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La idea de apadrinar colmenas surge como tabla de salvación para un sector amenazado por las plagas, los pesticidas y la desaparición de ecosistemas diversos. Así, los pequeños apicultores se aseguran unos ingresos estables, también en años de escasez, y los padrinos reciben una parte proporcional de la cosecha. Aunque no es el caso de la empresa de apicultura ecológica 'Miel Antonio Simón'. Gracias al savoir faire que acumulan tras más de un siglo de experiencia, son capaces de proteger sus enjambres y asegurarse cosechas abundantes y de calidad buscando los mejores lugares de alimentación.
Sin embargo, no son ajenos a los peligros que corren estos insectos, fundamentales para la salud de los ecosistemas, han visto en el apadrinamiento una manera de contribuir al futuro de las abejas y la apicultura. "Si no fuese por los apicultores, hace tiempo que las abejas estarían en una situación muy crítica", apunta Rubén Mancilla.
Su propuesta es algo diferente, más bien orientada a la divulgación y a la concienciación sobre la importancia de este negocio. Al padrino se le asigna una de sus colmenas, a la que se coloca una placa con su nombre. A lo largo de la temporada se le van mandando fotos y dando noticias de su evolución y, tras la cosecha, se le envía un kilo de miel. Pero lo realmente atractivo de su propuesta es que incluye una visita guiada al colmenar, en la que puedes ver las tripas de un enjambre mientras te descubren los entresijos de esta curiosa forma de "ganadería". "La gente alucina", advierten. Un plan ideal para venir con la familia y los amigos, que ahora también se demanda como regalo de cumpleaños e incluso como acción de responsabilidad social corporativa de algunas empresas.
Hoy visitamos uno de sus remotos colmenares en la Sierra Norte de Madrid. Sus ubicaciones son la clave del éxito de su producto. Buscan montes vírgenes donde las abejas pueden alimentarse estrictamente de flores silvestres, lejos de cualquier cultivo o cualquier vivienda. Así se aseguran de que no se cuela ni una micra de químicos o pesticidas en una miel que, desde hace más de veinte años, supera los estrictos controles del Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad de Madrid. "Las abejas son ecológicas, pero los apicultores no", cuenta Rubén. "Para mí sería muy fácil comprar una bolsa de alimento preparado, que además las pone superburras, pero no puedo hacerlo porque luego da trazas en las mieles".
Enfundados en esta especie de traje de astronauta, avanzamos hacia las colmenas y las abejas más fieras empiezan a intentar picarnos. Al principio puede que sobrevenga cierto agobio, sobre todo cuando las primeras abejas se posan en la rejilla y no te queda claro si están dentro o fuera del traje. Pero pronto uno se familiariza con la situación, con el estruendoso e hipnótico zumbido de los enjambres, y la escafandra se convierte en la única puerta viable hacia este fascinante mundo. En cualquier caso, salvo que seas alérgico, un picotazo sería apenas una anécdota, un bautismo casi necesario para sentirse apicultor. Incluso hay quienes apuntan a que las picaduras tienen efectos beneficiosos para la salud. Rubén y Daniel, entre risas, dicen que son más o menos como una Pfizer.
Sobre las abejas y la miel corren bastantes mitos y leyendas. Algunos gurús de la alimentación han tratado de inflar sus propiedades nutricionales y terapéuticas, igual que otros han querido reducirla a un simple azúcar, olvidando que es un manjar con un universo de matices. Lo que no se puede discutir es que las abejas, en tanto que polinizadoras, son una pata básica de una gran cantidad de ecosistemas del planeta, además de un indicador de la salud de los mismos. Basta hablar con el propietario de la finca que hoy visitamos en la Sierra Norte. También es hijo de un apicultor y fue él quien propuso a Antonio Simón que instalaran aquí sus colmenas, movido en parte por la nostalgia y en parte por el interés. "Ahora el monte está como hacía años que no estaba, ha habido una explosión de flores increíble", cuenta.
Sea como sea, en estas visitas guiadas no tratan de venderle la moto a nadie, tan solo abrir una puerta al sorprendente mundo de la apicultura y sus mil y una curiosidades. A los padrinos les da a conocer, por ejemplo, los métodos de apicultura trashumante, esa que va de floración en floración y luego con la colmena a otra parte, haciendo a veces sinergias con agricultores; la manera en que las abejas construyen los panales de cera y cómo los apicultores pueden ayudarlas; cómo un enjambre sobrevive al invierno, o cómo se reproduce gracias al instinto de la abeja reina y la "inteligencia grupal", según palabras de Rubén, de estas curiosas sociedades monárquicas.
Además de gestionar decenas de colmenares, de hacer visitas guiadas y de impartir cursos de apicultura, Rubén también es una especie de Frank de la Jungla de las abejas. De vez en cuando recibe alguna llamada de vecinos apurados a los que les ha aparecido una colmena en algún lugar inoportuno y necesitan ayuda. Cada vez le pasa menos porque cada vez hay menos enjambres silvestres, amenazados por los pesticidas y la terrible varroa, un ácaro que va debilitando las colmenas hasta su muerte. "Este año, que no ha sido especialmente malo, se nos han muerto unas sesenta colmenas, pero a nadie le alarma; si a un ganadero se le mueren sesenta vacas saldría en el telediario", lamenta Rubén.
La merma de la población de las abejas es un problema global que tratan de visibilizar desde 'Miel Antonio Simón', aunque a decir verdad esta empresa es un haz de luz con cosechas copiosas y enjambres sanos. Tanto que, más allá de la apicultura, son un modelo de viabilidad para negocios tradicionales en declive. En su espíritu no cabe el derrotismo.
Daniel Simón, coheredero del negocio, cuenta que su abuelo no tenía que vérselas con la varroa, con los pesticidas, ni con la competencia de las grandes superficies: "dejaba las colmenas en cualquier lado y se las encontraba llenas". Pero tampoco consiguió el volumen de negocio que esta generación está alcanzando gracias a la venta online y a las más de 200 tiendas eco y herbolarios por los que distribuyen sus mieles, sobre todo en Madrid.
En marcha desde 1898, esta empresa familiar llegó a estar en venta hace unos pocos años. Antonio, el padre de Daniel, se iba a jubilar y no conseguía que su hijo se enganchara al negocio. "Para mí, de pequeño, las colmenas eran un castigo. Cuando sacaba malas notas me obligaban a venir a ayudar". Tuvieron que llegar un par de ofertas golosas para que se diera cuenta del potencial que tenía el negocio y decidiera mantenerlo. "Es un trabajo duro, pero ahora tengo más calidad de vida", dice en referencia a los madrugones que tenía que pegarse antes para abrir su carnicería. "Además, sé que a mi padre le hace mucha ilusión".