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Hay muchas 'Marbellas' dentro de Marbella. El municipio es un destino gastronómico en sí mismo con un puñado de restaurantes que forman parte de la flor y nata de la gastronomía. Sin embargo, aún hay hueco para lo más auténtico y familiar, para esos lugares donde arriban los marbellíes atendidos por gente sencilla que no hace caso de las tendencias y que poco o nada tienen que ver con lujos y famoseos.
Solo hay que ir al casco viejo. Allí se concentra quizá lo más jugoso, pasajes que conservan la esencia del pueblo que fue Marbella, con sus casitas blancas, maceteros cargados de flores, tiendas y patios. En ese corazón todavía se siente el latido de bares y tabernas que llevan media vida de fidelidad a la tradición. Lugares donde comer es asequible y se da lustre a la fritura de pescado, los espetos, los guisos e incluso los bocadillos… Sitios sobrados de verdad donde, de vez en cuando, se puede ver a chefs como Dani García, Mauricio Giovanni o Diego del Río, porque ellos saben mejor que nadie lo bien que se come en estos bares.
La plaza de la Victoria puede ser un punto de partida céntrico para una ruta de tapeo marbellí. De allí parte la calle de San Lázaro o callejuela, mejor dicho, porque en algunos de sus tramos si extiendes los brazos tocas ambos muros. Oculto en este pasadizo de vegetación y paredes blancas está 'El Estrecho', una de las tabernas más veteranas, abierta desde 1954, capitaneada por Ildefonso Guerrero, hijo de los fundadores, Paco e Isabel.
"Aquí servimos las tapas típicas de Marbella y algunas incorporaciones que se nos ocurren", comenta Ildefonso. Ensaladilla rusa, carne con tomate, boquerones en vinagre, sardinas rebozadas al limón y sin espinas, albóndigas, jamón ibérico y también platos del día con guisos que borda Reyes Cantarero, una cocinera que lleva 20 años en la casa. "Tenemos tres generaciones de gente local que vienen a comer habitualmente", cuenta Guerrero, "sobre todo los fines de semana". Mientras, los días laborables son para los extranjeros residentes que ya han adoptado las costumbres locales y saben dónde está lo bueno.
Y del callejón al Mercado Municipal de Marbella (a cinco minutos a pie, como mucho), alojado extrañamente en la tercera planta. En el puesto 38 sirven los bocadillos de carne mechá que vuelven loco al cocinero malagueño Dani García. Rubén Pérez tiene la culpa. Él regenta el 'Bar Fiesta', un reducto de cocina tradicional que se nutre con los productos de los puestos vecinos. Son 34 m² de taburetes y barra a los que se suman una terraza interior al aire libre con mesitas.
También tienen platos combinados, ensaladas, papas relías y arroces, su reclamo principal son los bocatas. En este sentido, hay muchos, pero lo más suculento está en un apartado de 'sugerencias' con unas nueve variedades: Guateque (tortilla francesa, jamón serrano y tomate); Campero cubano (mollete, carne mechá, beicon, queso, pepinillos y mostaza) o el Fiesta (de carne mechá, tortilla española y rodajas de tomate), entre otros.
Casi enfrente de allí aparece 'La Polaca', uno de los puntos calientes de la cultura popular marbellí. Francis Guzmán, melómano, tabernero y agitador del arte, es el alma inquieta detrás de un espacio que engancha la mirada con mil cachivaches repartidos en cada rincón (teléfonos antiguos, cajas de Cola Cao, decenas de fotos en blanco y negro…) y que parece más un museo anclado en los años 60, 70 y 80 que una taberna.
Lo frecuenta un público 100 % local que acude para disfrutar de sesiones de microteatro, música yeyé, fiestas frikis como la Raphael Parade (que reúne a imitadores del cantante de toda España) y también una carta amplísima de bocatas, raciones y sartenes. Es un local con muchos espacios repartidos en dos plantas con zona de barra, mesitas, terrazas, donde cada uno puede encontrar su sitio y pedir desde unos callos o un salmorejo hasta unos flamenquines de jamón y coliflor. Por las noches, manda el copeteo.
