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Forjadores de sueños, espantadores de tristeza, son los artistas del Retiro. Nunca confundir con mendigos o vagos. Pasen y vean, gratis o siendo generosos (allá su conciencia), pero con respeto, por favor. Sístole y diástole del corazón de El Jardín del Retiro, el parque más emblemático de la capital. El titiritero, la estatua viva, el retratista, el mago, la echadora de cartas, el malabarista o el músico. Esconden vidas extrañas, normales, apasionantes mientras embrujan ese paseo del Estanque Grande.
Situados frente al enorme monumento a Alfonso XII, cada día de luz –sol o sombra da lo mismo– todos estos personajes llevan chispas de colores a los ojos infantiles, sonrisas pícaras a los rostros arrugados, agradecimientos sin fin a padres que observan a sus hijos sentados sin rechistar, a parejas de enamorados que se besan entre golpe de magia y números de malabarismo.
En una esquina del parque, por encima del Observatorio Astronómico y antes de la zona de La Rocalla –hacia la puerta de Mariano de Cavia– se encuentra el tesoro más desconocido del lugar, para madrileños y para turistas. Un lugar de invernaderos románticos que, en tiempos, fueron joyas de los mejores palacios de la capital. El Vivero de Estufas de El Retiro encierra tantas plantas como secretos.
Solo la entrada es un flash para quien ame o estime un poco la jardinería. Invernaderos de cristal y hierro, desechados de los antiguos palacios de Madrid que, a finales del siglo XIX y principios del XX, decidieron que estaban pasados de moda, uno detrás de otro. Faltan damas con tirabuzones, vestidos haciendo frufrú, cesta de mimbre con flores o regadera en la mano.
Pocos lugares gozan de tantos amantes, sin ser acusados de promiscuos, como el Jardín del Buen Retiro. Desde hace casi 500 años tiene enamorados de todos los sexos, edades y géneros. Hay fauna humana –jubilados, artistas, millonarios, jóvenes revolucionarios, chicos conservadores, inmigrantes, mendigos– que adora este lugar de la capital, reventón de vitalidad e historia.
También hay fauna animal –de la vegetal ya les contamos– que va desde los magníficos pavos reales de los jardines de Cecilio Rodríguez, a las tortugas o la pareja de cisnes negros del estanque del Palacio de Cristal, pasando por las ardillas, las cotorras verdes –e invasoras– que quieren ayudar en la extinción de los gorriones y las golondrinas. Las cotorras compiten con las palomas, que gozan de buena salud.
Para después del paseo, cuando el hambre comience a surgir, tampoco hace falta irse muy lejos. Si en algún barrio se practica el tapeo con devoción, ese es el Retiro. Cualquier día de la semana, las barras están a tope de parroquianos que no perdonan un vino y el bocado de rigor, incluso para hacer un pícnic en El Retiro.
Se mezclan los sabores de toda la vida, como los tigres de 'La Montería' o el milhojas de ventresca de 'La Castela', con el de los recién llegados: 'Laredo', 'Rafa' o 'La Montería' y los últimos en llegar: como el atún 'Kulto' o los torreznos 'La Raquetista'. Aquí se cultiva el aperitivo a lo grande.
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