
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A muchas las tacharon de "locas" en su momento. Porque apostaron por la agricultura ecológica hace veinte años; por irrumpir en un mundo masculino de viticultores y bodegueros; o por dejar un puesto de funcionaria bien remunerado para irse a criar corderos, gallinas y pollos al campo. Pero ellas han demostrado, con el paso del tiempo, que son verdaderas guardianas del territorio. Dulce Acevedo (La Calabacera), Pilar Carballo (Finca La Jara), Carmen Gloria Ferrera (Bodegas Ferrera), Fátima Hernández (Bodega LoHer), Mary Tovar (Quesería El Isorano) y Nieves Estévez (Mieles Giovanni) son seis ejemplos de mujeres productoras en la isla de Tenerife que dedican su día a día a revitalizar el entorno.
En Canarias, las mujeres representan el 29% de los 14.190 afiliados del sector agrario a la Seguridad Social (enero de 2025), porcentaje muy similar en el caso de la isla de Tenerife. Desde el Cabildo se puso en marcha hace unos años el proyecto Mujeres Rurales de Tenerife, cuya coordinadora es Estefanía Daswani. "El objetivo de esta iniciativa es la visibilización, capacitación y generación de espacios comunes para las mujeres rurales de la isla para contrarrestar cierto aislamiento profesional, que de por sí se produce en el mundo rural; al final son muchas horas dedicadas al campo o al cuidado de los animales. Muchas se han dado cuenta de que cada vez son más y con intereses, preocupaciones e iniciativas parecidas". Conectar entre ellas, intercambiar experiencias y formarse para seguir innovando las hace más fuertes. “Las mujeres rurales aportamos mucho conocimiento porque desde pequeñas nos hemos criado en el campo”, defiende la apicultora Nieves Estévez.
“No hay otra forma de vida y de cultivo que no sea el ecológico”. Dulce Acevedo lo tiene claro, aunque es cierto que las dudas y el miedo la asolaron hace veinte años, cuando su marido la convenció para pasar a ecológica toda la producción de 'La Calabacera', su enorme finca agrícola en Guía de Isora. “Entonces me llamaban loca. Una se sentaba delante del ordenador y en 30 minutos se había leído todo lo publicado sobre plátano ecológico; hoy no tendrías tiempo ni en toda una vida”. La porción de tierra heredada del abuelo materno a principios de los años 90 hoy se extiende por 150.000 metros cuadrados, donde el plátano representa más del 85% de lo cultivado. A ellos se suman otras frutas subtropicales como papayas, guanábanas, guayabas, mangas, zapotes o carambolas, así como café, caña de azúcar, cacao, cítricos, verduras y hortalizas plantadas entre las plataneras, y viñedos, con los que elaboran un rosáceo de marmajuelo, un tinto de tintilla de La Palma y un listán blanco bajo la etiqueta Estrada.
A Dulce no parece que se le agote la energía. A sus 68 años se la ve en plena forma recorriendo la finca, cargando una caja de lechugas y acelgas, ofreciendo unas dulces pitangas a unas clientas que se han acercado a por su cesta semanal, revisando con sus empleados de campo el estado de salud de las plataneras u organizando las visitas de clientes y cocineros. Por aquí han pasado Martín Berasategui (Tres Soles Guía Repsol), los hermanos Padrón ('El Rincón de Juan Carlos', Tres Soles), Javier y Sergio Torres ('Cocina Hermanos Torres', Tres Soles), Adrián Bosch ('San Hô', Un Sol), el belga Tim Boury o el italiano Massimo Bottura. “Yo siempre digo que esto es un paseo por los sentidos, porque se activan los cinco nada más entrar aquí”, apunta esta mujer que reconoce que ha hecho un trabajo importante, junto a su marido José Luis, “pero el gran reto del futuro será conseguir que los consumidores de hoy sean nuestros verdaderos comisarios del mañana; ellos nos exigirán rigor y honestidad en cómo produzcamos lo que se van a comer”.
Pilar Carballo decidió un buen día sustituir su oficina con vistas al asfalto, su teléfono permanentemente sonando y el ruido de los atascos de la ciudad por el balido de sus ovejas, el aleteo de las mariposas, el cantar de los cernícalos o el silencio que inunda por las noches el paraje natural de Siete Lomas (Arafo). En 2015 se embarcó en la aventura de la agricultura y la ganadería ecológica, siendo la única productora de cordero ecológico de Canarias y de pollo ecológico en la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Su rebaño lo conforman 30 madres reproductoras de la raza canaria de pelo -también conocida como pelibuey-, en peligro de extinción, que conviven recientemente con seis ejemplares de oveja palmera, éstas al borde de desaparecer pues solo quedan 200 en todo el mundo. “Me las han dado en custodia por mi forma de cuidar a los animales y conseguir que se reproduzcan”, cuenta la ganadera, ataviada con su bastón cayado.
