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Uno de sus antiguos empleados acudió al rescate de este local y sus famosos pinchitos morunos, cuando cerró por jubilación del propietario, salvando así una tradición mantenida por varias generaciones desde 1938. El olor de la carne ensartada en los pinchos sobre el carbón del anafre nos guía hasta el callejón. "Tienen que hacerse siempre en anafre, la carne –aquí de ternera– debe ser tierna y las especias fragantes", apunta Amarush Hassan, dueño también del contiguo 'Caracol Moderno', un restaurante especializado en comida árabe.
Mientras los pinchitos se asan, tapas caseras de cortesía como las patatas bravas, que en Melilla son cocidas y aliñadas con aceite de oliva, pimentón, vinagre, ajo y comino; carne en salsa, albóndigas o sus también famosos caracoles.
Está en el Ensanche Modernista y así lo refleja en su decoración, trencadís incluido. Desde 1991 las cañas desfilan a buen ritmo por su barra de mármol para acompañar tapas como la de caldero del Rif, un guiso especiado de ternera, patatas y verduras.
Pero los expertos del lugar no se marchan sin probar el tortillón, de proporciones asombrosas y "suave como un bizcocho", dice con orgullo el encargado, Juan Ruiz. El pollo a la moruna, las gambas ‘disfrazadas’, la ensaladilla Pérez-Troika o el perrito especial con lomo, tortilla y mahonesa gozan de igual predicamento.
En este negocio familiar la plancha es el epicentro por el que pasa lo mejor del mar, que Pedro de Benito escoge cada día en el Mercado del Real: "Nuestra oferta tiene de 15 a 20 tipos de pescado y mariscos a diario, que varían en función de lo que dé el mar". Cocina de mercado tan real como que no hay carta: la oferta se presenta en el interior escrita con tiza en una pizarra y en la terraza en una pequeña libreta que los camareros presentan a los comensales.
Todo fresco, fresquísimo. Y rico. Como el armao, un pez de apariencia prehistórica con un caparazón duro como el de una cigala y una carne blanca y jugosa, un rape pequeño, frito y para comer con las manos o su perrito de corvina con su salsa de aceite, ajo y perejil son algunas de las tapas que hacen imprescindible este local.
Mustafa Mohamed muestra con orgullo el género del mar en su vitrina, pero con mucho más las fotos tomadas con el móvil de su huerto en Marruecos, donde cultiva de forma ecológica –"tradicional", prefiere– las acelgas que tomaremos en tortilla, y los guisantes, habas, cebolletas y nabos que utiliza en su pequeña cocina.
Producto de kilómetro 0 transfronterizo. "Y estoy empezando a criar gallinas", dice con una sonrisa. Además de sus verduras, son exquisitos los caracoles picantones, la carne a la moruna, las coquinas a la plancha o las turgentes almejas con ajo y perejil.
En este pequeño y bullanguero local se cotiza una plaza en la barra, adonde llegan unos caseros buñuelos de bacalao que pueden tutearse con reconocidos locales en la materia. Pero además, michirones, arroz con marisco, boquerones fritos, escalibada, croquetas de cocido y tapas bautizadas para llamar la atención del comensal.
El Nido del guarro (patatas, huevo, morcilla y chorizo), el Melchor (lomo de cerdo con patatas fritas) o el Hormigón malagueño (ensalada de patatas con alioli y langostinos) son algunos de sus platos estrella.
Dice Diego Salvador que no revelará la receta del hígado en salsa heredada de su madre hasta que se jubile, por mucho que se le insista. Es una de las tapas estrella de este local con solera, que nació en el ambigú de un cine ya desaparecido y creció hasta ser punto imprescindible del tapeo.
Ha visto cómo se pasaba del chato de vino a la caña, de las cigalas hembras escogidas una a una por su padre y hechas en sartén de hierro para servirlas de tapa a la pizarra actual llena de sabrosas propuestas: gambitas fritas, corvina, riñones a la plancha, gambas al ajillo, salmonetes a la plancha, langostinos o chopitos. ¡Será por tapas!
Los hermanos Salvi y Juan García llevan 28 años en la hostelería y han pasado por diversas ubicaciones acompañados siempre de su hermana y su madre en la cocina. Así que es difícil escoger una especialidad entre tanta cocina buena y casera: migas, oreja, rabo de toro, fabada, callos, caracoles, conejo en salsa, sangre con tomate, riñones en salsa y perritos como el de pringá "planchados y calentitos", proclama Salvi.
Por la freidora pasan salmonetitos, bacaladillas o chopos, bajo la atenta mirada –que estamos en una taberna "taurina y del Atleti"– de cabezas de toro como Miraclaro, que indultó El Fandi en la cercana Mezquita del Toreo, la única plaza de toros en activo de África. "Sí, en Melilla hay ahora 'Burger King' y 'McDonald's', pero a ver quién iguala la cocina de mi madre y de mi hermana".
Las tablas de embutidos están en casi todas las mesas, pero comparten protagonismo con una cocina casera a base de manitas, callos con garbanzos, albóndigas o el pepito de solomillo con alioli.
El alicantino Valentín Giménez llegó a Melilla para hacer la mili hace casi cuatro décadas y se quedó, y después de invertir en la noche melillense, cambió copas por tapas en un local en el que también apuesta por arroces y una barbacoa en la que asa carnes de distintas procedencias.
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