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Cuentan en Plasencia que la ciudad está marcada por una serie de frustraciones históricas de las que ahora se está empezando a sacar partido. Al menos de cara al turismo, que puede remontarse al 'Juego de Tronos' de la monarquía española y llevarse un millón de anécdotas de su paso por la población cacereña. Aquí se casó, por ejemplo, Juana la Beltraneja, la sobrina de Isabel la Católica y contra la que luchó por el reino de Castilla. Y entre otras desilusiones pasadas, posee una catedral inconclusa, que, aún sin terminar y todo, se basta ella solita para darle un buen repaso a nuestra historia del arte.
Fundada en 1186 por Alfonso VIII, Plasencia guarda historia. Fue muy visitada por Fernando el Católico, quien murió muy cerca de aquí. Sin embargo, poco explotada aún por el turismo masivo, no siempre resulta fácil desgranar su magia, por esa razón con ayuda de un guía turístico local, David Tierno, revelamos algunos motivos para conocerla.
El comercio ha sido y sigue siendo uno de los pilares de la economía placentina. Hoy cuenta con más de 1.000 comercios y los habitantes de los valles cercanos se surten aquí. Esta tradición comercial alcanza su máxima expresión en la Plaza Mayor cuyo mercadillo se celebra desde hace más de 830 años. Después de ocho siglos, los lugareños siguen montando cada martes hileras de puestos para vender todo tipo de comestibles. Para otro tipo de artículos, hay que salir de intramuros y visitar las tiendecitas que se colocan cerca del acueducto.
Las calles aledañas a la Plaza Mayor –Zapaterías, Los Quesos, Vidrieras– recuerdan la división gremial de antaño en el centro de la urbe. "Cada primer martes de agosto se celebra la gran fiesta de Plasencia, su Martes Mayor, con un mercado medieval que conmemora el pasado de esta gran ciudad que con el paso del tiempo se convirtió en la capital comercial, artesanal y en el paso trashumante de todo el norte de Cáceres", explica David Tierno.
En la plaza Mayor también se encuentra uno de los iconos más importantes de los habitantes de Plasencia: el Abuelo Mayorga. Ubicado en lo alto del Ayuntamiento, esta figura de dos metros lleva encaramada, casi colgada, a la torre del reloj desde hace siglos, y pese a haber sido destruido en numerosas ocasiones, el que conduce actualmente el tiempo de la ciudad es una réplica en chapa de los años 70. "Es nuestro Cronos particular, el personaje que marca el ritmo y las horas de la vida de los placentinos", asegura orgulloso David.
Y ojo, porque la fachada renacentista del Ayuntamiento donde se encuentra el abuelo esconde otros tesoros como sus gárgolas, por ejemplo, y algo singular en lo que fijarse, como una calavera. Suerte en la búsqueda.
Una catedral nueva –que no lo es tanto porque comenzó a construirse en el s. XV– y una vieja –del XIII– se solapan en Plasencia. Con la más reciente se pretendía acabar con la otra pero gracias a una falta de presupuesto, que en la época no fue nada agradecido, se mantienen estas dos edificaciones para alegría del visitante. El gran templo aunque está inconcluso –le faltan cuatro naves– es un "viaje a través de la historia del arte", afirma el guía turístico. "Es nuestra joya de la corona. Lo más granado de la arquitectura del siglo XVI pasó por esta catedral", asegura David, quien enumera sus múltiples detalles para los amantes del arte: tiene un retablo considerado el mejor del primer barroco español, una sillería que es lo mismo para el gótico flamígero, bóvedas complejas, etc. Uno no sabe adónde mirar cuando atraviesa sus puertas.
Para hacer la mejor foto de la fachada se recomienda entrar al atardecer por calle Blanca hasta la plaza de la Catedral. La imagen del conjunto arquitectónico precedido por unos naranjos es espectacular para retratar y guardar como un tesoro entre los recuerdos.
"El turismo crece y en unos años la ciudad terminará transformándose, tendrá más lugares abiertos al público", confía el guía lugareño cuando habla de la recuperación de muchos palacios del principio del Renacimiento que recuerdan la época dorada placentina. Poco a poco la ciudad está rehabilitando sus casas señoriales y aprovechando su arquitectura para librerías, bares o alojamientos. Para muestra un botón: el 'Hotel Palacio Carvajal Girón', ubicado en la plaza de Ansano, se sirve de un antiguo palacio de finales del siglo XVI para recibir a sus clientes.
Aún así, hay conventos cerrados al público, casas que se han adaptado a los nuevos tiempos tras mutilaciones o cuestionadas rehabilitaciones, y que son usadas como viviendas privadas, y otras que están, sencillamente, abandonadas. Para aquellos que tengan grandes ideas inversoras o un gran interés por recuperar la historia, algunos de estos palacios se venden, como la Casa de los Toledo Cadena del siglo XV.
