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Seguir la senda marcada por la muralla que rodea la parte más antigua de Toledo es una de las formas más originales de descubrir la Ciudad Imperial. Partiendo del Puente de Alcántara, que salva el paso del Tajo a su paso por la capital manchega, y cruzando los doscientos metros de viaducto se llega a la Puerta de Alcántara, paso hacia el convento de la Concepción Franciscana, al Museo de Santa Cruz y a la Plaza de Zocodover, aunque esta ruta es diferente.
Siguiendo el perímetro exterior de la antigua defensa de Toledo se encuentra la Puerta del Vado, un edificio que guarda la auténtica entrada antigua al interior de la ciudad a nueve metros bajo tierra y que solo es visitable con algunos de los guías especializados de la localidad. A unos minutos se sitúa la Puerta de la Bisagra, acceso a la ciudad desde Madrid y cuyos orígenes musulmanes se combinan con elementos renacentistas. Siguiendo el recorrido de la muralla se alcanza la Puerta de Alfonso VI, ejemplo de cómo Toledo ha sido testigo del paso de las diferentes culturas de la península con su arco de herradura en la parte baja -de orígen musulmán en el siglo X- y una coronación mudéjar -siglo XIII- a base de mampostería y ladrillo.
El inmueble más reconocible de Toledo alberga en la actualidad el Museo del Ejército, una función muy acertada ya que tanto la estructura como su ubicación, en lo más alto de la ciudad, siempre ha estado vinculada a la defensa de la misma. Sus orígenes se remontan a la época romana, pasando también por manos de visigodos, musulmanes y cristianos, siendo Carlos I y Felipe II los que ordenaron adaptar el alcázar al estilo renacentista en el siglo XVI. Para ello no dudaron en encargar tamaña empresa a tres de los arquitectos más reconocidos de la época, Alonso de Covarrubias, Juan de Herrera y Villalpando, quienes dejaron una impronta reconocible y palaciega.
A pesar de haber sufrido varios incendios y los estragos de las diferentes guerras que se sucedieron en España durante los últimos tres siglos, el Alcázar de Toledo sigue coronando el cielo toledano, una perspectiva que aumenta su belleza cuando se ilumina por las noches. Dejando de lado su vertiente defensiva, el alcázar también es el hogar de la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha, donde reposan diversas colección con algunos de los libros antiguos más valiosas de España, la cual se muestra en la decimonónica sala Borbón-Lorenzana.
El museo, bautizado así por ubicarse en el antiguo Hospital de Santa Cruz fundado por el cardenal Pedro González de Mendoz, muy avanzado para la época en cuestiones como el cuidado de la higiene o la ventilación, alberga tres secciones artísticas diferenciadas: arqueología, bellas artes y artes industriales. La primera consta de una colección de elementos que datan desde la ocupación romana hasta la época mudéjar, intercalando piezas visigodas o musulmanas de gran valor.
El espacio dedicado a las bellas artes es una muestra diversa de pinturas de la escuela toledana de los siglos XVI y XVII, donde destacan obras del Greco, como La Anunciación de la Virgen, y de Luis Tristán. Además, al ser una filial del Museo del Prado, los visitantes se pueden encontrar con algunas de las exposiciones itinerantes que la pinacoteca lleva a cabo en el Museo de Santa Cruz. En cuanto a las artes industriales, destacan piezas y herramientas empleadas en la cultura popular o en la elaboración tradicional artesana. No hay que perder de vista los artesonados del hospital, diseñados por Enrique Egas en estilo plateresco.
La necesidad de reunir la obra del pintor hizo que el Marqués de la Vega-Inclán dispusiese en un solo espacio una muestra que permitiese exponer y proyectar la figura del artista en la pintura. Ya en 2011, siguiendo un espíritu más veraz y no tan historicista, la colección ha distribuido las obras favoreciendo la comprensión del conjunto de la trayectoria del Greco, aunque siempre favoreciendo el valor del Marqués de la Vega-Inclán como precursor del Museo del Greco. Aquí se pueden encontrar obras como la Vista y plano de Toledo o Las lágrimas de San Pedro, ambas de gran trascendencia para entender el vínculo con la ciudad y con su forma de expresar el arte sacro.
Más de 250 años se tardó en construir la Catedral de Santa María, un edificio proyectado en 1226 bajo el mandato del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada y que hasta 1493, siendo arzobispo don Pedro González de Mendoza, consejero de Isabel la Católica, no vió como se cerraba la última bóveda. Los cimientos de un templo visigodo atribuido a Recaredo (siglo VI) sirvieron como base para la futura mezquita que precedió a esta catedral cristiana.
