Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Son apenas las siete de la mañana cuando los hermanos Castañeda, Carlos y Águedo, se dirigen a una de sus plantaciones para empezar a recoger piñas. Tienen varios terrenos en Frontera para organizar la producción y que les esté generando fruta durante todo el año, porque el cultivo y recolección de la piña de El Hierro es un proceso largo y delicado. De ahí viene buena parte también del esmero que le ponen estos dos agricultores a cada una de las plantas que crecen en sus tierras sobre unos surcos cubiertos de un plástico negro entre los que brotan las hojas fuertes y lacerantes que protegen al fruto.
"Con el plástico se mantiene una temperatura más o menos similar para que la planta no sufra estrés, como dicen los técnicos", explica Carlos, así "si hace mucho frío por la noche, por la mañana a la piña le cuesta mucho recuperarse y con esta cubierta mantiene un microclima". Aunque este valle en la isla es muy apropiado para el cultivo tropical, aquí también se dan el plátano, el mango o la pitaya, cualquier ayuda es buena para cuidar de una fruta que se toma su tiempo para crecer, como si estuviera marcada por la lentitud que imponen las temperaturas de las latitudes tropicales.
La planta tiene una vida corta, máximo cuatro años, y hasta los 16 o 18 meses, dependiendo de cuando haya sido plantada, no da su primer fruto: una única piña. Como mucho, volverá a dar otro fruto después de muchos meses y, con suerte, podría incluso llegar a dar un tercero. Eso sí, lo que produce, además de la piña, son dos o tres hijos, esquejes, que son cortados y trasplantados en los agujeros que han hecho previamente en ese plástico negro que cubre los surcos.
Carlos camina por la finca con pantalones vaqueros y guantes para protegerse de las puntiagudas hojas y las coronas de las piñas, que arañan sin piedad al que osa acercarse. Para poder recoger piña todas las semanas, los hermanos siguen un calendario organizado. "Esas fueron plantadas hace cinco meses; estas otras, hace dos; y las de allí, hace ya cuatro años", asegura Carlos señalando hacia unos surcos u otros, explicando las diferencias de cada una de sus plantas por edad que a sus ojos son tan claras. Aunque siguen su agenda, y eso implica sembrar prácticamente durante todo el año, este herreño reconoce que "la buena época para plantar es a partir de marzo que empieza a calentar el sol".
Después, hay que esperar a que la planta esté lista para "reproducirse" (curiosamente todo el cultivo de la piña –al igual que el del plátano– recurre a la nomenclatura reproductiva de los mamíferos). En el campo han encontrado una forma de provocar el parto, es decir, la floración de la planta. "Las inducimos con un líquido, una gotita de carburo (de calcio), solo a las que hemos seleccionado porque tienen que ser plantas fuertes, como los animales, tienen que estar listas para reproducirse si no, pues te echan un hijo enclenque, una piña pequeñita", subraya Carlos mientras muestra cómo ese líquido acelera la floración y marca a la planta también con un color blanco que permite hacer distinciones entre las que están inducidas y las que no. "Cuando empieza a parir, deja de crecer y empieza a ponerse fea", se ríe el agricultor para explicar que es así como la mata concentra todos sus esfuerzos en el hijo que está por ver la luz.
De esta forma, siempre hay piña creciendo y ya madura. "Controlamos la planta para que no paran todas juntas y poder tener piña todo el tiempo. Le pones el líquido y a los 30 o 40 días empieza a parir, es decir, a ponerse roja y a formar la piña, y desde ese momento hasta que la piña está para recoger tienen que pasar otros 6 o 7 meses".
