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La Estación Internacional de Canfranc, último vestigio de la conexión de Aragón con Francia a través del Pirineo aragonés, alberga en su interior, hoy reabierta al turista, sueños, misterios, historias de contrabando y espías. Por ella pasaban los judíos que huían de los alemanes en la segunda guerra mundial y en sus vagones viajaba el oro procedente del expolio nazi o el wolframio español.
La estación, convertida en catedral ferroviaria, ofrece un espectáculo de luces y sonido que nos traslada un siglo atrás. Una megalómana obra de ingeniería de hierro y cristal que recuerda al Titanic por su envergadura, su época, por su punto romántico y su trágico final. Es también un punto de partida desde donde descubrir rincones, gentes y tradiciones de unos pueblos pirenaicos que aún conservan el encanto de la vida de antaño. Todo ello, acompañado de una magnífica oferta hotelera y gastronómica, hará que a buen seguro el visitante repita su estancia.
Podemos comenzar el viaje ya en Zaragoza. El viejo tren regional conocido como 'El Canfranero' sigue funcionando. Es el último vestigio de la conexión de Aragón con Francia a través de los Pirineos. Un interesante viaje en tren para realizar con niños y en familia, una oportunidad única de disfrutar de uno de los más maravillosos paisajes pirenaicos entre túneles y viaductos. Su velocidad, no más de 50 kilómetros por hora y el intenso olor a gasoil en la cabina de pasajeros hacen que retrocedamos fácilmente hasta los años sesenta.
Hasta la llegada del AVE unía Canfranc con Madrid a diario. En la actualidad parte de la capital aragonesa y atraviesa dos comarcas –el Alto Gállego y la Jacetania– hasta llegar a Canfranc. Las tres horas y 48 minutos del viaje se hacen cortas si nos olvidamos del tiempo y nos sumergimos en la tranquilidad y por qué no, en la incomodidad y el glamour de los trenes de antaño. Los impresionantes Mallos de Riglos y el Viaducto de Cenarbe son dos de las bellezas, una natural y otra de ingeniería civil, que admiraremos desde el tren. Dentro del vagón, ya no es el paisaje, sino el paisanaje que nos acompaña el que nos informa hacia dónde nos dirigimos: alpinistas y esquiadores con sus esquís al hombro y esas pesadas botas para disfrutar del deporte blanco.
Otra opción es realizar el trayecto que parte desde Jaca o Sabiñánigo, una elección perfecta si solo deseamos pasar la tarde, ya que permite realizar la ida y vuelta seguidas. Este recorrido, de una media hora de duración, unos cuarenta kilómetros y pendientes de hasta un 20 por ciento de desnivel, nos regala también unas increíbles vistas del valle del Aragón, río que da nombre a esta comunidad autónoma. Podemos contar, uno tras otro, los 19 túneles y los nueve tramos metálicos, además del imponente viaducto de San Juan de 357 metros que vamos a franquear antes de alcanzar la deslumbrante estación de Canfranc, que emerge ante nosotros convirtiendo este pequeño paseo en algo inolvidable.
Pero hay que tener en cuenta que en diciembre y enero anochece antes y a la hora en que parte el tren de vuelta, las 17:53 de la tarde, es casi de noche, con lo que este plan es más recomendable a partir de primavera. Además, en esa época del año el Canfranero se viste de gala, con azafatas vestidas de época, degustación de productos típicos y exposición de fotografías de la época.
Llegamos a la estación. Un edificio imponente y modernista nos recibe, para dejar claro al visitante que un día tuvo un papel muy importante en las comunicaciones entre España y Francia. Ese fue precisamente el propósito de Alfonso XIII cuando en 1928 inauguró esta megalómana estación. El abuelo de don Juan Carlos no buscaba abrir una nueva vía de comercio entre ambos países. Su afán era el de levantar un escaparate de España ante los visitantes extranjeros, impresionar a los franceses que cruzaban la frontera y dar una imagen ante el mundo de un país serio, moderno y próspero, con edificios de una arquitectura tan innovadora y compleja como la torre Eiffel de París o como el mismo Titanic. Así rezaba un anuncio de la época, ahora reproducido por el Ayuntamiento.
De ahí la majestuosidad y el tamaño desproporcionado de la estación, que sin embargo, acabaría en el olvido por diversas circunstancias, la más importante, el desinterés de las autoridades francesas que utilizaron el accidente de un tren el 27 de marzo de 1970 en la vertiente gala para cerrar el tráfico. La dura competencia de los trenes que conectan con Francia por Irún y La Jonquera, sumado a la dureza del invierno, que hacía que se helara la mercancía, y al desinterés de las administraciones de ambos lados también contribuyeron a que el paso ferroviario del Somport quedase en punto muerto. Ahora más de una docena de ciudades francesas y españolas del eje se han unido para relanzar el proyecto, que supondría una alternativa de bajo impacto ambiental y económico, ya que las vías y el túnel están hechas.
Pero si solo viajamos de día, nos estaríamos perdiendo el espectáculo nocturno de luces y sonido, con proyecciones sobre el emblemático edificio, cuyos horarios hay que consultar en la página oficial ya que varían en función de la época del año. En Nochevieja, además, la Estación ofrece la posibilidad de recibir el nuevo año con las tradicionales campanadas, acompañadas por juegos de luces y sonidos, lo que sin duda, se convierte en una opción más que original y un marco irrepetible donde comerse las uvas.
