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La Vall de Boí o Valle de Bohí es el municipio más extenso de la comarca de Alta Ribagorza, además del acceso suroeste del parque nacional de Aigüestortes. La cabecera del municipio es Barruera, antiguamente conocida como Vallis-Orcera, o sea, el Valle de los Osos. Se erige en los márgenes de la L-500, desde donde podemos ascender a un puñado de encantadores pueblos de piedra que se asoman desde las alturas, a media ladera, donde encuentran más horas de sol. Sólo su colección de templos románicos justificaría el más largo de los viajes, pero el valle ofrece tanto que algunos los pasan de largo.
Durante los meses de frío, el gran gancho del valle es una estación de esquí que, en los últimos años, se ha ganado la etiqueta de “familiar”. Seguramente sea por sus dos grandes pistas verdes, la del Boulevard y la de Bassea, que rondan dos kilómetros esquiables cada una, y porque el ambiente en los pueblos del valle es relativamente tranquilo. Pero Boí Taüll también tiene otra vertiente. Los nocturnos pueden buscar algo de ambiente en Pla de l’Ermita. Y los esquiadores expertos tienen una buena colección de pistas empinadas y con buenas vistas.
Paradójicamente, en la estación más familiar del Pirineo, 31 de las 43 pistas registradas son rojas o negras, hay cuatro itinerarios skimo y dos de freeride. En la escuela de esquí, Jaime nos cuenta que, cuando en 2018 la viabilidad de la estación peligraba y la rescató la Generalitat, “empezaron a picar piedra en el valle y consiguieron hacerla mucho más accesible”. Ese mismo año, Boí Taüll consiguió arrebatarle a Cerler el título de mejor estación de esquí de España según los World Ski Awards, un galardón que consiguió mantener hasta 2020. Por eso llama la atención que su forfait sea uno de los más baratos de España, a pesar de sumar 45 kilómetros esquiables.
Pero, por encima de cualquier etiqueta más o menos subjetiva, lo inapelable es que Boí Taüll es la estación de esquí de más altitud de todo el Pirineo. Su cota máxima, a 2.751 metros sobre el nivel del mar, en la cima del Puig Falcó o Raspes Roies, ofrece unas vistas deliciosas del Pirineo occidental, con el pico Aneto casi al alcance de la mano. Es un punto reservado a esquiadores más o menos expertos, sin embargo, los que todavía están dando sus primeros pasos también pueden acceder a unas vistas muy similares desde el Balcó de Cerví, con unos nada desdeñables 2.520 metros de altitud.
Los esquiadores se divierten apenas 10 kilómetros por encima de una de las grandes joyas del Románico europeo, la iglesia de Sant Climent de Taüll, consagrada en el año 1123. Es un templo de aspecto primitivo por el uso de sillería sin tallar, que transmite una sensación de gran solidez. No tiene apenas vanos, tan solo unos minúsculos óculos en los ábsides, que parecen las válvulas de una olla a presión. Y entre toda esa robustez, irrumpe esplendoroso un campanario esbeltísimo, que gana altura gracias a parejas de arcos que nos muestran un campanario hueco, perforado. Alguien, en un golpe de genialidad, pensó que sería buena idea iluminarlo desde el interior.
Sant Climent es solo el icono de un grupo de diez templos de la Vall de Boí declarados Patrimonio de la Humanidad. Adentrándonos en el casco viejo del mismo pueblo de Taüll encontramos la iglesia de Santa María, coetánea a la anterior y que también esconde en su interior unas hieráticas, pero hipnóticas, pinturas murales.
En la otra ribera del Noguera de Tor, también vale la pena acercarse a la ermita de Santa Eulàlia en Erill de la Vall y, de paso, a cenar, porque en este pueblo compiten los restaurantes más interesantes del valle. Más apartado, tranquilo y encantador, el pueblo de Durro también suma dos templos a la lista de la UNESCO: el de la Nativitat, en el casco viejo, y el de Sant Quirc, sobre un cerro a un paseo de media hora.
El magnetismo de la Vall de Boí está estrechamente relacionado con su arquitectura pétrea, pero no solo con sus templos centenarios. Prácticamente todas las nuevas construcciones respetan escrupulosamente el uso de la piedra y la madera, incluso en Pla de l’Ermita, un pueblo con poco más de cuarenta años de historia. Y es que, aunque es una delicia sumergirse en el embrujo de los cascos históricos de Durro, Erill de la Val, Boí o Taüll, su coquetería se cobra un peaje en forma de poco espacio para aparcar y, sobre todo, de pocas plazas hoteleras.
Una opción no tan pintoresca, pero sí mucho más funcional, es poner el campamento base en la mencionada Pla de l’Ermita, una urbanización construida en la década de 1980 para desahogar estas estrecheces, y que cuenta con una ubicación privilegiada. Es el pueblo más oriental y de mayor altitud de toda la Vall de Boí, por encima de los 1.600 metros sobre el nivel del mar, situado a medio camino entre los pueblos del valle y la estación de esquí: solo dos kilómetros por encima del pueblo de Taüll y a unos ocho del aparcamiento gratuito que hay junto a los remontes, a poco más de 2.000 metros de altitud.
El topónimo invita a pensar que encontraremos un pueblo en torno a una ermita, pero no es el caso. Aunque se ha construido respetando la arquitectura montañesa, su núcleo tiene calles desahogadas llenas de apartamentos, hoteles, restaurantes, tiendas, un alquiler de material para deportes de nieve y una oficina de actividades de verano. Su nombre hace referencia a la explanada de la pequeña ermita de Sant Quirc de Taüll, un modesto templo de una nave, seguramente del siglo XII, que encontraremos algo apartado del pueblo, asomándonos hacia el río Sant Martí, que baja desde la estación de esquí.
El Parque Nacional de Aigüestortes y Lago San Mauricio, el único parque nacional de Cataluña, es uno de los espacios más inaccesibles del Pirineo y, por eso, mejor conservados. Suma casi 200 lagos glaciares que albergan una asombrosa biodiversidad. Por ahora, todo ese universo está sepultado bajo la nieve, a la espera de que el calor la derrita y aparezcan miles de renacuajos por sus “aguas tortuosas”. Pero, a cambio, tenemos un inmenso manto blanco que todo lo cubre y que da pie a descubrirlo calzándonos unas raquetas o unos esquís de montaña.
Lo más habitual es acceder al parque por el norte, desde la inmensa estación de Baqueira Beret, aunque nuestra ubicación también permite acceder por su flanco suroeste. La Vall de Boí, a pesar de su nombre, en realidad es el valle del río Noguera de Tor, afluente principal del Noguera Ribagorzana. Si remontamos el Tor, en paralelo a la L-500, alcanzamos Caldes de Boí, un pequeño pueblo-balneario con un par de hoteles y un santuario, cuyos orígenes como espacio termal se remontan a la época romana.
Hoy sopla el viento y unos cinco kilómetros por encima de Caldes hay una pequeña marejada en el embalse de Cavallers. Es la primera y más próxima masa de agua del parque nacional, aunque en este caso no tiene un origen natural. Por eso es más difícil encontrarlo helado. También por el oleaje, que en el contexto nevado da la sensación de ser un mar dentro de la montaña.
Como en la estación de Boí Taüll, tenemos una opción familiar: dar un pequeño paseo por su orilla; o una opción para grandes montañeros: poner rumbo hasta los lagos glaciares que hay junto al ‘Refugio Ventosa i Calvell’, atreviéndose incluso a escalar por alguna de las cascadas de hielo que se forman en las paredes de roca.
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