La piña, originaria de América, llegó a la isla de El Hierro a finales de 1986 desde Venezuela con los sueños rotos de muchos canarios que habían hecho su vida en el país latinoamericano y se vieron obligados a regresar a casa. Los hermanos Castañeda son de los que pasaron un tiempo al otro lado del Atlántico y desde que retornaron a su isla se han dedicado a la tierra con las piñas y plátanos. Águedo, más callado que Carlos, se mantiene subido en el pequeño camión donde el joven que trabaja con ellos va depositando las piñas que recoge en los surcos en un cubo de unos 20 kilos. Las deposita con mucho cuidado sobre una manta, mientras Águedo las prepara para llevarlas a la cooperativa de agricultores de Frontera: les arregla la corona y la parte baja; después las termina de limpiar con un cepillo.
Aquí se hace todo a mano. Es la única forma de tratar a la piña como se merece, que no solo por la corona se la conoce en América como la reina de las frutas. Para poder cumplir con esos cuidado, los hermanos Castañeda se han dividido muy bien las tareas. Si Carlos es el encargado de inducir la floración, Águedo tiene una misión aún más delicada. "Hay que descoronar a la piña para que la corona no crezca mucho y le quite fuerza al fruto", explica Carlos. Águedo usa un tubito de cobre con un diámetro pequeñito que introduce en la parte superior del fruto, le da una vuelta y saca un pellizco. "En el trabajo de descoronar hay que concentrarse bien para que no mates a la piña. Si te pasas, puedes herirla y se pudre".
No solo con el tema de la corona tienen que tener cuidado. La delicadeza de la piña requiere protegerla de plagas y enfermedades como la cochinilla o el pulgón, pero sin productos químicos. Estas piñas son ecológicas y todo influye para garantizar el sabor y la textura del producto. Incluso, el viento. "En febrero viene un viento del sudeste que sopla muy fuerte y puede afectarla. Para eso le ponemos unas mallas, que actúan como una especie de valla para protegerlas".
Ellos cultivan dos variedades de piñas: la roja española y la MD2. "El color amarillo naranja es el ideal para comer la roja española", asegura Carlos, quien prefiere esta por tener la opción de comerla de muchas maneras sin estar en su plena maduración. "La MD2 tiene que estar en su punto exacto". Aunque el agricultor también matiza que esto es una simple cuestión de gustos. Ahora parece haberse puesto de moda la MD2, pero le cuesta más adaptarse a esta tierra dificultando su cultivo.
Preparada en el camión por las rápidas manos de Águedo, la carga está lista para ser entregada en la cooperativa, que solo recoge piña los miércoles y los jueves (el resto de los días laborales se dedican al plátano). "Una piña de menos de un kilo te la pagan a 80 céntimos; y la de dos kilos te la pagan a 2 euros", cuentan los hermanos analizando la recolecta del día, que saldrá el viernes en los barcos hacia otras islas. "Aquí se vende muy poco, la mayoría de la producción sale para Gran Canaria y Tenerife. A la península mandamos cuando sale la feria de Canarias y por ser un producto canario la gente lo valora y lo compra, pero eso es algo muy puntual".
Una vez en la nave de la cooperativa, el encargado, Juan Pedro Padrón, cuenta más sobre esta fruta de El Hierro: "La piña tropical tiene una producción de 900.000 kilos anuales en la isla y solo se consume en Canarias. En la isla se distribuye a supermercados básicamente o, en menos cantidad, a algún restaurante como puede ser 'El Mirador de la Peña' o el mercado de El Hierro. Esto va directamente para Las Palmas y Tenerife, que se vende a los hoteles. Un 60 % o 70 % se la sirven a los turistas".
Su dulzor y su fragancia hacen única a la piña de El Hierro. Aquí es considerada "un producto de lujo" y como tal es tratada desde el campo hasta que se reparte para llegar al consumidor final, ya sea como desayuno en un hotel o como base para la piña rellena que se sirve en algunos restaurantes canarios.
En general... ¿cómo valorarías la web de Guía Repsol?
Dinos qué opinas para poder mejorar tu experiencia
¡Gracias por tu ayuda!
La tendremos en cuenta para hacer de Guía Repsol un lugar por el que querrás brindar. ¡Chin, chin!