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La vega del Nalón es el escenario donde está teniendo lugar una revolución agrícola en torno a una fruta exótica que procede de Oriente y que empezó a cultivarse aquí hace cuatro décadas. Lo que parecía una excentricidad, como plantar kiwis en una isla en mitad del río, se ha convertido en el símbolo de uno de los nuevos motores económicos de la comarca del Bajo Nalón.
La autovía del Cantábrico (A8), al poco de pasar junto al aeropuerto, se eleva sobre el amplio valle formado por el mayor de los ríos de Asturias y se convierte en el mejor mirador para contemplar el territorio del kiwi. Desde Cornellana hasta Soto del Barco, pasando por Pravia, se extienden las plantaciones de este cultivo a ambas orillas del Nalón, que riega esta vega fértil donde también se da la faba entre las masas boscosas que se extienden hacia el interior.
Al norte, muy cerca de la desembocadura en la ría que divide los puertos de San Esteban de Pravia y San Juan de la Arena, aparece una isla entre meandros, la de Arcubín, que concentra la primera gran explotación de esta fruta en la región. Pero ¿por qué aquí? “Este es el mejor sitio del mundo para sembrar esta variedad”, afirma Juan Olivo Cimas, propietario del terreno. Entramos en la isla de los kiwis.
Bosques de eucaliptos y montañas elevadas, valles profundos y praderas húmedas, una costa escarpada y una temperatura suave durante todo el año. Las condiciones climáticas de Asturias no son tan diferentes a las de Nueva Zelanda, donde este cítrico goza de mayor arraigo a pesar de que, en contra de la creencia popular, no procede de este país oceánico.
Yantao es el nombre que tiene esta fruta en China, donde es originaria y donde crece de forma silvestre a orillas del río Yangtsé, en un sector subtropical. “Las condiciones que tenemos en la isla son casi las mismas que las de esa zona, por el clima, por encontrarse en la misma latitud y en un estuario, por tratarse de un terreno muy fértil, además de estar cerca del mar”, cuenta Olivo.
“Son los requisitos idóneos para plantar kiwi”. Al abrigo de los fuertes vientos y de las temperaturas extremas que lo dañan, esta variedad cítrica parece haber encontrado su lugar en la comarca. “Las vegas de los ríos asturianos son las mejores del norte al tratarse de caudales salmonícolas, ricos en minerales y limos excelentes para el cultivo”. Así lo explica Juan Antonio Lázaro, gerente del grupo de desarrollo rural Bajo Nalón.
¿Cómo ha llegado hasta aquí? A comienzos del siglo XX, los ingleses empezaron a cultivar esta fruta por diferentes lugares del mundo, hasta encontrar en Nueva Zelanda su tierra prometida. Serían, de hecho, los neozelandeses los que la bautizaron como hoy la conocemos por su aspecto peludo y marrón, similar al del kiwi, un ave sin alas nativa del archipiélago y emblema del país, ahora en grave peligro de extinción.
En España empezaría a sembrarse a finales de los sesenta en la zona de Pontevedra y, posteriormente, en otras zonas de La Rioja, Navarra, Cataluña y Valencia. Por aquel entonces se trataba de un producto desconocido en nuestro país, obligado a buscar su mercado en otras latitudes. A comienzos de los setenta empezaría su cultivo en el Principado de Asturias y, en la última década, alcanzó su apogeo definitivo. Las claves: el aporte constante de agua, los suelos repletos de nutrientes y un crecimiento de las temperaturas medias en las últimas décadas. El Bajo Nalón se ha convertido en el mejor competidor para el archipiélago. Al menos en calidad, donde la isla de Arcubín es su exponente.
Esta era antes una pradera donde pastaban las vacas en mitad de río hasta que, hace casi cuarenta años, se introdujo el germen del cítrico. El responsable fue Manuel Olivo, el padre de Juan, hasta entonces director técnico de Química del Nalón. En uno de sus viajes por Europa encontró en su desayuno una fruta verde y peluda que no había visto en su vida. “Empezó a investigar y llegó a la conclusión de que ese fruto se podría cultivar bien en Asturias”, cuenta Olivo mientras pilota la barcaza desde el embarcadero de Soto del Barco rumbo a Arcubín. “Compró esta parcela y empezó a plantar esta variedad”.
Nos adentramos en esta selva aislada donde los kiwis dominan cada una de sus 25 hectáreas. Hileras de cientos de metros y disposición en espaldera caracterizan el cultivo de este árbol que posee grandes hojas para captar los rayos de sol, hasta cuando no los hay. También demanda hasta 30 litros diarios de agua, pero de eso no hay problema aquí. Su ordenamiento facilita el trabajo de poda y el proceso de recogida, que acaba de concluir. “Tiene lugar una vez al año, normalmente en el mes de noviembre”, explica Olivo. El momento de recoger se realiza justo antes de que llegue el frío y lo marca el índice Brix, que muestra su grado de dulzor y madurez.
La recogida es un proceso que se hace a mano y, en este caso, en diferentes equipos que avanzan entre las líneas que estructuran la finca, con pequeños tractores que cargan la mercancía. Los pastores alemanes vigilan la propiedad a la que solo se puede acceder en barco, a nado o tomando el puente transbordador donde se sacan los contenedores con el producto.
En la mitad de la isla se erige la antigua casa propiedad de los ganaderos que aquí residían, pegada a las cuadras que ahora hacen de salas de conservación del kiwi. Cada año producen entre 450 y 700 toneladas, dependiendo de la meteorología. Un 40 % de su producción se puede encontrar en el Corte Inglés y solo un 4 % se queda en Asturias.
“Buscamos que el fruto sea lo más grande y similar posible”, cuenta Olivo. El secreto, además de las condiciones de esta zona, reside en el proceso de polinización de las flores. Lo llevan a cabo ellos mismos sin dejar que lo hagan las abejas. Captan el polen de los machos y lo aplican a las hembras con maquinaria de pulverización. El resultado: kiwis de igual tamaño y con su característico fondo de verde intenso entre el pelaje. “Casi la totalidad de la producción la podemos vender directamente al consumidor”, concluye el agricultor. Hasta entonces, lo guardan en cámaras frigoríficas rociadas con ozono, donde pueden durar hasta cinco meses. También cuentan con un invernadero donde reproducen este tipo de planta.
Más allá del cultivo en la isla, en la vega del río Nalón se producen “aproximadamente unas 2.500 toneladas de esta fruta al año”, según la Asociación Asturiana de Profesionales del Kiwi (AAPK), “de las cuales, la mayoría sale a otras comunidades de España”. Esto supone una quinta parte del consumo nacional de esta “superfruta” de moda que ha ido ganándole terreno poco a poco a la naranja, según sus productores.
¿Sus claves? Contar con el doble de vitamina C que su competidora, además de 15 vitaminas diferentes, ser rico en fibra, en potasio, en ácido fólico y antioxidantes. El de Asturias “es uno de los más valorados”, según la AAPK, y su precio así lo indica. Entre 1,20 y 1,30 euros por kilo lo venden los productores a las grandes superficies y distribuidoras.
La variedad más común de la zona es la Hayward, a pesar de que ya se está experimentando con otras como el kiwi amarillo o el rojo. El reto ahora es hacer que el “kiwi de Asturias” cuente con la Indicación Geográfica Protegida. De momento, y desde 2008, forma parte de la marca de calidad Alimentos del Paraíso Natural, al amparo del gobierno del Principado.
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