Actualizado: 15/02/2018
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Una joya donde el medievo persiste
Agénciese un babero, una teja y no se prive de mancharse. Adopte la postura del faquir: piernas abiertas, espalda recta, mirada al cielo… y calçot al canto. Para acompañar, moje y vuelva a mojar en la salsa romesco.
La versión más común sobre el origen del consumo del calçot es la de un payés del siglo XIX, que un buen día decide tostar una cebolla clásica de la zona leridana y al pelar las hojas exteriores descubre que el interior es tierno, dulce y sabroso.
Para contrastar esa dulzura, los locales aplican una combinación imbatible: mezclarlo con salsa romesco. Es el acompañante perfecto de esta verdura que, aunque nacida en Lleida, se ha hecho célebre en Tarragona. La temporada de calçots es ahora, así que si anda usted por tierras catalanas o aragonesas (donde también gustan de esta delicia), agénciese un babero y no tenga piedad. Mancharse es obligatorio y si no lo hace es probable que le tomen por un turista.
Óscar Manresa (chef y director de 'Food & Music') aconseja adoptar la postura del faquir para comerse el calçot con propiedad: piernas abiertas, espalda recta, mirada al cielo... y cebolla al canto. También puede comérsela con ceremonia y hasta con pompa, pero entonces no se reirá ni la mitad y la calçotada es una exaltación gastronómica de la amistad y el cachondeo que hay que vivir sin manías.