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Lleida tiene una huerta prodigiosa, una ganadería que ríete tú de Gerona, de Salamanca, de Huelva o de Orense y, no obstante, solo, o prácticamente, se la conoce por sus caracoles. ¡Ay! Afortunadamente, hay unos cuantos restaurantes en la capital del poniente catalán con los que daréis en la diana.
Un restaurante situado en la zona alta de Lleida que no engaña, pues lo de Jordi e hijos (Gerard y Sonia) es una genuina y algo barroca casa de comidas de corte internacional en la que destacan sus fondues, el producto y el buen hacer en la sala.
Platos como su ensalada de bogavante, su foie micuit, sus raviolis de gamba, su filete tártaro, sus arroces, sus pescados y mariscos salvajes y servidos casi al desnudo -cuando más bellos y buenos son- o su helado casero de higos al armañac son para ponerles un piso, o un chalé.
Hay brasas que te ponen de malos humos, no así las que Gonzalo Ferreruela reivindica, desde una delicada complejidad, en su homónimo restaurante ubicado a escasos metros de la estación de trenes de Lleida.
Y que otra brasa es posible y que de ella pueden salir platos contemporáneos capaces de calentar cuerpos y espíritus, lo demuestran su escalivada de verduras, sus canelones de pollo ecológico con bechamel trufada, su esturión a la brasa con verduras escabechadas, su calamar de Tarragona a la brasa con el crujiente de su tinta y patata al tenedor, o postres de altura como su versión de la tatin.
Óscar Lapena, un restaurador de brillante currículum a pesar de su juventud, hace poco que ha vuelto a su tierra para regalar a sus conciudadanos y paseantes el restaurante Classual: una casa de comidas de ambiente cálido que practica una cocina elegante pero sencilla.
Aunque, sobre todo, Classual es un restaurante casual, esto es, idóneo para cualquier ocasión, pues no hay negocio, compromiso familiar, reunión de amigos o velada con la pareja que se tuerza si éstas incluyen un ceviche de pez mantequilla, una buena ensalada -¡Ave, César! para su ensalada de pollo, anchoas y parmesano-, un okonomiyaki de gambas y panceta, unas gambas “a la llauna”, una hamburguesa de ternera, setas y queso brie, unas costillas de cerdo ibérico con salsa barbacoa o postres de corte creativo como su torrija o su “(sic). Postre tonto pero muy bueno” (crema catalana, helado de turrón y chocolate).
Si Lluís Tomás Batallé tuviese unos cuantos lustros menos, en unos años seguro que estaría en boca de muchos pues es, sin duda, el mejor cocinero de Lleida. Una lástima que se haya prestigiado este noble oficio cuando el bueno de Lluís no se jubila no porque no pueda, sino porque sigue amando los fogones.
Y del talento de Lluís dan fe su coca de recapte, sus buñuelos de bacalao, sus platos de chup-chup (ej. garbanzos con tripa de bacalao), mares y montaña como su calamar con alcachofas y jugo de carne, pescados salvajes al horno o a la sal y siempre en su punto, o postres caseros como su brazo de gitano de nata, su crema catalana o los petis de la casa (garrapiñadas y orelletes). Y sobre el talento y la honradez de Lluís no cabe discusión cuando uno prueba el menú de mediodía de este restaurante. Una relación calidad-satisfacción-precio insuperable (20 euros, todos los días de la semana).
L’Estel de la Mercé (cocina creativa y de mercado), Malena (cocina de autor y brasa del S.XXI), El Cau de Sant Llorenç (cocina creativa), La Dolceta (brasas, producto y caracoles), Aimia (tapas y platillos creativos), Isidre (caracoles, calçots y carnes a la brasa) o Rita Cokó (tapeo creativo) son también buenas referencias, aunque, sus respectivos equilibrios de luces y sombras dan menos vatios que los anteriores.
Eso sí, ya os venga de paso o pongáis rumbo a Lleida, la parada y vermut en la Bodega Blasi es un must por su barreja (tapa de mejillones, berberechos, calamar relleno y olivas con una vinagreta de pimentón picante), sus platillos y una terraza con unas privilegiadas vistas a la joya de Lleida: la Seu Vella (una catedral románica sin parangón).
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