con la de tu vecino. Además, el mar aquí, asegura Xabier, amén de teñirse de un precioso verde en verano, cosas de las corrientes de nuevo, está limpio y unos 5 grados por encima del frío habitual de las aguas gallegas.
Un secretito al norte de España que puede que deje de ser tan secretito. El 6 de septiembre, la Vuelta Ciclista a España pone su broche final aquí al lado, en el faro. Xabier, que será hostelero pero no deja de ser gallego, resume en una frase. “Está bien porque se da a conocer. Y está mal porque se va a descubrir esta zona”.
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