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"Mamá tiene ese plus de las cocineras de siempre. Es el testimonio aún vivo de la cultura gastronómica trasladada a la cocina catalana", dice Sergi de Meià intentado mirarnos aunque, irremediablemente, sus ojos se volteen al ver, con un orgullo irreprochable y genuino, a la mujer que le acompaña.
Ella es Adelaida, la mare, una mujer de campo e instinto, de esas que lleva el reloj bajo la piel y los vasos medidores en el cuerpo y a las que todo se les da bien porque parecen tener un sexto sentido tan desarrollado que casi suman siete. "También tengo mucho genio… y mi hijo lo ha heredado de mí", confiesa sonriendo, en una mezcla agridulce de amor y carácter.
Juntos, en 'Sergi de Meià', su casa en la calle Aribau de Barcelona, han conseguido hacer una cocina "desacomplejadamente catalana", recuperando recetas antiguas a partir de un nosotros complementario y fascinante que se nota en recetas como los pies de cerdo.
Los de Sergi son deshuesados, con un sofrito complejo cargado de especias y combinados en plato de cuchara y albóndigas. Los de Adelaida llevan hueso, se rebozan en pan rallado, fríen, gratinan y se sirven con patatas fritas. "Son como los que te comerías en casa", apunta él, y ella remata con un certero "por eso es bonita la diferencia y que cada uno tenga su sabor".
Por si hubiera aún dudas, a esta pareja de ADN catalán el territorio le corre por las venas porque nadie habría podido explicarlo mejor que Adelaida, "lo que sí tenemos muy claro es que desde el ajo hasta el cerdo tienen nombre y apellido". Y su libreta de direcciones está cargada de estos scouts de la "catalanidad".
En esta antiquísima bodega "los caracoles de mar son enormes y las frituras extraordinarias". Asegura Sergi que allí mandan a todos los guiris y salen fascinados.
Un espacio que combina restaurante, bar y tienda, y donde, además, se elabora una cocina pirenaica moderna.
"Está donde Jesucristo perdió la sandalia y la túnica y todo… en medio de la nada, vaya", comenta Sergi, compartiendo espacio con el dispensario médico del pueblo. Allí está este bar donde el porc ibèric, el pato, los productos autóctonos y las setas son imprescindibles.
Fundado en 1771 y regentado desde entonces por la familia Parellada, es conocido por su cocina enteramente catalana, cargada de arroces y guisos. "Son muy conservadores en su comida, pero es gente que trabaja muy bien", comenta Adelaida.
Si viajamos a Andorra desde Barcelona, Adelaida recomienda parar en este lugar y probar los caracoles, las perdices y la carne a la brasa.