Otros palacios de la ciudad nunca perdieron su esplendor, como el Palacio de Mirabel, antigua vivienda de los duques de Plasencia en el siglo XV, Álvaro de Zúñiga e Isabel Pimentel, y hoy más conocido por Tamara Falcó. Sí, el padre de esta hija de Isabel Preysler, Carlos Falcó, es uno de los propietarios del palacete, que solo se puede visitar con cita previa y en circunstancias especiales. Tamara no olvida sus raíces y en numerosas ocasiones se refiere a su historia extremeña.
Ubicado enfrente de la Iglesia de San Nicolás, el palacio se alza recordando el magnífico pasado que dejaron los Zúñiga en Plasencia y en toda España –fueron mecenas de importantes literatos del siglo de oro–; y cómo actualmente sigue dando de sí: el edificio ha servido, por ejemplo, como escenario para el rodaje de la serie estadounidense Still Star Crossed basada en las familias de Romeo y Julieta.
Al mismo conjunto arquitectónico que el Palacio de Mirabel pertenece el antiguo Convento de San Vicente Ferrer, hoy Parador de Turismo de la ciudad. Bien conservado, este alojamiento es otro de los regalos arquitectónicos mejor conservados.
Fue construido por los duques de Plasencia a finales del siglo XV y, además de haber sido sede de la primera escuela universitaria de la urbe, exhibe al público los restos de una antigua sinagoga "donde se encontró el puntero, el yad, con el que leía el rabino la Torá", según asegura David. Sin embargo, quizás lo más impresionante de este edificio sigue siendo su escalera volada del siglo XVI, que da paso a las habitaciones. ¡Una maravilla!
La doble muralla placentina sigue siendo de los restos históricos más fotogénicos de la villa. Está muy bien restaurada y algunos de sus torreones –quedan 20 de los 80 que tenía– son ideales para presumir de visita a la metrópoli. "Alfonso VIII llegó a Plasencia con 11.000 hombres y levantó la barbacana para proteger la ciudad", cuenta el guía turístico. "Está muy bien conservada casi en su totalidad pero en algunos puntos tiene viviendas adosadas". Lo que tampoco queda mal.
David revela un dato interesante: la zona mejor restaurada de la muralla está en la Torre de Lucía, donde se encuentra el acueducto medieval. Se puede subir a la torre y ver el patio de armas del antiguo castillo, que ya no existe. Y de paso, sacar una buena panorámica del que fuera el sistema defensivo placentino.
Pese a que fue fundada en el siglo XII, no solo hay que mirar las piedras desgastadas de otros tiempos para disfrutar de sus calles. El arte contemporáneo salpica toda la ciudad de intramuros. En la plaza de la Catedral aparecen algunas esculturas como muestra de exposiciones temporales. Y en la plaza de Ansano uno se encuentra con el conjunto escultórico Escena 3, en la que un hombre con las manos en los bolsillos observa indiferente a otro con la cabeza enterrada. Obras que dan para pensar un ratito.
Muy cercanas al arte contemporáneo, por su capacidad para atraer las miradas, las tiendas de productos extremeños presumen de denominaciones de origen, y es que como dice David Tierno riéndose "solo por la gastronomía ya merece la pena venir a Plasencia".
Si se quiere huir del hormigón del núcleo urbano sin alejarse mucho, hay una ruta perfecta para adentrarse en la naturaleza al son del río Jerte: el paseo fluvial. Caminando o en bicicleta, una trayecto de poco más de un hora y media pasando por el Parque La Isla, donde se reúnen los placentinos bajo los árboles a pasar las tardes calurosas, bañarse en el río o tomarse algo. Y está a 10 minutos andando de la plaza Mayor.
La zona que rodea a la ciudad ha facilitado que sea una de las regiones más visitadas de Extremadura. A un paso está el Valle del Jerte, famoso por sus cerezas pero también por sus cascadas y sus Pilones; La Vera, con sus innumerables gargantas; el Valle del Ambroz, donde reluce Hervás; las Tierras de Granadilla, con su embalse Gabriel y Galán; o el Parque Nacional de Monfragüe, conocido por sus buitres negros pero con otros muchos encantos. Para rizar el rizo, tampoco quedan tan lejos ciudades como Trujillo o Cáceres.
Sin embargo, no es solo su entorno lo que da poderío a Plasencia, cada vez son más los turistas que se acercan a la urbe –"la tercera ciudad en visitas después de Cáceres y Mérida"– con la ilusión de conocer otra parte importante de la historia de España contada a través de palacios, iglesias y calles.
1. 'Shopping' con historia
2. Un abuelo colgado
3. La joya de la corona
4. La vida entre palacios
5. El palacio de los Falcó
6. Un 'yad' y una escalera
7. Un sistema defensivo para Instagram
8. Sorpresas inesperadas
9. A falta de paseo marítimo… uno fluvial
10. Belleza, dentro y fuera
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