Dado el tiempo que se tardó en concluir esta obra magna, la sucesión de estilos arquitectónicos es palpable en el conjunto, iniciándose en el gótico francés, aplicado por el maestro Martín, y evolucionando con el paso del tiempo con elementos renacentistas o barrocos. Así destaca, por ejemplo, la sacristía, pintada al fresco por Luca Giordano, a la cual se le añadieron hasta 17 obras del Greco, entre las que sobresale El Expolio. Este carácter museístico es uno de los principales atractivos de la catedral, ya que paseando por sus cinco naves el visitante puede contemplar cuadros de Velázquez, Goya Van Eyck o Tiziano entre otros.
Juan Guas comenzó la construcción de este monasterio en 1476 por orden de los Reyes Católicos, quienes, en un principio, iban a tener su sepulcro en esta ubicación. A pesar de no haber sido el último destino de los monarcas, lo cierto es que el edificio merece una visita por sí mismo al tratarse de uno de los mejores ejemplos del gótico hispano-flamenco en España. La iglesia, diseñada por Guas, es de una gran belleza, aunque en ocasiones se ve eclipsada por el claustro del monasterio, la gran obra maestra de Enrique Egas. El espacio está compuesto por cuatro alas abiertas a un patio a través de grandes ventanales y, en su planta superior, destaca la techumbre policromada compuesta en estilo mudéjar.
Sito en el Cigarral del Santo Ángel Custodio, la finca de recreo más antigua de Toledo, el restaurante ‘Iván Cerdeño’ traslada con maestría la esencia más primigenia de la provincia a los paladares de quienes se sientan en sus mesas. Ascendido a la categoría de 3 Soles Guía Repsol en la Gala de 2022, este restaurante consigue emplatar las recetas históricas de la Ciudad Imperial -rescatando recetas olvidadas que combinan la opulencia de la Corte y mesura propia de la cocina de los conventos-, de la ribera del Tajo y de los Montes de Toledo. Para ello se vale de algunos de los mejores productos de la huerta toledana, de la caza y del estudio de la evolución histórica de la gastronomía local, todo servido y emplatado con una elegancia proverbial.
En caso de buscar una velada más informal, el chef también es la cara visible del chiringuito ‘La Cala de Buenavista’, un espacio sin arena ni palmeras, pero que combina las mejores vistas de Toledo con una carta atrevida en la que no faltan arroces, ensaladillas o brochetas. Las noches del verano manchego permanecen en la memoria cuando se degusta una empanadilla de pisto mientras se contempla el Alcázar iluminado.
Una combinación de historia toledana y gusto exquisito por la decoración que se adecúa al espíritu es lo que se encuentran los huéspedes del hotel ‘Eugenia de Montijo Autograph Collection’. No se escapa un detalle: el artesonado -descubierto durante la rehabilitación de 2018-, el mármol, las telas, los butacones… Todo está perfectamente medido para homenajear la figura de Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia entre 1853 y 1870, quien se conviritió en el paradigma de la mujer moderna en la sociedad francesa del siglo XIX.
Su relación con la moda y el diseño hicieron que su impronta trascendiese el plano puramente vinculado a la Corte, sobre todo a través de su relación con Charles Frederich Worth, uno de los primeros grandes modistos de la historia. Aquí la sofisticación alcanza un nivel superior, convirtiendo al hotel en una de las referencias de Toledo a la hora de organizar diversos eventos, aunque no solo está pensado para estos actos. Los clientes se sorprenden al encontrar el spa, que integra los restos romanos hallados en las obras de rehabilitación, y pueden degustar el dulce por excelencia de la ciudad, el mazapán (elaborado por el ‘Obrador Santo Tomé’), en uno de los corners del cuidado lobby bar que les recibe a su entrada.
Si Toledo se pudiese materializar en un dulce sería el mazapán, y en el ‘Obrador Santo Tomé’ son expertos en esta joya de la repostería española desde hace siete generaciones. La maestría desplegada a la hora de elaborar sus anguilas de mazapán, su producto estrella, hace que tanto turistas como vecinos de la ciudad tengan la referencia de esta antigua tahona como templo para golosos.
