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El periplo se inicia a pocos kilómetros de la ciudad de Tarragona, en Altafulla, una pequeña población de costa coronada por una espectacular ciudadela medieval. En un pispás –Altafulla se halla a 15 kilómetros al norte de Tarragona– nos plantamos en el paseo marítimo, donde se encuentran las Botigues del Mar, un conjunto de edificios del siglo XVIII construidos como almacenes de pescadores y que fueron reconvertidos en segundas residencias a finales del siglo XIX. Allí, junto a estos edificios blancos impolutos, con la arena y el mar a tocar, alzamos la vista para regodearnos con la impresionante imagen de la Vila Closa que emerge justo detrás.
Una subida de unos diez minutos lleva hasta la cima de esta pequeña ciudad amurallada, con plazas recoletas que esconden barecitos con encanto y el hotel 'Gran Claustre Spa', ubicado en un antiguo palacio. Para cenar, un consejo, el restaurante del hotel, el 'Bruixes de Burriac', con una cocina moderna, de sabores intensos, que sirven en un local encantador y pleno de historia. Además de las verduras, a las que tratan con mucho mimo, son muy recomendables el Bogavante cocido al vapor de cítricos o el potente Potaje de alubias con ibéricos.
Desde Altafulla es muy rápido llegar a Reus, otra de las sedes de estos Juegos Mediterráneos y una de las más destacadas ciudades catalanas por su patrimonio modernista y su dinamismo comercial; no en vano, a principios del siglo XIX era famoso el dicho "Reus, París, Londres…" para referirse a esta ciudad cosmopolita y pujante. Con ochenta edificios modernistas catalogados, entre los que destacan la Casa Navàs, en la plaza del Mercadal, y el Institut Pere Mata, ambos del arquitecto Domènech i Montaner, merece la pena apuntarse a la ruta arquitectónica que recorre su centro y alrededores.
Reus es la ciudad natal de Antoni Gaudí y para conocer mejor la vida y obra del gran arquitecto del siglo XX, la visita al Centro Gaudí (plaza del Mercadal, 3) es ineludible. El centro, con un buen número de calles peatonales, es perfecto para sentarse a tomar un tradicional vermú y unas tapas. En la calle Vallroquetes encontramos el Museu del Vermut que muestra una colección privada con más de 1.300 botellas y 2.000 marcas de todo el mundo, etiquetas, carteles… que se reparten por los distintos espacios del edificio: el restaurante, la bodega y las salas de exposiciones. Afirman que en 1892 se registró la primera marca de vermú en Reus y actualmente se cuentan más de tres importantes destilerías que lo elaboran según la receta tradicional.
La playa está a menos de 10 kilómetros de Reus, y en Salou y Cambrils –ambas poblaciones son también sedes de los Juegos– la animación playera, la naturaleza intacta y la oferta de buenos restaurantes de pescado están más que aseguradas. En Salou tomamos el pulso a la costa a través de un recorrido de dos kilómetros por el Paseo de Ronda, desde la zona de Pilons, que permite avistar aves, disfrutar del litoral y visitar su histórico faro que data de 1858.
De esencia marinera, Cambrils conserva en su puerto un buen número de barcas de pesca que siguen faenando bajo la atenta mirada de la torre de defensa conocida como la Torre dels Moros (1664). A sus excelentes playas y una oferta gastronómica excepcional, hay que sumar un centro histórico de origen medieval con rincones tan bonitos como el callejón de Les Flors, la iglesia gótica de Santa María y los restos de las antiguas murallas. Para conocer la historia de la ciudad, es imprescindible la visita al Museu Molí de les Tres Eres.
De la costa damos el salto al interior y en una media hora (40 kilómetros) llegamos a Valls, la ciudad que vio nacer a los castellers y que ostenta el campanario más alto de Cataluña con 74 metros. Este se encuentra en una de las plazas más bonitas de la villa, adosado a la iglesia gótica de Sant Joan y enclavado en el corazón del casco antiguo. El paseo por sus calles estrechas y plazoletas descubre el pasado comercial de esta villa, que celebra su mercado semanal (miércoles y sábado) como una gran fiesta. En la porticada plaza del Oli se instalan las paradas desde hace 800 años y ahora es un lugar magnífico para hacer el aperitivo o sentarse en una de sus terrazas a ver deambular a la gente.
Por la calle de la Cort se llega a otra de las plazas emblemáticas de la ciudad, la del Pati, que corresponde al antiguo patio de armas del castillo arzobispal y que está flanqueada de bellos edificios modernistas, algunos de los cuales son obra de César Martinell, discípulo de Gaudí. El mundo casteller se hace obvio en toda la ciudad, imprescindible contemplar el monumento a Els Xiquets de Valls y las sedes de las colles históricas –la Vella y la Jove–; y si hay una plaza que reúna toda esta tradición es la plaza del Blat, donde se levantan las más espectaculares torres humanas. Aunque no estamos en época de calçots, hay que recordar que estas cebollas tiernas regadas en salsa romesco y acompañadas de una buena parrillada de carne son una de las tradiciones gastronómicas más auténticas de esta zona.
En un corto trayecto de veinte minutos en coche llegamos a La Selva del Camp, otra de las sedes de los Juegos, una pequeña población de poco más de 5.000 habitantes, pero con un vasto patrimonio arquitectónico y cultural. Su fisonomía medieval se aprecia desde lejos, pero es entre sus calles estrechas y edificios donde se percibe el paso de la historia. Por la calle Major, flanqueada por casas señoriales y donde se halla la fuente de Mitja Vila del siglo XVI, se llega al Ayuntamiento, ubicado en un antiguo palacete de estilo gótico tardío, y a la iglesia de Sant Andreu Apòstol, joya del renacimiento catalán con una gran cúpula y relicarios góticos de gran valor en su interior.
Como curiosidad de esta localidad están los llamados Escorralons, callejuelas estrechísimas por las que circulaba el agua de lluvia y que hoy son objeto de un itinerario guiado por la población. La vuelta a Tarragona se hace por un paisaje absolutamente mediterráneo, por carreteras flanqueadas de viñas, almendros y olivos, el mar en el horizonte y las montañas resguardando esta tierra que los romanos hicieron suya.
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