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En un mercado tan atípico como el de la Sagrada familia (el único que cierra los lunes), hay que agradecer la presencia de un bar tan bar como 'El racó del mercat'. Con inconfundible vocación gastronómica, a este sitio con pocas mesas y de barra clásica no le faltan comensales dispuestos a probar sus fantásticos mejillones, sus calamares, sus desayunos de cuchara (de albóndigas a sepia) o sus pinchos.
Destacan también su media docena de tipos de aceitunas tratadas con esmero, una empanadilla de atún de tamaño considerable o una empanada más grande que la anterior.
Además, breve pero estupenda selección de vinos, buena música (se agradece) y una selección de platillos que sorprende en un lugar en el que muchos esperarían un simple bocadillo. Abren pronto y cierran pronto pero, excepto en domingo y lunes, siempre cocinan caliente.
Un espléndido caso de inteligencia empresarial combinado con una especialización óptima dan como resultado (a veces) cosas como esta: una pollería con barra.
En su barra se sirven unas croquetas maravillosas, un pollo asado a la vieja usanza y unas cuantas ensaladas con espléndida materia prima. Pollo empanado, a la plancha, con roquefort o con lo que usted quiera.
A un lado la pollería, con los clásicos y los precocinados; al otro, una suerte de restaurante disfrazado de espacio de degustación. Uno escoge en un lado y se lo cocinan a tres metros de allí.
Si le apetece algo especial, el dueño va a buscarlo a la parada de al lado, o a la otra. Ventajas de estar en uno de los mercados más modernos de Barcelona, renovado además de una forma intachable: El Ninot. Buenas patatas, buen pan, grandes rebozados y un pollo para chuparse los dedos. ¿Lo mejor de todo? Un precio justo.
En el mercado con más saturación turística de Barcelona, el de Santa Caterina, es fácil comer, o bien en el mercado o en los alrededores.
La oferta es infinita. Sin embargo, nosotros recomendamos entrar en el propio mercado y buscar el bar más famoso para los locales: el 'Bar Joan'. Es un sitio pequeño, con una barra más grande que el comedor, y en el que nunca faltan multitudes.
Al mediodía tienen un menú de varios quilates en los que siempre hay su magnífico bacalao a la llauna, una paella deliciosa con marisco fresquísimo o un fricandó de ternera que hará las delicias de cualquier gourmet.
Por la mañana, colas para desayunar, tortillas tan buenas que parece que tengan hombreras, un sabrosísimo bocata de chistorra y unos callos que no desmerecen nada de lo anterior. Los nativos se vuelven locos por su arroz negro: si cuando visite el bar lo tienen, no dude en pedirlo. No se arrepentirá.
El más alejado de todos los circuitos gastronómicos barceloneses (el barrio de Les Corts, famoso por albergar el campo del Barça, queda un poco a desmano) es también uno de los secretos mejor guardados de la Ciudad Condal.
La gente habla de sus calamares a la romana, seguramente porque es difícil encontrar unos similares en ninguna otra parte, pero sus pescados (los propietarios del bar son también dueños de varias paradas dedicadas a los nobles habitantes del mar) son extraordinarios.
El bacalao, las gambas, las cigalas, cualquier cosa que pongan en su plancha. Cuidado, porque está siempre hasta las trancas y hay que tener paciencia. Ya por añadir, si lo tienen (seguramente sí, pero seamos cautos) pidan almejas o mejillones y si se quedan con hambre, opten por sus croquetas de ceps (una seta adorada en las comarcas catalanas). ¡Ah!, y de todos los bares aquí listados es el que tiene una selección de vinos más trabajada. Que conste.
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