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Huerto Mateo Arana apertura

‘Huerto de Mateo Arana’ (Cuenca)

Higos, uvas y violetas entre el cielo y la roca

20/10/2024 –

Actualizado: 20/06/2023

Es como una aparición. A mitad de camino de la empinada subida del casco histórico de Cuenca, cuando las piernas del visitante ya flaquean, en un recodo surge una finca con un edificio de dos plantas y un gran jardín en el que el verde del césped, de los árboles y de sus plantas se asoma a la impresionante hoz del río Huécar y al Cerro del Socorro. Estamos en el ‘Huerto de Mateo Arana’, una villa para el descanso y la contemplación entre el cielo y la roca.
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Por cierto, ¿quién es Mateo Arana? Eso es lo primero que preguntan los visitantes al llegar al recinto de la finca. ¿El que construyó la casa? ¿Su propietario? ¿Un prócer de la ciudad? Nada de eso. Mateo Arana es -fue, falleció en 2017- el humilde jardinero que creó y cuidó del huerto durante 40 años. La familia que lo contrató le puso su nombre al lugar en reconocimiento a su dedicación, y la actual propietaria y directora de la villa, Olga Segarra, quiso conservarlo “por respeto a su memoria”. El nieto de Mateo Arana, Diego Castillejo Arana, lo define como una persona “entrañable, independiente, buen conversador y muy conocido entre sus vecinos”.

Huerto de Mateo Arana
La villa destaca por la comodidad de sus estancias y su cuidado jardín, el legado de Mateo Arana. Foto: Huerto de Mateo Arana

Arana era un hombre de pocas letras -aunque algún texto sí dejó escrito- y muchos oficios -peluquero, barrendero, albañil, fabricante de escudos nobiliarios…- que acabó consagrando su amor por la naturaleza al dedicarse a la jardinería. Como recuerda su nieto Diego, “no solo cuidó de la finca que lleva su nombre sino que durante años se ocupó también de las casas de campo de otras conocidas familias conquenses”, como el legendario hocino (huertecillo) del poeta Federico Muelas, uno de los escritores locales de mayor prestigio, una casa hoy en ruinas y que también está situada en la falda de la hoz del Huécar.

Huerto de Mateo Arana
Las cinco habitaciones de 'Huerto de Mateo Arana' destacan por su amplitud. Foto: Huerto de Mateo Arana

Un legado que salta a la vista

El legado de Arana salta a la vista en cuanto se entra a la finca. Parras cuajadas de uvas en agosto y septiembre, rosas, violetas, árboles frutales -una higuera que luce esplendorosa en verano-, árboles de hoja caduca -un tilo formidable-, un castaño de indias… Y una alfombra de césped verde que sirve de reposo para la vista. Sus actuales propietarios, con Olga Segarra a la cabeza, también han hecho importantes aportaciones para adaptar el espacio al uso hotelero, como una piscina de agua salada que en verano refresca al visitante, una zona de carga de baterías de coches eléctricos o un cuidado sistema de iluminación que da sentido visual a la entrada al jardín. El conjunto, que incluye una sencilla fuente de piedra del siglo XVI, ofrece al mismo tiempo sombra y luz, horizonte y refugio.

Huerto Mateo Arana mosaico vegetación
El trabajo del jardinero sigue muy presente en el hotel. Foto: Huerto de Mateo Arana

La casa solo se alquila completa. Cuenta con cinco espaciosas habitaciones, que permiten una ocupación de hasta doce personas, dos baños, una cocina totalmente equipada con desayuno incluido, un salón comedor con chimenea, una terraza cubierta con vistas a la hoz y una zona de aparcamiento. El estilo de decoración es rústico. “Hemos conservado algunos muebles, vigas y ornamentos originales y el resto de las piezas procede de artesanos y anticuarios de Cuenca elegidas personalmente por nosotros”, dice Olga Segarra. Recientemente, el establecimiento ha sido incluido en la red Rusticae, que acoge los alojamientos con más de encanto de España, Francia, Portugal y Latinoamérica.

