
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Nadie diría después de comprobar la confianza y soltura con que se acerca a las abejas, que le dieran miedo cuando comenzó junto a su marido Juan José, conocido como Giovanni porque de joven trabajó en un hotel con dueños italianos, y cuyo apodo ha dado nombre a las mieles tan especiales que produce esta pareja. Había sido cocinera de comedor escolar y pensaba que “igual que te quemabas a veces en los fogones, alguna que otra picadura te llevarías si te dedicabas a la miel”, cuenta ahora sonriendo, porque en todos estos años solo una vez le han clavado el aguijón. “La abeja solo te pica cuando se siente en peligro porque al hacerlo, muere”.
Nieves está encantada con sus abejas, repartidas en 400 colmenas en distintos puntos de la isla de Tenerife para obtener miel de distintas variedades de polen. En el Teide están las espectaculares flores rojas del tajinaste o la retama de flores blancas, que dan una miel delicada y única, aunque la sequía las ha afectado considerablemente. La miel oscura y profunda de castaño o la sedosa de aguacate son también muy especiales.
Alrededor de 700 panales llegó a manejar este matrimonio que no sabe lo que es estar sin hacer nada, pero el incendió que arrasó los montes de Tenerife en 2023, les consumió cerca de 200 y la sequía posterior acabó con otros 100. Lo cuentan con la naturalidad de quien tiene asumido que su producción depende de la climatología y de factores que no son controlables. No es fácil desanimarle. “Si hay una primavera buena puedes sacar miel cuatro o cinco veces. Depende de lo que llueva y la floración”, explica Nieves con las abejas que tiene en la finca revoloteando como locas alrededor de las flores del aguacate.
El buen paladar de Nieves y su experiencia la han convertido en catadora de la Casa de la Miel, y viaja a congresos por cualquier lugar del mundo para intercambiar conocimientos, porque tiene inquietud por seguir aprendiendo. Sin embargo, es Tacoronte, donde vive y vende sus productos en el mercadillo, el lugar en el que se siente más feliz. Ahora está estudiando las distintas variedades de tomates antiguos de la isla, a raíz de interesarse por los que vende su compañera de puesto.
Está contenta porque está viviendo el regreso de las mujeres más jóvenes al rural y el redescubrimiento del trabajo artesanal por las nuevas generaciones. “Emprenden con la convicción de que hay que salvaguardar la identidad, defender y promover lo nuestro. Hubo un tiempo en que se inculcaba a los jóvenes que lo de fuera era mejor, pero se han dado cuenta de que aquí están sus raíces y es importante cuidar todo aquello que nos define”, dice esta experta apicultura orgullosa de que se involucren por convicción propia.
Con el ahumador en mano para que las abejas no ataquen cuando se abre el panal, Giovanni y Nieves nos enseñan las colmenas donde las nodrizas, antes de ser obreras, segregan jalea real para alimentar a la reina. Gracias a eso tiene una supervivencia de siete años, mientras que las obreras, que viven de polen y néctar, no pasan de los 45 días. Observamos el propóleo con el que los insectos sellan cualquier rendija del panal para evitar que entren otras especies a robarles su rica miel. Un trabajo incesante que no termina nunca, pero cuyos resultados son una fuente de satisfacción para esta pareja con tanta marcha.
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