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Aunque ya hace tiempo que nos despedimos del verano, parece que no se quiere ir... al menos, no del todo. Así ocurre en el archipiélago balear en general, y en Mallorca en particular, donde el tiempo fresco tarda más en llegar y durante el mes de octubre, a veces también en noviembre, todavía se puede disfrutar de días soleados, a veces incluso de jornadas playeras. Para que el disfrute sea máximo, una selección de seis deliciosos alojamientos que completaran la escapada perfecta de este otoño.
Una joya escondida, que se tarda en descubrir en su totalidad, un paraíso con vegetación tropical y acceso directo a una pequeña cala de aguas transparentes, una película clásica en blanco y negro que, de repente, adquiere vida y se pasa al color. Todo esto y mucho más es el 'Hotel Bon Sol', a las afueras de Palma, en el municipio de Calvia, muy cerca de las idílicas playas de Illetas y Cala Comtesa.
La historia del 'Bon Sol' se remonta a 1953, cuando se convirtió en el primer hotel en abrir en la zona. Por aquel entonces, no había ni siquiera carretera sino un camino de piedras al que los taxistas accedían a regañadientes. Antonio Xamena compró el lugar, en principio, como casa particular ya que le gustaba nadar una hora diaria y encontraba que las aguas de Palma ya no eran tan limpias. Más tarde decidió abrir un hotel para hospedar a amigos y clientes.
El actor Errol Flynn, fan de la isla, se quedaba siempre en el 'Bon Sol' y se hizo gran amigo del dueño y de su mujer, como atestiguan algunas fotos colgadas en los muros. Entonces, el actual propietario, Martín Xamena, era un niño al que Flynn le enseñaba las artes de la esgrima con espadas de juguete.
El esplendor de la Mallorca de aquellos años está presente en este resort, cien por cien instagrameable, con varias piscinas, spa, decoración ecléctica, cala incluida y vegetación exuberante (la familia Xamena es gran amiga de la naturaleza y mantiene en Costa Rica una plantación de 200.000 árboles para contrarrestar la huella de CO2). Las habitaciones, en las que se cuida hasta el más mínimo detalle, poseen preciosas vistas a la bahía de Palma, y cualquier bocado incluido en el menú o en el bufet, es sencillamente delicioso. “Tratamos de dar el máximo de calidad y atención”, cuenta Martín Xamena, “y creo que nuestro mejor valor es la amabilidad del equipo humano, el cariño que mostramos a nuestros clientes”.
Las cenas en el 'Bon Sol' exigen una cierta vestimenta y siempre hay música para amenizar la velada, como en los buenos tiempos. Tras las restricciones de la pandemia regresan las veladas que hicieron famoso este establecimiento, con su edición para el próximo Halloween.
En un mundo globalizado, donde todo tiende a la uniformidad, las raíces y el pasado son elementos a los que asirse para forjar una personalidad propia. Por eso este cinco estrellas, a tiro de piedra de la catedral, buceó en la historia del edificio para definir su estilo. Lo que encontró fue que, en la era pre Internet, en esa misma ubicación se encontraban las oficinas centrales de Iberia, donde la gente acudía a comprar sus billetes de avión.
Esta es la razón por la que la estética de este hotel, con decoración vintage, nos recuerda el interior de los aviones de antes. Un microcosmos de glamour a 35.000 pies de altura, a tono con los selectos pasajeros que, por aquel entonces, podían pagarse el pasaje.
El espacio ha sido creado por el estudio de decoración Roselló-Mascaró y además de ese regusto por el mundo de las líneas aéreas, patente en los uniformes del personal, inspirados en los de las azafatas/os de antaño, posee también una vocación femenina. “Hemos querido hacer un hotel pensado especialmente para mujeres, con toques cálidos”, cuenta su directora, Annemette Sloth. “Tratamos de huir de esa frialdad propia de algunos establecimientos cinco estrellas, que confunden ser servicial con ser distante. Nosotros pretendemos ser cariñosos y hacer que la gente se sienta como en casa”.
Las paredes del hotel están decoradas con fotos en blanco y negro del Paseo del Borne de los años 50 y 60. Las terrazas, con excelentes vistas a la catedral y a los tejados y buhardillas colindantes, son otro de sus atractivos. Y el restaurante, abierto a todos y con un menú del día por 22 €. Los jueves siempre hay eventos, generalmente amenizados por un DJ.
Uno de los placeres de pernoctar en este lugar es levantarse, abrir el balcón que da a la plaza de la Constitución y contemplar el espectáculo. La imponente iglesia de San Bartolomé, con las montañas de fondo, las terrazas que empiezan su jornada y el viejo tranvía que va al Puerto de Sóller y cruza la plaza. Un breve instante que inunda de jolgorio y alegría el lugar, frecuentado por turistas ávidos de alimentar sus retinas.
El edificio del 'Hotel La Vila', como muchos de Sóller, es modernista (s. XIX), un estilo que los sollerenses, aislados del resto de Mallorca por las montañas, importaron de Francia, país con el que comerciaban y al que muchos emigraron para hacer fortuna. El repertorio decorativo se compone de suelos antiguos, azulejos en las paredes, lámparas preciosistas, pinturas y cenefas en los muros o barandillas de hierro forjado e inspiración vegetal.
