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El valenciano es trabajador, pero también le gusta el reposo. Tener la mente y el cuerpo descansados es primordial en los tiempos difíciles, y para ello necesitamos fijarnos rutas, metas y etapas, tanto mentales como físicas. El mapa de una ciudad dispone de todo para un recorrido saludable y enriquecedor entre el espacio y el tiempo.
En la fase cero pudimos ya fijarnos un destino de paseo de quince minutos para sacudirnos nuestra pereza de sofá y entonces estaba desaconsejado usar el mobiliario urbano y prohibido su uso en los parques. Pero cada vez estamos más cerca de eso que han bautizado como 'nueva normalidad', donde podemos recuperar, siempre con precauciones, hábitos sociales.
Para sentarse con seguridad, hagan como nosotros: colocando un pañuelo sobre el banco y sin tocar sus superficies. Llevar un frasco de desinfectante para lavarse regularmente las manos ayudará a evitar producir y contraer contagios. La mascarilla es fundamental, y si en soledad y lejanía se la retiran para sacarse un selfie, guárdenla en una bolsa de plástico y colóquense otra. No toquen farolas, barandillas ni nada de uso común. Vayan con tranquilidad, pero con precaución.
Iniciamos nuestro paseo en la zona ajardinada de la antigua Ciudad Universitaria del Paseo Valencia al Mar. Aquí se esconde la estatua de Atenea que se presentó al concurso de remate del edificio del Círculo de Bellas Artes de Madrid y que, al suspenderse, fue ubicada frente a los jardines de Viveros, ante un estanque, bajo el severo lema "Estudio y Patria". Cerca del Hospital Clínico nos encontramos a los trabajadores sanitarios en un momento de respiro, que nos recuerdan que mantengamos siempre la guardia en alto.
Seguimos por la Alameda. Este ancho paseo, que bordea la orilla norte del antiguo cauce del río Turia, cumple ahora 341 años. De más de un kilómetro de longitud, daba acceso al desaparecido Palacio Real de Valencia viniendo desde el mar, por eso sus bancos ofrecen descanso al paseante. Este fue el lugar más frecuentado por los nobles y burgueses valencianos que se paseaban su alcurnia en berlinas y carrozas. Vivir en esta zona supone aún a sus habitantes un toque de glamour de pelucas empolvadas.
Levantando la vista admiramos las elegantes farolas que recrean las que, en esta misma zona, alumbraron la Exposición Regional de 1909, con sus luminarias colgando en un candelabro decorado con guirnaldas. Este mobiliario urbano es una extensión de los hogares adyacentes y, durante años, ha constituido el lugar de reunión de amas de cría, militares de permiso, personas mayores y de muchos enamorados.
La escultura con alegorías del doctor Moliner, en una de las isletas de esta Alameda, ostenta una de esas inscripciones que habla de tiempos mejores: "Paz y armonía social, por el amor y la ciencia", y es obra del escultor Capuz. Curiosamente delante de ella se ubicó durante muchos años la bulliciosa feria de atracciones. En este paseo se descubren también otras dedicadas a médicos, naturalistas o hasta a pequeñas diosas menores que seguían ahí, pero no las habíamos vuelto a ver desde niños.
La extensión y simetría sin igual de estas defensas fluviales constituyen kilómetros y kilómetros de longitud y sencillez, solo interrumpidos por los accesos a los puentes. Merece la pena reparar, si no lo habíamos hecho antes, en esta obra monumental única sobre cuyos bancos tallados podemos disfrutar de los jardines cercanos o desaparecer por un momento entre la vegetación colindante. Aquí es donde muchas falleras descansan sus doloridos pies durante la Ofrenda o la Batalla de Flores.
Cruzando el peatonal Puente de la Mar, llegaremos al centro de la ciudad pudiendo respirar desde este punto el aroma de los extensos jardines del Turia. Con su aparente tranquilidad actual, este ha sido, después del de la Trinidad, uno de los puentes más castigados por las riadas y los rayos.
