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Love is in the air si estás enamorado y, por San Valentín, además de en el aire, el amor está en todas partes. O puede que no, pues atisbarlo en los ojos de tu suegro al verte besar a su hijita, o en los de tu suegra cuando se da cuenta de que su niño te presta más atención a ti que a ella, suele ser más difícil que los 12 trabajos de Hércules.
Pero como no hay amor imposible, he aquí un truco infalible para hechizar a vuestros suegros. Aquí va una selección de restaurantes de buen trato -tratad a vuestros suegros como reyes si queréis llevaros a su príncipe o princesa-, de mejor beber (entre muchos comunes denominadores, están sus destacadas bodegas), y de excelente comer.
Excelencia con base en el producto, el producto, el producto, la tradición y la tradición -un full difícil de batir- que, con una mano atada en la espalda y otra en la cartera (el amor tiene un precio: 10.000 de las antiguas pesetas como tiquete medio y hasta 100 euros si quilates gastronómicos queréis regalarles a vuestras familias políticas), os convertirá en hijos predilectos de ese territorio comanche.
Abracadabra gritan los magos, y los buenos -y sabios- yernos hacen sus reservas en estos barceloneses restaurantes:
En 1964 Adolfo Herrero levantó sobre unos billares la que hoy, de la mano de sus hijos Adolfo, Carlos y Cristina, es una de las más lustradas casas de comidas de la zona alta de Barcelona, Bonanova.
Una casa de comidas que huye de la creatividad malentendida y que del chup-chupy de la materia prima hace sus banderas.
Por tierra, mar y aire se libran las batallas y Carlos, chef del restaurante Bonanova, con la montaña, el mar y la huerta conquista a los comensales con platos como:
Interesantísimas ensaladas, como la de tomate, lardo y picatostes; una ilustrada, por obra y gracia de unas anchoas ante las que el mismo Revilla lloraría; rusa o las de productos de temporada, como la de espárragos de Gavà o setas.
Excelentes frituras, ya sean de mar (chipirones), de la huerta (alcachofas del Prat) o de la montaña (sesitos de cordero).
Platos de siempre como unos canelones que toda abuela anhelaría que fuesen los suyos, un trinxat tan sui generis como bueno, o un cap i pota, unos callos o un fricandó tan untuosos como suntuosos.
Arroces de escándalo, como el de ortiguillas. Pescados salvajes y carnes de primera.
Productos de muchos quilates desnudos -o casi-, como las angulas, la gamba de Palamós o la trufa, ya sea blanca de Alva o negra de Teruel.
Y postres que, y es decir mucho, no desentonan. Dulces como el coulant, la crema catalana o un helado de miel y nueces a cambio del que vuestros suegros os jurarán amor eterno.
Y si vuestros suegros son fumadores, estáis de enhorabuena, pues el acogedor patio interior del restaurante Bonanova será de escaque, y de mate lo será si lo suyo son los habanos, pues Adolfo cuenta con una interesante selección de ellos.
Carrer de Sant Gervasi de Cassoles, 103
En una de las calles con más encanto del Ensanche, hace algo más de 10 años, José Luís Díaz (chef durante tres lustros del malogrado restaurante Muffins) abrió este restaurante que ahora coregenta con su hijo Víctor, quien lleva las riendas de la sala y de la bodega.
Sense Pressa (sin prisas) uno debe disfrutar de una cocina atípicamente –las modas aquí se miran desde la barrera- típica en la que destacan:
Entrantes como los buñuelos de bacalao, el foie micuit casero o el filete tártaro.
Principales como el bacalao al pilpil, el cochinillo o el rabo de buey.
Postres como su selección de quesos, o sus afamadas Coca de Llavaneres (hojaldre, piñones y crema pastelera) y leche frita.
Aunque si un plato justifica la visita al restaurante Sense Pressa, éste es su bodegón de garbanzos, espadeñas y huevo frito. ¡Una auténtica obra de arte!
Carrer d'Enric Granados, 96
Hace más de dos décadas que Josep Álvarez y Pedro González levantaron la persiana de Can Vallés, una casa de comidas en la que el producto es lo primero, casi lo único, y sólo está permitida su manipulación o cierta transformación si éstas permiten percibir con mayor nitidez e intensidad la esencia del producto. De lo contrario, con la iglesia habréis topado.
Productos en bolas como el jamón, las setas, el tártar de atún o el buey a la piedra.
Vestidos con un deshabillé como la ensalada de hígado de bacalao -sabe muchísimo mejor de lo que suena- o los huevos rotos, con espardeñes y boletus confitados. O de largo como sus guisos de legumbres (el de pochas, piquillos y panceta ablanda cualquier corazón) o de rabo de toro; o su plato estrella y estelar: el canelón de manitas de cerdo y bechamel de setas.
Una pena que sus postres (tocinillo, profiteroles…), aunque correctos, no sean la guinda que la cocina salada de Can Vallés merita.
Carrer d'Aragó, 95
En definitiva, por la boca muere el pez y, con estos tres restaurantes, por el paladar cautivaréis a vuestros suegros.
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