En la actualidad Canfranc vive del turismo. En realidad hay dos núcleos de población bien diferenciados: la antigua villa de Canfranc y Los Arañones, rebautizado después como Canfranc-Estación, a donde se trasladó la sede municipal tras el incendio de Canfranc en 1944. En su época de máximo esplendor dio cabida a los 2000 empleados que trabajaban en la construcción de la estación, entre los que destacaban ferroviarios, policías y gendarmes, equipos médico-sanitarios, funcionarios de Correos, de La Poste y del Banco de España, personal de hostelería o agentes de aduanas. Para ellos se levantó el pueblo nuevo, que además de las viviendas tenía tiendas, escuelas (una española y otra francesa), bares, iglesia, hotel e incluso un hospital. Allí se encuentra también hoy la oficina de Turismo, donde debemos dirigirnos para reservar nuestra guisita guiada. También podemos llamar por teléfono al 974 37 31 41.
Merece la pena visitar la antigua estación con un guía. La mayoría son historiadores de la zona que transmiten con pasión la historia del lugar e involucran al visitante. Entre otras muchas anécdotas, cuentan que la II Guerra Mundial fue un revulsivo para el tráfico ferroviario por Canfranc, que vivió entonces sus años de máximo esplendor. Francia había sido invadida y a pesar de que la estación quedó en la zona no ocupada, fueron las SS y la Gestapo los que se hicieron cargo desde noviembre de 1941 de la parte francesa y de su aduana. De ahí todas las historias de espías que se cuentan –dicen que desde allí se envió información sobre el desembarco en Normandía– y del oro que los nazis transportaban por sus trenes, que han inspirado multitud de novelas y reportajes.
Más allá de la estación, el entorno de Canfranc esconde un aire soñoliento, un ritmo apacible cargado de historia y silencio. Le rodean infinidad de valles, praderas, bosques, puentes de piedra y acantilados. Todo lo que un espíritu aventurero está deseando recorrer. De hecho, Somport –para los romanos, Summo Portu– era, junto a Roncesvalles, una de las dos entradas del original Camino de Santiago francés en la península. Si lo seguimos, nos llevará a recorrer el Valle del Aragón hasta Jaca, que fue capital del Reino de Aragón en el año 1035. Piedra a piedra descubriremos paisajes y poblaciones llenas de encanto y de historia, con sensaciones que nos trasladan al Medievo.
Si nos hospedamos en Jaca, dos visitas obligadas son su catedral y su famosa Ciudadela. La primera está en el mismo centro de la ciudad, rodeada de bares y bodegas que nos ofrecerán platos y caldos típicos de la zona. También de estilo románico, es pequeña, pero está muy bien conservada. Tiene la curiosidad de que en ella hay un tipo de friso llamado Taqueado Jaqués, que se extendería por todo el camino de Santiago, hasta llegar a la ciudad del Apóstol. A la salida de Jaca está la Ciudadela, una fortificación de tipo militar rodeada por un amplio jardín y un foso en el que los ciervos que allí merodean llaman la atención del visitante, especialmente son una gran atracción para los más pequeños. Dentro, podemos visitar el museo de las miniaturas y del ejército.
A unos 45 kilómetros de Canfranc tenemos dos joyas del Románico: la Iglesia de Santa María en Santa Cruz de la Serós y el Monasterio de San Juan de la Peña. La primera posee una soberbia torre campanario, que emerge en medio de las casas de piedra de este pequeño pueblo, anclado hace quinientos años, que parece sacado de una postal.
Respecto a San Juan de la Peña, dicen los historiadores que no se entiende el Reino de Aragón si no se visita este espectacular edificio clavado en la roca. Fue el monasterio más importante de todo el Reino en la Alta Edad Media. En su panteón real fueron enterrados un gran número de reyes de Aragón. A nuestra llegada, la primera impresión del Monasterio Viejo es espectacular ya que nos lo encontramos de golpe empotrado en la montaña. El Monasterio Nuevo está ubicado más arriba, en una gran pradera, donde está la zona de aparcamiento y una gran área de picnic, un buen plan si viajamos en familia.
También nos podemos encontrar en nuestro camino con alguno de los búnqueres de la llamada 'Línea P' de Pirineos, un conjunto defensivo a lo largo de la vertiente pirenaica española levantado entre los años 1944 y 1959. Miles de soldados de reemplazo trabajaron para construir estas posiciones de hormigón armado en las cabeceras de los valles fronterizos, por el temor a una posible invasión militar del sur de Francia que nunca se produjo.
Pero si lo que realmente queremos es esquiar, estamos en el mejor sitio posible. A sólo seis kilómetros de Canfranc tenemos la estación de Astún y a diez, Candanchú. Ambas han unido sus pistas en una iniciativa común denominada '100K', con el objetivo de ofrecer un dominio único esquiable que alcanza los 100 kilómetros, con 101 pistas, 14 itinerarios y 40 remontes. Y lo mejor, un autobús conecta las dos estaciones, todo un lujo para los esquiadores que buscan olvidarse del coche y concentrarse en lo que de verdad importa: la nieve y el silencio envolvente de las escarpadas cumbres del Pirineo aragonés.
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