La elaboración artesanal del mazapán del ‘Obrador Santo Tomé’ difiere ligeramente en las proporciones originales, ya que aumentan el porcentaje de almendra -de la variedad marcona- hasta el 63 %, y solo emplean un 35 % de azúcar y el 2 % de miel, otorgándole una mayor untuosidad al dulce. La virtud de este capricho para los amantes del dulce en la ciudad ha residido durante siglos en la comunión que ejercía con las tres religiones que cohabitaban, ya que ninguno de los ingredientes estaba prohibido en ninguno de los credos y cristianos, musulmanes y judíos podían degustar esta especialidad sin pecado alguno.
La Puerta del Sol -antiguamente conocido como la de la Herrería- o la de Balmardón pueden resultar las mejores opciones para acceder al Barrio de los Conventos, ejemplo paradigmático de la coexistencia de culturas y religiones en Toledo. Aquí los conventos que dan nombre al barrio se entremezclan -en muchos edificios de forma literal- con elementos propios de la cultura musulmana que se asentó en la ciudad o trazos de la presencia del Imperio Romano, generando rarezas como la mezquita del Cristo de la Luz, donde parte de la calzada romana pasa debajo de lo que fue una mezquita construida en el año 1.000, sostenida por capiteles visigodos reutilizados y con un ábside de estilo mudéjar.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, este rincón al noroeste de la ciudad se ha convertido en lugar de peregrinación para quienes quieran tapear abrazados por unas calles que destilan historia. Locales como ‘Cervecería Abadía’ (Núñez de Arce, 3), ‘La Clandestina’ (Tendillas, 3) o la taberna ‘El Embrujo’ (Santa Leocadia, 6) han dado un nuevo aire al barrio con una oferta gastronómica digna de elogio en la que no faltan los buenos vinos de la zona o los vermús para maridar sus tapas.
Hogar de la que, probablemente, sea la obra más sublime de El Greco: El entierro del señor de Orgaz. La leyenda de este noble, cuya reputación benefactora trascendió su tiempo en vida, fue lo que inspiró al artista para pintar este cuadro de enormes dimensiones (4,8 metros de alto; 3,6 metros de ancho). Además de la archiconocida obra del pintor cretense, se pueden observar pinturas de Luis Tristán, un retablo plateresco del siglo XVI y dos barrocos, y diversas esculturas de gran valor artístico. A pesar de que hay menciones al inmueble en el siglo XII, coincidiendo con el tiempo árabe de Toledo, fue el propio Conde de Orgaz quien llevó a cabo la reconstrucción en el siglo XIV, añadiendo un campanario al alminar. La torre de la iglesia es uno de los mejores ejemplos del mudéjar local, destacando su cerámica vidriada y las incrustaciones de una hornacina visigótica y una cruz patada.
Como sucedió con muchos de los templos y edificios judíos a lo largo de los siglos en España, lo que hoy es sede del Museo Sefardí fue en su momento la Sinagoga de Samuel ha-Leví, conocida popularmente como Sinagoga del Tránsito. Un templo que, tras la expulsión de los judíos del país, pasó a manos de la Orden de Caltrava por los Reyes Católicos. Con el paso del tiempo, las circunstancias hicieron que la sinagoga pasase a ser iglesia y hospital de asilo con diferentes grados en el cuidado del inmueble por parte de las instituciones de la época. No fue hasta 1877, momento en el que se declara Monumento Nacional, cuando se llevan a cabo diversas restauraciones para paliar su mal estado y, en 1910, el Marqués de la Vega-Inclán se hace cargo del edificio bajo el Patronato del Museo del Greco. En su interior destaca por encima del resto de colecciones la Sala de Oración, un espacio en el que se contempla a simple vista los trasvases culturales que se experimentaron en Toledo y que deja embelesado al visitante.
Las calles en las que los sefardíes vivían en Toledo mantienen su trazado, angosto y laberíntico, original. A pesar de que muchos de los edificios más trascendentes del pasado judío de la zona han desaparecido -Toledo llego a tener diez sinagogas y cinco casas de estudio-, lo cierto es que es fácil imaginarse cómo sería el día a día entre los muros de esta ciudad dentro de la ciudad. Porque en estas callejuelas había todo tipo de establecimientos-escuelas, zocos, orfanatos, carnicerías, tiendas, hornos, baños…- para satisfacer las necesidades de los alrededor de 4.000 judíos que vivían en el barrio.
Se trata de uno de los monumentos más bellos y destacados de la ciudad. La blancura que impera en el interior del templo serena el cuerpo y hace lucir las 32 columnas octogonales que soportan los arcos de herradura que lo sostienen, todos ellos decorados en yeso de motivos vegetales y lacerías geométricas -de influencia almohade- que se entrelazan formando una estrella de David.
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