'La Jara' es una de las “fincas faro” de referencia en el Archipiélago. Además de los corderos y ovejas, también tiene gallinas -cuyos huevos son la base fundamental de los ingresos-, pollos, gansos, tres cabritas de raza Tenerife Sur, así como una huerta, árboles frutales y un pequeño viñedo cuya uva se la vende a la vecina Carmen Gloria para su bodega: “Ella fue la que me regaló la primera pareja de ovejas y ahora yo la voy a regalar el cordero negro que nos ha nacido recientemente”. Carballo resume su proyecto con la teoría de las tres D: Diversificar las actividades para recibir diferentes ingresos durante todo el año; Diferenciarse de lo que ya existe en el mercado, como el cordero ecológico o el huevo azul que siempre mete en cada docena; y la Dignificación del sector, “haciéndolo más profesional, con formación y conocimiento, para que la sociedad ponga en valor nuestro trabajo”. Por eso, para esta profesional reconocida con el Premio Mujer Rural de Canarias, “las pastoras y ganaderas somos las auténticas custodias del territorio, a pesar de la tarea titánica que tenemos que afrontar”. Pero a ella, que fue la primera tinerfeña en entrar en la Armada Española, ningún reto se le queda difícil.
Carmen Gloria, la vecina de Pilar, es guardiana de un matriarcado al frente de 'Bodegas Ferrera'. “Mi abuela Magdalena y mi madre Maruca siempre llevaron la gestión de la bodega, mientras mi abuelo y mi padre trabajaban el campo. Y eso que, por aquella época y hasta hace no muchos años, existía un machismo terrible que decía que las mujeres avinagrábamos el vino”, recuerda la bodeguera y viticultora. Carmen es una confesa enamorada del campo: “Hablo a mis viñas, no me contestan, pero sé que me entienden”, reconoce mientras pasea entre las desnudas cepas pendientes de ser podadas. “Siempre he disfrutado en el campo, nunca lo viví como un castigo. Pero reconozco que la peor época la pasé cuando nos decidimos por embotellar nuestros vinos, hace unos ocho años. Llegué a pensar que o abandonábamos o nos arruinábamos”.
Pero Carmen Gloria, con la ayuda de su marido y su hijo Juan Rubén, fue sacando añadas de malvasía, marmajuelo, listán blanco, albillo criollo, moscatel de Alejandría, listán negro, syrah, tempranillo y baboso negro, todas cultivadas en altura (a 1.000 metros en Arado) y ecológico, aunque solo algunos de los vinos se etiquetan como tal. Su Momentos de malvasía es uno de los más multipremiados, cuentan con el tinto Atlanticum, que tras la crianza en barrica se sumerge durante seis meses en el fondo del mar, “y recientemente hemos elaborado un dulce con las uvas que se pasificaron por el calor extremo del incendio que asoló la zona en el verano del 2023. Por segunda vez, las viñas de la finca Las Vigas se salvaron de la devastación de la naturaleza”. A principios del siglo XVIII la isla sufrió varias erupciones volcánicas y las colas de lava que discurrían por el Valle de Güímar se bifurcaron justo en estas hectáreas para volverse a unir más al sur. Por eso el abuelo le relataba a la nieta Carmen Gloria, mientras ella mojaba la punta del dedo en el vino, que esas tierras estaban bendecidas. Quién sabe si por el dios Baco.
Ella era un bebé en brazos, pero le han contado mil veces la anécdota de cuando su padre Lorenzo llevó a su madre a conocer la finca que acaba de adquirir en La Matanza y horrorizada por su gran tamaño, las zarzas que invadían las viñas y lo que se les venía encima, le pidió que la llevara de nuevo a casa. Fátima Hernández se ha pasado toda la vida correteando entre los viñedos. Sus padres montaron la bodega hace 40 años en La Victoria de Acentejo, donde vendían tinto joven en garrafas. Ella tomó las riendas en 2014, registrándola en la DO Tacoronte-Acentejo y apostando por los vinos embotellados. “Empezamos a hacer ensamblajes por parcelas, vinificaciones y variedades, entendiendo así la singularidad de cada viñedo. Hoy elaboramos 14 tipos diferentes, aunque sigo haciendo muchas más pruebas”, asegura la joven bodeguera, la única dentro de su DO.
