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Si hay uno que destaca ese es Oriol Balaguer, con obradores en Barcelona, Reus y Madrid. Sus bombones tienen 30 sabores diferentes y preparan todo tipo de pasteles con chocolate como ingrediente principal. También Escribà, es un establecimiento donde la semilla americana ocupa una posición destacada. En 1906 arrancó su andadura, pero no fue hasta la tercera generación cuando Antoni se planteó viajar a París para formarse como chocolatero. De entonces en adelante formará parte de nuestra cultura culinaria.
Moulin Chocolat quiere seguir estos pasos de boutique chocolatera. Su dueño, Ricardo Vélez, lo consigue. Y no es para menos habiendo estudiado en la Escuela Superior de Pastelería y después trabajado en uno de los espacios más tradicionales del turrón cañí: Lhardy.
Están también los clásicos, como El Riojano, en plena calle Mayor madrileña. Fundada en 1855 por el pastelero personal de la reina María Cristina, Dámaso Maza (riojano, claro), todavía conserva sus lámparas y apliques isabelinos y sus techos estucados. Los mármoles de Carrara y la caoba de Cuba llegaron a mediados del pasado siglo. En sus mostradores hay dulces de lo más clásicos: torrijas, panecillos de San Antón o rosquillas.
El mismo ambiente se encuentra en La Duquesita (Madrid), con sus pasteles repletos de crema; en el siempre atestado San Ginés, ideal para trasnochadores desde 1894; o en Camilo de Blas, que aterrizó en Oviedo desde León en 1914. Aquí no hay que dejar de probar sus carbayones, unos pequeños pastelitos de almendra y yema.
En Tolosa venden chocolates, pastas y pasteles elaborados de manera tradicional por la familia Gorrotxategi. Junto a su bombonería se puede visitar el Museo de la Confitería, con artilugios recopilados desde el siglo XV.
Pero la hora del café (o el té, según preferencias), no es una tradición del pasado abocada a la desaparición. Las bombonerías también son el hábitat natural de hípsters, modernos y madres con hijas que quieren hablar de sus cosas. Ya lo saben Pomme Sucre, que Julio Blanco inauguró en Gijón y que ahora también está en Madrid, con un diseño minimalista y mucha atención a los envoltorios; o Mamá Framboise, del joven Alejandro Montes, con hojaldres, bizcochos y macarons que entran por la vista.
El último en llegar ha sido Chök, en la Ciudad Condal. Además de ofrecer mucho bombón y talleres con ideas de cómo prepararlo, en esta antigua chocolatería de principios del siglo XX han reinventado su bollo infantil: la berlina. Este tiene menos azúcar, menos grasa y menos tiempo de fritura.