El comedor interior es delicioso, con su chimenea, azulejos y techos pintados; pero si lo que se busca es una cena romántica, el pequeño jardín, con fuente incluida, actuará como potente afrodisíaco. El restaurante es otro de sus puntos fuertes y está abierto también a comensales no alojados en el establecimiento. La oferta culinaria apuesta por la cocina mediterránea de mercado, con toques italianos, con el risotto de bogavante como plato estrella (hay que probarlo).
En octubre 'La Vila', se suma a las Jornades Gastronòmiques del Bolet (Jornadas Gastronómicas de la Seta), creadas por un grupo de restaurantes de la ciudad y que consisten en incluir platos y menús con este producto de temporada, al que también se le atribuyen propiedades excitantes.
Cada vez más gente relaciona vacaciones y descanso con el interior, la aldea, las cabras, las vacas y los corderos, el olor a hierba y ese silencio que hace tiempo ha dejado de oírse en la ciudad o en la costa.
Personalmente huyo, como del diablo, de los agroturismos de alto standing que pretenden convertir el campo en un rincón de la Quinta Avenida neoyorquina; pero tampoco me gusta dormir sobre una piedra en un lugar frío y húmedo. El perfecto equilibrio entre estos dos extremos puede encontrarse en 'Son Capellot', un pequeño agroturismo ubicado en una antigua y sencilla casa mallorquina, con sus contraventanas verdes y su fachada por la que trepan varias buganvillas, que por primavera visten al edificio de color fucsia.
Con la opción de elegir entre una habitación y un pequeño apartamento; la finca ofrece sol, baños en su piscina de agua salada y sin cloro, siestas a la sombra de los algarrobos o de los olivos, desayunos payeses suculentos, vistas a los corderos y ovejas que crían los dueños y estancias modernas y cómodas.
Además de la tranquilidad e introspección que dan siempre un horizonte amplio, lejano y despejado sobre el que la vista pueda descansar. En caso de que se eche de menos la playa, la de Portocolom está a tan solo 14 km. Aquí no hay que elegir entre campo y mar. Aquí se tienen las dos cosas.
El hilo musical de este cuatro estrellas en el puerto de Pollença es el sonido de niños jugando, melodía evocadora para algunos (entre los que me encuentro) o ruido perturbador para los incondicionales del adults only.
Gracias a Dios, y para descanso de los padres, todavía quedan hoteles que, no solo piensan en los más pequeños, sino que giran en torno a ellos y han sido creados para satisfacer sus fantasías, sueños y hasta disparates asumibles. Al fin de al cabo, “un niño contento es un adulto contento”, como sostiene Marga Fluxà, directora de este paraíso infantil.
Desde la mañana hasta la noche, el hotel ofrece excelentes instalaciones para el juego con dos piscinas de toboganes para diferentes edades, parque infantil, cancha de fútbol o billar holandés (sjoelbak), que hace furor entre los chavales de media Europa. Además, un sinfín de actividades para canalizar esa energía inagotable de los reyes de la casa: water sports, baloncesto, waterpolo, funny games, club dance (donde los niños mueven el esqueleto capitaneados por un animador) y espectáculos nocturnos, con magos y acróbatas.
Los pequeños también pueden disfrutar del asombroso spa (siempre acompañados de sus padres) y estos pueden descansar algunas horas, dejando a sus retoños en las buenas manos de los animadores, que también enseñan a los cosas serias, como reciclar.
La comida también está pensada para estos paladares exigentes; aunque, como cuenta Fluxà, “no queremos ser como esos restaurantes que reservan la pasta y la pizza para los menús infantiles (justo lo más calórico). Nosotros tratamos de dar opciones más saludables, al mismo tiempo que atractivas”. Para Halloween, el establecimiento planea convertirse en un hotel temático del horror: la decoración, las actividades (pinta caras o taller de calabazas), los espectáculos y los platos serán terroríficos.
Monasterios y santuarios se han reconvertido en hospederías que acogen huéspedes a muy buen precio a cambio de tranquilidad, aislamiento y entornos privilegiados.
Poca gente conoce en Mallorca el santuario de Sant Salvador (s. XIV), en lo alto de una montaña, a 500 metros sobre el nivel del mar y formado por una iglesia, un monasterio y un monumento a Cristo Rey. Las vistas desde este último son impresionantes y alcanzan la Sierra de Tramuntana, las de Levante, la planicie central de la isla e, incluso, las penínsulas de Ferrutx y Formentor.
Las celdas del monasterio, donde antes dormían los monjes, son ahora habitaciones sencillas pero acogedoras. Las del ala sur ofrecen un asiento de primera fila al amanecer y, por el lado contrario, se puede asistir al espectáculo de la puesta de sol. Toda la zona está llena de caminos y rutas de senderismo, incluido un vía crucis, que puede verse desde la carretera.
Hay también un comedor, donde se sirven cenas, instalado en el antiguo garaje del monasterio, donde un Seiscientos blanco en perfecto estado, propiedad de los antiguos monjes, preside la sala.
Sant Salvador es el segundo lugar de peregrinación en Mallorca, después del Monasterio del Lluc. En la sala que da acceso a la iglesia hay un pequeño museo con los maillots del seis veces campeón del mundo de ciclismo de pista, Guillem Timoner, natural de Felanitx, que acostumbraba a donar sus camisetas a la Virgen, en agradecimiento a su inestimable colaboración.
Siguen viniendo ciclistas a este lugar, pero a pernoctar en su vuelta a la isla, igual que senderistas o grupos de yoga porque, sin duda, el lugar invita al recogimiento.
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