La producción de la bodega 'LoHer', unos 40.000 litros al año, procede del cultivo de uva propia en 5 hectáreas repartidas por los municipios de La Victoria, La Matanza y El Sauzal. De ahí salen los vinos de parcelas de variedades como listán negro, listán blanco, moscatel, malvasía aromática, castellana y negramol. También están los proyectos más personales, como San Clemente, finca localizada en Santa Úrsula, “de viñedos jóvenes que estamos recuperando con mucho cariño y donde trabajamos variedades autóctonas insulares, pero minoritarias en la comarca de Tacoronte-Acentejo, como la baboso blanco, la marmajuelo, la vigiriega blanca y la malvasía aromática”. Aunque los vinos a los que más cariño presta Fátima son los bautizados como Cosecheras. “Son un gesto de reivindicación y homenaje a todas esas mujeres de la familia que se dedicaron a la viticultura, pero a las que no les dejaban entrar en la bodega por machismo o supersticiones. Ahora que yo soy la bodeguera, hago los que a mí me gusta y etiquetamos bajo este nombre las mejores elaboraciones de cada añada, con sus peculiaridades y vicisitudes”. Porque ésa es también la magia del campo, que no todo está controlado al 100%.
La abuela Elvira tuvo siempre vacas en su casita de Venezuela, pero Mary Tovar nunca aprendió a ordeñarlas. La vida depara sorpresas y al año de llegar a Tenerife junto a su marido, en 1992, él se animó a comprar un pequeño rebaño de 60 cabras. Cinco años después, y tras trabajar en el sector de la hostelería, Mary se embarcó en el mundo de la quesería. “En 'El Isorano' preparamos quesos 100% de leche de cabra. Nuestra especialidad son los frescos, algunos de ellos ahumados con leña de haya”, apunta mientras observa al equipo de operarias -la mayoría mujeres- rellenando los moldes antes de ser prensados. En temporada baja, al día aquí reciben unos 3.500 litros de leche, cantidad que sube a los 10.000 en primavera, cuando las cabras son más productivas.
Hoy en esta quesería de Guía de Isora, desde la que se contemplan unas vistas espectaculares a las vecinas islas de La Gomera y La Palma, hay un rebaño de 800 ejemplares, más otras 200 de recría, y el matrimonio ya no trabaja solo, sino con 28 empleados. A pesar de las reticencias iniciales, Mary se animó hace unos años a participar en concursos, “y la verdad es que se nos han dado muy bien. En 2015 nos presentamos por primera vez al Word Cheese Awards sin muchas esperanzas, y ganamos el oro para nuestro queso duro. Este año hemos conseguido la misma distinción para el curado de orégano”. Porque además de los frescos, también tienen legión de fans los curados y semicurados al natural o con corteza al pimentón, gofio, albahaca, curry, ajo o canela.
A Nieves las abejas le daban miedo cuando se inició con la apicultura hace 25 años junto a su marido Juan José, conocido como Giovanni porque de joven trabajó en un hotel con dueños italianos, y cuyo apodo ha dado nombre a las mieles tan especiales que produce esta pareja. Había sido cocinera de comedor escolar y pensaba que “igual que te quemabas a veces en los fogones, alguna que otra picadura te llevarías si te dedicabas a la miel”, cuenta ahora sonriendo, porque en todos estos años solo una vez le han clavado el aguijón. “La abeja solo te pica cuando se siente en peligro porque al hacerlo, muere”. Nieves está encantada con sus abejas, repartidas en 400 colmenas en distintos puntos de la isla. En el Teide están las espectaculares flores rojas del tajinaste o la retama de flores blancas, que dan una miel delicada y única, aunque la sequía las ha afectado considerablemente. La miel oscura y profunda de castaño o la sedosa de aguacate son otras singulares.
700 panales llegaron a manejar, pero el incendio que arrasó los montes de Tenerife en 2023, consumió cerca de 200 y la sequía acabó con otros 100. El buen paladar de Nieves y su experiencia la han convertido en una gran catadora de la Casa de la Miel, y viaja a congresos por todo el mundo para intercambiar conocimientos. Está contenta porque está viviendo el regreso de las mujeres más jóvenes al rural, el redescubrimiento del trabajo artesanal. “Emprenden con la convicción de que hay que salvaguardar la identidad, defender y promover lo nuestro. Hubo un tiempo en que se inculcaba a los jóvenes que lo de fuera era mejor, pero se han dado cuenta de que aquí están sus raíces y es importante cuidar de todo aquello que nos define”, dice esta experta apicultora.
Con el ahumador en mano para que las abejas no ataquen cuando se abre el panal, Giovanni y Nieves nos enseñan las colmenas donde las nodrizas, antes de ser obreras, segregan jalea real para alimentar a la reina, que tiene una supervivencia de siete años, mientras que las obreras, que viven de polen y néctar, no pasan de los 45 días. Observamos el propóleo con el que los insectos sellan cualquier rendija del panal para evitar que entren otras especies a robarles su rica miel. Un trabajo que no termina nunca, pero cuyos resultados son una fuente de satisfacción para esta pareja con tanta marcha.
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