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A punto está de cumplir un año y ya es toda una institución, la pieza que le faltaba al puzzle culinario de Zaragoza para erigirse en destino gourmet. Nos referimos a Puerta Cinegia Gastronómica, el primer mercado de la ciudad destinado a conjugar turismo, cultura, historia… y ese arte de los fogones que encumbra, al fin, a esta capital como un referente del panorama patrio. Porque si su cocina está secularmente basada en la alta calidad de los productos que conforman la despensa aragonesa (esa rica huerta, esas carnes estupendas que proporcionan la montaña y el valle…), su aportación ahora es la de combinar el saber popular con las últimas tendencias de vanguardia.
Todo esto lo encontramos en Puerta Cinegia, que toma el nombre de su emplazamiento en la misma entrada de la Zaragoza romana, aquella ciudad llamada Cesaraugusta y fundada hace más de 2.000 años. También de aquella época es el guiño a la estatua tamaño XXL del emperador, instalada en este peculiar mercado por el que han pasado ya, desde su apertura, más de 700.000 personas.
Como otros templos delicatessen de Madrid o de Barcelona, el concepto de este espacio maño (unos 2.200 metros cuadrados de gastronomía y ocio) consiste en ofrecer variedad a través de sus casi 20 puestos. Locales que son una representación de los restauradores clásicos de la ciudad y que sirven platos y pinchos que el cliente podrá degustar en las mesas centrales, donde también se ubican la vinoteca y la cervecería.
Las exquisitas croquetas de Doña Casta, el marisco fresquísimo de El Cantábrico, las tapas de toda la vida de Cervino o los salazones y encurtidos de Pinchapán se codean con otras propuestas de fuera, como una cantina mexicanao un restaurante de sushi. Y también con otros espacios más dulces como Desserts Company (helados, crepes, gofres y batidos…) o Baires, una pastelería argentina donde prima el dulce de leche.
Puerta Cinegia es lo último en apuntarse al auge gastronómico de Zaragoza. Pero no lo único, claro. Porque hablar de esta ciudad es hacerlo (con permiso de El Pilar) de su barrio de tapas por excelencia: El Tubo, apenas un par de manzanas en el casco histórico, cuyas retorcidas calles están flanqueadas de bares. Y aunque existen otros muchos rincones donde entregarse al aperitivo, El Tubo es para los amantes del tapeo un auténtico centro de peregrinaje.
Aquí encontramos locales con solera como Bodegas Almau, una bodega en manos de la familia Almau desde 1870, con sus imprescindibles anchoas con olivas; El Champi, especializado en champiñón de mil maneras; o la casi octogenaria Casa Pascualillo, con su emblemática tapa cigalas de la huerta, que son en realidad ajetes tiernos. Pero también establecimientos con una oferta más innovadora, como por ejemplo Uasabi, una fusión japonesa-mediterránea; o La Ternasca, donde no hay que perderse las patatas sherry con huevos rotos y ternasco.
Pero es en las iniciativas gastronómicas en diferentes días de la semana donde la capital aragonesa exhibe su gran apuesta. Zaragoza está para comérsela y ello explica que fuera la primera ciudad en apuntarse a ‘Nos vamos de bartes’, un proyecto que incluía en los bares talleres de escritura, conciertos, monólogos e intercambio de idiomas para fomentar el consumo los martes. Y también que pusiera en práctica los miércoles de Tapas Solidarias, con una interesante oferta vino-tapa para destinar parte de lo recaudado a la Asociación de Mujeres Aragonesas de Cáncer.
Y por supuesto, también explica que hoy nadie se pierda Juepincho (de la combinación jueves + pincho) en el barrio de la Magdalena. Los bares de la calle Heroísmo, San Jorge, Mayor y Estudios conforman la gran ruta del cañeo al ofrecer tapa y bebida al módico precio de dos euros. Eso sí, encontrar un hueco en la barra suele ser misión imposible.