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Comentaba el maestro Horace Silver que el jazz se toca, pero sobre todo, se cocina. El pianista y compositor de Connecticut se autodenominaba, desde la humildad, "cocinero del jazz". Era un amante de salpimentar esa música de los dioses con toques "picantes" (“éramos jóvenes y queríamos devolverle al jazz algo de su pimienta”, Silver dixit). Del maridaje de la tradición blues y gospel con el jazz moderno se sacó de la manga el hard bop, el estilo prevanguardista que tanto triunfó en el Nueva York de los años 50.
Quién pillara a Horace Silver (falleció hace dos años) estos días en Vitoria, sentado con su piano en el templo de Mendizorrotza o tomando unos pintxos por el casco histórico. Porque Vitoria-Gasteiz, en verano, es mucho más que jazz. Es pura gastronomía, mezcla de tradición y vanguardia (como el hard bop). Su oferta es abrumadora y de altísima calidad, y el Festival de Jazz, que este año se celebra del 12 al 16 de julio, es sólo una de las excusas perfectas para visitarla, pero sobre todo, para degustarla.
Vitoria, que en 2014 fue declarada 'Capital Española de la Gastronomía', ha marcado el arranque de este verano con un pulso frenético a ritmo de pintxos y de jazz. Justo en la semana previa al Festival, para calentar motores, se dan cita en la capital de Álava dos propuestas ineludibles: la 'Semana Grande del pintxo' y el festival de jazz del Casco Viejo (Jazzaharrean).
Parece la mejor antesala para aquellos viajeros que opten por visitar la ciudad en la semana que hoy arranca. Bares, tabernas y restaurantes tendrán incorporado a sus cartas el pintxo que más haya triunfado para que los amantes del jazz disfruten de la gastronomía de la ciudad en las horas previas a los conciertos que arrancan en Mendizorrotza y el Teatro Principal, y se prolongan hasta bien entrada la madrugada en los dos escenarios (entrada gratuita) del hotel NH Canciller Ayala.
Y para arrancar siguiendo la tradición, la ciudad propone el gran reto: devorar las 20 rutas del 'pintxo-pote', ese maravilloso 'invento' que en mayo de 2003 revolucionó la hostelería vitoriana. La asociación de comerciantes y hosteleros Gasteiz ON creó la ruta de las Barricas para atraer al público de los sábados por la mañana aprovechando el tirón del Mercado de la Almendra.
Se les ocurrió ofrecer un pintxo junto a un pote (trago, bebida) a un precio cerrado y la idea, muy extendida ahora por toda España, triunfó desde el principio. Cada establecimiento propone sus mejores pintxos acompañados de una buen 'criancita' de la Rioja Alavesa, un txakolí o un zurito (corto de cerveza). "La coca cola y el nestea están prohibidos", dice con sorna un vitoriano de pro defensor a ultranza de sus tradiciones.
Que nadie se asuste, cualquier bebida es buena para degustar la gastronomía de los barrios que acogen las rutas (ver pág. 7 Enogastronomía). Las Barricas, Gorbea, la Ruta de la Virgen Blanca, Olaguíbel, Kutxi, Arana, Salburúa, Zaramaga y Lakua, entre otras tantas, hacen las delicias del oriundo y del viajero. Para que haya tiempo de recorrer la mayoría de ellas, las rutas como tal se reparten por días: miércoles (Olaguíbel), jueves (Gorbea, Lakua, Judimendi…), viernes (San Martín, Zaramaga…) y sábado (Kutxi…).
Es una ciudad tan agradable y abierta que, a poco que uno apoye el codo sobre la barra, no tardará en recibir conversación y recomendaciones de los clientes de toda la vida. Arrancar el poteo (acto de ir de bar en bar tomando sólo un pote para poder recorrer muchos) en Sagartoki (pleno centro) es una buena opción. Sus famosas tortillas, su baby con queso de cabra o con morcilla, o la tempura son de bandera. En Eduardo Dato, al lado de la escultura del caminante, hay que parar en Saburdi (maceta y pato y humo han sido sus rompedoras propuestas en la Semana Grande del Pintxo, pero no olvidemos la copa de pulpo o la mini hamburguesa) y en Usokari (sorprendente Zipi y Zape y sus cremas).
Obligatorio pasar por la Malquerida, en Correría (Casco histórico), al lado de la Virgen Blanca, para degustar sus callos 'enfadaos' (va de morros) o su nueva propuesta, la croqueta de foie con mango y manzana. Muy cerca, en la cuesta de San Francisco, el Toloño con su magistral y premiado irlandés de perretxicos, una apreciada seta que también da nombre a la última aventura del cocinero Josean Merino (Restaurante MarmitaCo), con una barra plagada de atrevidos pintxos.
Arriba, en la parte alta del casco medieval, conviene visitar Hor Dago, sin dejarse atrás tantos y tantos sitios. Es difícil elegir entre tanta taberna, pero hay que hacer un esfuerzo. Aupa, Casa Juan, Erkiaga, Gardoki, Gazteiz Bi, el Zabala, El Rincón de Luis Mari o el Puerta Grande, entre decenas de ellos, son opciones a tener en cuenta, aunque si se dispone de tiempo y se apuesta por comer bien sentado, Portalón (dispone de más de diez menús temáticos), Zaldiarán (Dos soles Repsol; el menú degustación de verano ya está listo), Matxete o Querida María son de las mejores propuestas.
El café para después de comer o potear puede disfrutarse en Aldapa, sitio de referencia en la capital alavesa. Si aún hay hueco se puede tomar un helado artesanal en Heladería di Breda. Para copas nocturnas, la oferta también es abrumadora. Una vuelta por el ensanche neoclásico nos lleva al O'conorrs, Man in the Moon y Dublin (los tres suelen ofrecer música en directo). En el casco viejo se puede disfrutar de una buena copa en Burdina y Zilarrán, al igual que en la cuesta, en Zabala o en Gastiz Bi, o en los pubs de San Prudencio.
En definitiva, Vitoria cuenta con una oferta inagotable de buen comer, buen beber y mejor música, que en verano -y más en concreto, en el marco del Festival de Jazz-, la convierten en uno de los mejores destinos del norte de España.
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