Los elementos lo han destruido en varias ocasiones, así como han obligado a reconstruir los dos casalicios o pequeños templetes que amparan las imágenes de la patrona de la ciudad y de San Pascual Baylón. Las amplísimas escalinatas de sus accesos, construidas durante la República y usadas en multitud de ocasiones para fotos de grupo, le dan un aspecto palaciego. Desde ellas podemos divisar varios puntos de la ciudad hacia donde seguir nuestro camino.
La Plaza de Tetuán nos abre paso a la Ciutat Vella, la parte antigua de la ciudad. Es uno de esos clásicos lugares de Valencia, habitualmente abarrotado de tráfico, compuestos de elementos tan dispares como el medieval Convento de Santo Domingo, el Palacio de Cervelló –que fue residencia real en el XIX– o el Edificio de Bancaja, este último aún exhibiendo los carteles de su última exposición, en espera de abrir sus puertas de nuevo. Evidentemente, este edificio no entra en nuestra categoría de banco de piedra, aunque en un tiempo lo fue, y también fue Caja de Piedad donde las amas de casa empeñaban sus joyas para poder pasar el mes.
El jardín de La Glorieta es un vestigio del gobierno francés en la ciudad y merece atención especial en nuestro viaje. En la acera que lo circunda, ahumado por los ahora lejanos tubos de escape, descubrimos un monumental banco esculpido con cuernos de la abundancia y el emblema de la Corona de Aragón, realizado por el urbanista Antonio Sancho, creador del proyecto del Ensanche de València.
Esta zona ajardinada, que tuvo un día verjas de hierro, que albergó un café de estilo vienés y un pabellón de música, que inauguró el alumbrado de gas de la capital, ha ido mermando con el tiempo. Ahora resaltan sus ficus gigantescos y el impresionante banco que conmemora la figura del pintor Antonio Muñoz Degrain con su busto, retomando la costumbre inglesa de dedicar en los bancos las reflexiones a los difuntos.
La figura que más coincide con el objetivo de nuestro paseo es la escultura dedicada y costeada por las madres valencianas al doctor Ramón Gómez Ferrer. Muestra al médico –¿qué mejor momento para recordar su labor?– descansado precisamente en un banco y dejando un espacio para quien quiera sentarse a su lado. Naturalmente, está prohibido hacerlo. Como Valencia es ciudad abierta, aquí conviven, para maravilla de sus habitantes, la italiana fuente del Tritón con el asombroso monumento a la capa española.
Muy cerca, donde arranca una ahora desértica calle de Colón, hay un miniespacio ajardinado con la escultura del pintor Ignacio Pinazo, sentado en otro cómodo banco de piedra. Las calles de esta zona comercial, antes abarrotadas de personas con bolsitas, nos dejan vía libre para dirigirnos a la plaza principal de la ciudad.
Una bancada de piedra con respaldo de hierro rodea todo el perímetro del Parterre, algunos de cuyos raros árboles proceden del jardín del Palacio del Arzobispo de Valencia. Entre magnolios, palmeras y araucarias, a ambos lados de lo que fue un pequeño almacén de los jardineros, Tribunal Tutelar de menores y por último Oficina del Consumidor, hay dos bancos de piedra que, aunque no parecen obra del ayuntamiento han pasado por uso al catálogo del mobiliario urbano.
Tampoco el nombre de esta plaza es oficial, ya que, tras muchos cambios, la gente acabó denominándola "El Parterre" aunque su rótulo diga Plaza de Alfonso el Magnánimo. Aprovechemos que aquí se ubica el emblemático monumento a Jaume I para constatar una curiosidad de esta ciudad: ninguna estatua da nombre a la calle o a la plaza que la alberga. ¿Por qué será?
Aprovechamos para echar un vistazo a las obras de peatonalización de la Plaza del Ayuntamiento y sacar fotos para comentar su nuevo estilo con nuestros grupos de amigos. Aunque parece que las mil remodelaciones del foro de la ciudad nunca llegarán a convencer hasta que se recupere el icónico diseño del arquitecto Goerlich. De hecho, se adoptó el nombre de esta plaza como "del Ayuntamiento", bastante obvio, para zanjar las discusiones sobre si València era un reino, un país o una comunidad.
