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A Xavier Frauca lo de los huevos le viene de familia: "Mi padre me dijo que me buscara la vida y eso hice", dice con una sonrisa. La familia, su familia, tenía gallinas, un buen montón de ellas. "Empezamos con 500 y ahora, pues tenemos unas cuantas más", se carcajea.
Efectivamente, ahora el pequeño de los Frauca tiene unas 40.000 gallinas. Cada año añade unas cuantas más a la libertad, a ese cupo que pueden pasear libres por la granja sin preocuparse por nada más que no sea poner huevos. "En ese sentido, he ido al contrario de la filosofía de mi padre y he intentado tener más y más gallinas en libertad".
El cuartel general de Frauca se sitúa en Calaf, en la Alta Segarra, uno de esos lugares de Cataluña que aún siguen conservando el encanto paradisíaco de las cosas viejas, sin que "viejas" contenga ni un gramo de negatividad. Allí tiene Frauca su centro de proceso, en el que, se dice pronto, es capaz de expedir 400.000 huevos a la semana, es decir, mas de un millón y medio de huevos al mes.
Su producto es famoso en todo el territorio catalán y, a veces, hasta se atreve a ir un poco más allá: "Estamos probando en Andorra" dice con la expresión del que acaba de hacer una travesura.
Los huevos de Frauca son un clásico de la hostelería barcelonesa y no hay restaurante de altos vuelos que no esté en la lista de clientes de este señor de ojos claros y risa fácil que habla por el móvil más que respira.
Él, por supuesto, tiene una explicación: "No tengo comerciales. Soy yo mismo el que hago esas cosas, y claro, estoy todo el día al teléfono. Parece que es él el que me tiene a mí y no al revés". En algunos establecimientos de lujo aún le recuerdan, llegando con una caja de huevos y preguntando por el jefe. "Había que hacerlo de alguna manera, ¿no?".
Las gallinas se pasean por sus instalaciones de Calaf entre el sol y la sombra, mientras el propio Frauca anda por allí haciéndose con el preciado botín. Su nueva obsesión es abrir una granja ecológica en la que pueda albergar a miles de gallinas, militando en la máxima categoría de las hacedoras de huevos.
"La Unión Europea pone reglas muy duras cuando se trata de algo así: vienen a examinar el terreno, se aseguran de que no se haya cultivado nada allí durante cinco años, porque eso influiría en la alimentación de las gallinas... Pero estamos en ello", cuenta, al estilo de un matemático que examina todos los resultados de una ecuación.
En sus dominios, a una hora de Barcelona, el tiempo transcurre de un modo distinto. Todo es silencioso, tranquilo y hasta las gallinas parecen adaptarse a ese reloj que nunca acaba de mover las agujas.
Pero Frauca no puede vivir solo de silencio y frío (la Alta Segarra puede ser un lugar gélido) y, por eso, su negocio se divide entre servir gran producto a la hostelería y sus paradas en diversos mercados, del Ninot a La Boquería.
"Ahora voy a tener que subir el producto porque la economía es lo que es. Y el año que viene tendré que volver a subirlo, no tengo más remedio", cuenta mientras especifica que los grandes cocineros saben muy bien lo que buscan en un huevo: "A ellos no les importa pagar, pero más vale que les lleves lo que piden. Si te piden un huevo de primera puesta, pues más vale que sea de primera puesta. Y si lo que les llevas no les convence, no se andan con florituras. ¿Que si me gusta? Siempre he preferido a la gente que no tiene pelos en la lengua", confiesa.
Frauca recorre cada día un par de veces el camino que lleva de Calaf a Barcelona y de Barcelona a Calaf, solo para asegurarse de que todo está en orden. Allí, entre viaje y viaje, piensa en un futuro con gallinas en el que todo funcione de forma más fluida.
Finalmente, Xavier nos responde a la pregunta del millón de euros: "¿Qué diferencia hay entre el huevo ecológico y el normal? Pues mira, te puedo dar dos respuestas. Una es que no hay ninguna a menos que seas un auténtico connoisseur. La otra es que la yema tiene un color distinto y la clara también. ¿Con cuál me quedo? Con la primera (Risas)".
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