Recomendado por el propio Francis, casi al final de una calle en cuesta, surge el 'Bar Francisco', anunciado con un escueto cartel en la parte superior de la entrada. Azulejos andaluces hasta el techo, barra de estaño, botellas de licores, mostrador de cristal… luce el pack completo de bar de toda la vida. Eso sí, todo impoluto. A Francisco Sánchez lo conocen como 'Paquito el limpio' y así ha bautizado su negocio la clientela.
"Aquí no viene gente solo de Marbella sino de toda España y si no llegas rápido se lo comen todo", asegura Francisco que lleva más de 30 años al pie del cañón junto con su hermana Toñi. "Vengo desde Coín a por mi tapita de bacalao con tomate", dice una clienta. Es uno de sus platos estrella, aunque también tienen albóndigas con tomate, rosada en adobo, calamares y boquerones fritos, salmonetes, pulpo a la gallega, "lo hacemos todo entre mi hermana y yo", explica Francisco quien, leal a su fama, remacha: "Lo fundamental es freír con el aceite limpio".
Fuera del casco viejo, cerca de la playa, está la 'Taberna Gaspar'. En marcha desde hace casi 24 años, desde que un aficionado a la cocina, Gaspar Fernández, pusiera la primera piedra de este santuario de la buena mesa y las recetas de siempre. Aquí las prisas están prohibidas, se viene a comer y a disfrutar comiendo. "Nuestra clientela viene sin saber lo que hay para ese día, pero confían. Se come lo que hay", señala Carlota Fernández, hija del fundador y ahora la timonel de esta casa de comidas.
En este bonito local estilo rústico en forma de 'u', con mesitas para 45 comensales y una pequeña barra, hay que reservar sí o sí. El motivo es que se llena día y noche, en invierno y en verano. Raciones abundantes, buenos guisos, producto fresco, un recetario que retrotrae a la infancia son algunos de sus reclamos. Hay una carta fija y muchas sugerencias según lo que Gaspar encuentre en el mercado: cuscús de cordero, arroz con marisco, croquetas de jamón, potaje de garbanzos, albóndigas, rabo de toro, pescados… y una tortilla de patata muy top.
Y no se puede acabar este recorrido sin acercarse a la playa para comer un espeto. Sitios hay muchos para degustar este manjar, pero uno de los mejores representantes es el 'Chiringuito Pepe's Bar Marba- La', de José Ravira, una institución en el arte de ensartar pescados y hacerlos a la brasa. Leña de olivo, producto fresco y sutileza al enclavar las piezas para no romper la espina son las claves que les han hecho ganar varios premios.
"Los espetos son la estrella del chiringuito. No sabría decir cuántos pueden salir en una jornada, pero son muchísimos", asegura Luisa Ravira, hija del fundador y ahora al frente de las operaciones, mientras que su padre se dedica más a seleccionar la materia prima. Las sardinas son las reinas de la fiesta, pero tienen más espetos: de chicharro, lubina, besugo, salmonetes… Y también otras especialidades (arroces, carne, ensaladas, etc.) en una carta con un apartado muy potente de pescadito frito y marisco. Y todo con el mar Mediterráneo como fondo.
Otros sitios recomendados por los propios hosteleros ya mencionados en este reportaje son lugares como el 'Diamante' (c/ Vicente Blasco Ibáñez, 3), cerca del campo de fútbol, un bar de barrio especializado en pescados y marisco; 'El Cordobés' (c/ Arte, 7), al lado de la muralla, que según Francis, de 'La Polaca', son unos excelentes "espeteros de secano"; 'Bar El Ceuta' (c/ Buitrago, 2), tapeo, pescadito frito y marisco a la plancha; y 'La Niña del Pisto', en la callejuela de San Lázaro, otra institución del tapeo sureño ajena a las redes sociales y a la vorágine foodie. Y que duren 100 años más.
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