Aquí, el mobiliario urbano de Valencia se está usando para normalizar determinadas reivindicaciones, como la lucha contra la discriminación LGTBI, llamando la atención sobre los delitos de odio contra este colectivo. Estos bancos de acordeón de la plaza ostentan los colores del arco iris todos los días del año, desde que fueron pintados en el 2017.
La Calle de la Paz fue, en la época de nuestras abuelas, lugar de encuentro entre jóvenes en "edad de merecer", un antecedente al Tinder actual. Ahora sus estrechas aceras presentan unos maceteros de piedra y unos modernos banquitos unipersonales que inhiben cualquier pulsión amorosa.
Si giramos por la calle del Poeta Querol, podemos acercarnos a contemplar la puerta de alabastro del Palacio del Marqués de Dos Aguas. Ostenta un cartel que nos recuerda que no hay que tocar las cosas, y menos si son antiguas, ni ahora, ni antes, ni después. El banco, que siempre está ocupado por turistas frente a este hermoso edificio, hoy está libre.
La bulliciosa plaza de la Reina es otro de esos paisajes que espera una nueva remodelación y donde confluyen las muy tradicionales calles de las Avellanas, del Mar, de Cabillers, Sant Vicent Màrtir y Santa Catalina. Desde ahí, sin tráfico y sin apenas gente, vislumbramos entre flores las puertas de hierro de la puerta barroca de la Catedral de Valencia.
La calle del Micalet nace a pies de la torre de El Miguelete. Se abre camino entre los poyetes de mármol adosados a las fachadas de las casas y los bancos de piedra colocados en una pequeña zona ajardinada frente a la Catedral. Estos pequeños jardines fueron ocupados hasta 1970 por las ahora derruidas Casas de los Canónigos, adosadas a las capillas exteriores del templo. Aunque hoy parezca increíble, por esta estrecha calle pasaron en una época dos tranvías en ambos sentidos.
Los únicos bancos de piedra de esta plaza se encuentran en los laterales la Casa Vestuario, destinada a servir a los magistrados del Tribunal de las Aguas como lugar de reunión antes de asistir a los juicios en la puerta románica de la Catedral.
Lugar de máxima concentración de turistas ociosos, hoy es la plaza donde los niños del barrio juegan vigilados por sus padres. En sus aledaños, en la plaza de la Almoina, cerca de un hermoso edificio modernista construido sobre la capilla de la cárcel de San Valero, se encuentran los vestigios y el museo de lo que fue la plaza mayor de la ciudad romana y el foro. El esplendor de la época visigoda y musulmana es ahora un lugar con modernos bancos de varas de teca, donde nos encontramos a un padre arreglando la bicicleta de su hijo.
Pasando por la Plaza de San Bartomé veremos el Palau de la Generalitat, aún decorado desde el pasado 7 de marzo con los coloridos hexágonos tejidos a ganchillo, por la asociación Hilando vidas, para dar visibilidad a la mujer rural. Unos bancos corridos de mármol negro invitan al descanso y a la meditación, pero ni nos lo permitiría la policía local ni podemos detenernos ahora antes de nuestro último objetivo.
Un último selfie ante las torres de Serranos, antiguo acceso a la ciudad desde los caminos reales de Barcelona o Zaragoza, donde las familias principales seguían las celebraciones y ahora donde la Fallera Mayor invita a la fiesta de las Fallas.
Aprovechamos para hacer algún que otro estiramiento para acabar aquí nuestra ruta y animar a todos a continuar en su camino. Sirva este para emprender otros pequeños paseos por la ciudad, anotar todo lo que nos parece curioso, comprender con tiempo lo que siempre se nos ha pasado por alto, recuperar nuestro espacio en la calle y calibrar.
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