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RECORRIDO: De Vidiago a Nueva.
29 km por la N-634 y la AS-263.
Arrancar por la mañana con un buen desayuno en la casona indiana 'La Torre', ya sea en la terraza cubierta o en el prado, es un puntazo. Belén se encarga de que el desayuno continental –fruta, cereales, pan, bollos, bizcocho casero y el sobao– calienten el ánimo para la primera excursión.
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A un kilómetro del corazón de Vidiago, en esta N-634 que tanto ofrece en este viaje, se encuentra la sidrería 'l´Hoyu del Agua' y enfrente, el camino que sube el Ídolo de Peña Tú. Este lugar, monumento funerario de no se sabe bien qué cultura, es un chute de espiritualidad. En el paraje en el que está enclavado, desde el que se divisa la sierra de la Borbolla, se adivina –si Eusebio, el guía, te lo explica– el nacimiento de los ríos Cabra y Purón. A veces sopla el gallego y trae con él a las xanas (hadas en Asturias) o El Nuberu (el conductor de nubes y tormentas para los asturianos), que se han encargado de proteger este sitio sagrado durante esos 8.000 años, cuando fue lugar de poder. Ahora es un lugar funerario que está muy vivo.
Al terminar el paseo, no es el kilómetro de subida a pie lo que ha despertado la necesidad de algo caliente en el estómago, es el embrujo inyectado arriba quien dicta la parada en la sidrería 'l´Hoyu', un lugar curioso para asimilar lo que has visto.
También en Vidiago, y solo si la marea está alta o hay temporal, merece la pena desviarse un par de kilómetros desde el mismo 'L´Hoyu del Agua' hasta los bufones de Arenillas. El acceso es complicado, aunque se llega en coche si no te molesta que se manche de barro. Son 3 kilómetros, girando a la izquierda en la 634 en dirección Santander. Hay que cruzar la autovía A-8 por un puente, llegar al cementerio de Vidiago y ahí, ojo, buscar el cartel que indica el camino de los bufones. Insistimos en que el breve paseo solo merece la pena si hay temporal o pleamar.
En el camino quedan lugares como Llanes –villa marinera hermosa y nada perdida–, pero marchar sobre las cuatro ruedas y despacio permite volver atrás si al atardecer se busca jarana o banquete. Los Picos de Europa definitivamente avanzan para arrinconar al mar, que se resiste ofertando playas, cabos e incluso vacas coquetas posando en lo alto de los riscos. En esta carretera uno no se equivoca si procura emborrachar la mirada con más belleza de agua y verde.
Y así, con esa sensación, es necesario hacer una concesión a lo popular en el camino, para entrar en Celorio –turístico– y subir hasta la playa de Torimbia, que es un must. Allí espera al viajero el segundo "ohhhh" de la jornada, con la tropa disputándose la silla de director, colocada en el sitio perfecto para marearse ante la hermosura del paisaje. Entonces uno comprende que José Luis García o Gonzalo Suárez hayan utilizado el lugar para El Abuelo o El Genio Tranquilo.
Recomendar la parada en Niembru es jugar con ventaja. Si, además, la entrada se hace con pleamar, la idea de que estos caminos están hechos para los peregrinos de la belleza alcanza su cénit. Sin desvelar del todo el espectáculo, esa iglesia y ese cementerio, que se adentran en la ría y que en los días claros utilizan el agua como espejo para lucirse, le deja a uno clavado al otro lado de la carretera. Afortunadamente, hay espacio acondicionado para disfrutar del espectáculo.
Sitio cuanto menos curioso. Es un monasterio de propiedad privada, según reza en el cartel de la puerta de la finca, rareza que hace pararse a peregrinos y turistas de todas las nacionalidades. Hoy en ruinas, fue habitado por los benedictinos y destila memorias perdidas, algo que tienen los lugares olvidados que un día fueron hermosos. Sigue siéndolo, porque hay paredes que no pierden belleza, pero la pregunta es por qué está así. No hay peregrino a Santiago que no pose su mirada sobre el lugar. No se sabe nada de su año de edificación, aunque las primeras datas son del siglo XII. Es un románico tardío y se puede visitar previa cita.
Uno se puede permitir el lujo de dar una patada a las guías y saltarse la playa de Gulpiyuri –tan publicitada en los últimos tiempos que se llega en procesión muchos fines de semana y en verano– e incluso dejar la conocida de San Antolín, para "perder" una mañana, una tarde, una vida si quiere quedarse en la de Las Cuevas.
Con el ánimo aún perplejo por San Antolín de Bedón, la llegada a la playa de Cuevas de Mar lo clava a uno en la arena. Si es con marea baja, la mudez del personal en su primera mirada no le impide avanzar con aire de sonámbulo por lo irreal que parece lo que se abre ante los ojos. Si en marea alta es preciosa; en marea baja, avanzando hacia el fondo para observar las sucesivas ventanas al mar excavadas en la arenisca de las rocas, cortan la respiración. El colmo es el baño entre los arcos de esos miradores al Cantábrico en unas aguas cristalinas.
Llegues en invierno o verano, uno se quedaría horas para disfrutar de los cambios que la marea provoca en el lugar. Recovecos para nudistas, altos para amantes del panorama, la alteración de sensibilidades que produce en el espectador asombra. Pasado el primer flash, cuando el ojo se vuelve loco disparando a través de la cámara del móvil, conviene recordar que estos lugares mejor verlos con los ojos que a través del smarthphone.
Un detalle distinto, pero nada despreciable, es su chiringuito. Agradable, hippioso y recomendable, aunque solo abre en julio y agosto, pero demuestra que una decoración sencilla puede ser hasta glamurosa. La dueña es Leticia y la camarera es Marta. Con carta o tapas, no hay menú.
La misma AS-263 te ha transbordado a la AS-340 mientras te perdías con tantos asombros. Nueva es un pueblo con turismo en verano –en invierno, perfecto– pero fácil para dar una vuelta, tomar un café en 'Mis Aires' y mover las piernas un poco hasta la estación de FEVE –un kilómetro escaso– y echar un vistazo a alguna de las casonas indianas que hay.
Aunque durante todo el camino han ido salpicando su presencia, recordando que tanto Asturias como Cantabria fueron tierra de emigración y los indianos, gente con tanta nostalgia como los gallegos, sus casonas eran su regreso al hogar con éxito. Ya sean de influencia colonial o con la gran torrona de la zona, merecen unos minutos. La mayoría de ellas tiene su palmera plantada en el patio, las más notables cuentan incluso con ermita propia. En Nueva, Villa Conchi (1908) junto a otra de torrona, disfrutan de un enclave a la falda de los Picos de Europa y las puertas del Cantábrico.
Para acabar el día, el Restaurante 'El Bálamu', en la rula de Llanes, con unas vistas increíbles y un pescado que mejora aún ese panorama, es un valor seguro. Manolo y Estela son más que recomendables.