Huerto de Mateo Arana
La piscina de agua salada es la tabla de salvación de sus clientes durante el verano conquense. Foto: Huerto de Mateo Arana

Una de las cosas que más llama la atención del ‘Huerto de Mateo’ Arana es que está enclavado en medio del dédalo de callejuelas que sube hacia la Plaza Mayor por la vertiente de la hoz del Huécar. No es fácil acceder en coche hasta allí, pero cuando se consigue llegar al portalón de la villa, todo son ventajas. Una vez que se deja el automóvil en el aparcamiento, casi todo lo que ofrece Cuenca está a un paso.

Casas Colgadas Iluminadas de noche

Eran ocho en origen las Casas Colgadas, pero cinco tuvieron que demolerse en 1926. Foto: Alfredo Cáliz

A nuestros pies aparecen vestigios de la antigua muralla de la ciudad, de origen musulmán, en los que está apoyada la propia casa. Puerta con puerta nos encontramos con la antigua iglesia de Santa Cruz, que desde hace algo más de dos años acoge la interesante Colección Roberto Polo de Arte Moderno. Un poco más arriba llegamos a la plaza Ciudad de Ronda, que es el patio trasero de las Casas Colgadas y que da acceso tanto al restaurante ‘Casas Colgadas’ (1 Sol Guía Repsol) como al Museo de Arte Abstracto, una pequeña joya de la museística mundial.

Parador Nacional y hoces del Huécar

La hoz del Huécar, con el antiguo convento de San Pablo, hoy Parador Nacional. Foto: Alfredo Cáliz

A tiro de piedra, a la derecha, está también el puente de San Pablo, un artefacto de hierro que salva la hoz del Huécar y que enlaza el núcleo del casco histórico con el antiguo Convento de San Pablo y hoy Parador. Desde la plaza de Ronda, pero a la izquierda según el sentido de subida, se llega a la Plaza Mayor, donde se levantan la catedral y el ayuntamiento. Y a espaldas de este, por un lateral, se llega a la Torre de Mangana, cuyo reloj marca la cadencia de la ciudad desde el siglo XVI. Todo eso está a no más de 500 metros de distancia, lo cual hace del ‘Huerto de Mateo Arana’ el campo base ideal para explorar a pie el casco antiguo de la ciudad.

Una finca con historia

La finca, por lo demás, tiene su historia. Sin exagerar. Aquí mismo se erigió el Colegio o Estudio de Santa Catalina, fundado en 1517 por el arcediano de Toledo Juan Pérez de Cabrera. El colegio fue precursor del seminario de la ciudad, que posteriormente se trasladó a la plaza de la Merced, junto a la Plaza Mayor. Y desde estos mismos miradores cuentan las crónicas que el rey Felipe IV, tal día como el 12 de junio de 1642, presenció cómodamente una corrida de toros celebrada en el coso del río Huécar, unas decenas de metros más abajo -muy cerca de donde hoy se levanta el Auditorio José Luis Perales- mientras el pueblo llano se agolpaba en la ladera del vecino cerro del Socorro, que está justo enfrente.

Huerto de Mateo Arana
La personalidad histórica de Cuenca se despliega en cada rincón de la finca. Foto: Huerto de Mateo Arana

Casi tres siglos más tarde, en 1930, una obra de reforma permitió descubrir, tras una pared que separaba la casa de la vecina iglesia de Santa Cruz, los cadáveres momificados de cinco adultos y un niño. Las momias fueron entregadas en depósito al cementerio de San Isidro, cerca del barrio del Castillo, donde hoy permanecen.

La historia más reciente de la finca nos lleva a los años 60, cuando Antonio Pérez Sanz, por entonces notario de Cuenca y con posterioridad presidente nacional del Consejo General del Notariado, la adquirió como segunda residencia. Él fue el que contrató a Mateo Arana. En 2019 la compró Olga Segarra, quien la ha habilitado, no sin grandes obstáculos administrativos y sanitarios -con la pandemia de por medio- para usos hoteleros. “Conseguir la licencia”, nos cuenta Olga, “nos llevó 15 meses”. Finalmente, el ‘Huerto de Mateo Arana’ abrió en julio de 2021 y desde entonces se ha convertido en un alojamiento único, por su privilegiada situación y sus instalaciones, en el casco histórico de Cuenca. Mateo Arana estaría orgulloso.

‘HUERTO DE MATEO ARANA’ - Bajada de Santa Catalina, 3. Cuenca. Tel. 699 46 53 32.

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