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Durante la pandemia, Gloria Juanals y su familia se reinventaron, como tantas otras. El mimo a las ocho hectáreas de 'Can Juanals', en el Vall d'Aro, al sur de la comarca gerundense del Baix Empordà, se impuso. Redujeron la producción de sus mermeladas 'Les Eroles' para centrarse en la huerta y "hacer cestas bonitas, presentables, para repartir de puerta en puerta", explica Gloria. Todo esto en días, porque los productos de huerta mueren tan rápido como una efímera. En su mente ha quedado grabada la dureza de los cuatro primeros meses, pero como buena dona pagesa, nunca se rindió. "Hacemos agricultura biodinámica y luego tenemos la producción de conservas. Marzo, abril, mayo, nos afectaron muchísimo. Nosotros recorríamos mercados y ferias con la producción de la huerta y lo que nos sobraba, lo llevábamos a MercaGirona. Cuando MercaGirona se cortó en seco y los mercados y las ferias se cerraron fue tremendo. Rápidamente me dije: "voy a ofrecer el teléfono e Instagram y servimos a domicilio. Con todo, se perdió mucha producción. Teníamos una hectárea de habas y la perdimos entera".
Avanzaron y aprendieron muchas cosas. "La cesta de verduras llevada a casa funcionaba, pero también vimos que la gente era muy exigente cuando recibía en su domicilio. Quieren algo personalizado y si se te olvida un limón, es un problema. En parte, tienen la cultura de los paquetes envueltos en cajas monas y papel de seda de las grandes distribuidoras de ropa, como Zara. Y al estar en casa, recibes las cosas de otra forma, te haces más exigente. Es lógico. Mi padre y yo terminamos yendo de puerta en puerta tras elaborar la cesta. Teníamos otras dos personas que también nos ayudaron, pero marzo, abril y mayo fueron duros".
El tesón perduró y se encontraron también con sorpresas gratas, solidarias. "Al final, como no llegábamos, encontramos una empresa de transporte que se solidarizó con nosotros y nos rebajaron el transporte de la cesta por ser un producto esencial. Siempre hay gente maja. Pese a todo el esfuerzo, trabajaron solo un 20% durante esos cuatro meses, frente a lo que habría sido lo normal. No es como en el sector de la restauración, pobres, no quiero ni imaginarme, pero ha sido complicado".
Pero aunque las cosas han cambiado, el campo sigue siendo un lugar que requiere una adaptación y un esfuerzo superior a las mujeres. "Aquí, en el campo, la vida de las mujeres siempre ha sido dura. Cuando tuve a mi primer hijo, cuando regresé al trabajo mi padre, un hombre sensible, me dijo: "Ostras, ya no tienes la fuerza de antes". Claro que no las tengo, tengo un bebé. Y eso ha sido así siempre. No es lo mismo una oficina que el campo, la vida es diferente", advierte la orgullosa pagesa.
Ella desmitifica una parte del bucolismo del campo, pero valora cada mañana el entorno que la rodea y más tras las circunstancias tan extraordinarias que nos ha traído la pandemia. "Nos ha cambiado la vida. Antes, aquí –en 'Can Janels', la finca– solo abríamos los sábados, ahora tenemos que estar todos los días, porque los clientes aprecian venir hasta aquí, ver lo que compran. Y eso es estupendo, porque estamos en una zona maravillosa. Como dice mi padre, nos gustaría tener tiempo para visitar los rincones que nos rodean, porque antes nos íbamos muy lejos. El otro avance es que hemos dado un salto fuerte en la adaptabilidad a la tecnología. Instagram, páginas donde nos compran. Y en todo esto, siempre las mujeres arrastramos la sobrecarga".
"A mí me ha salvado que soy pequeña y durante los primeros meses, desde que se decretó el confinamiento hasta el verano, me readapté rápidamente. Las mujeres somos mujeres orquesta, creo que lo llevamos en los genes. Reduje el personal y me convertí en productora, vendedora, contable y comercial atendiendo a la clientela". Isabel García, es propietaria de 'Orulisa', la destilería que produce las marcas orujo Justina de Liébana y Los Picos.
En sus genes, una ristra de mujeres de estos montes de Liébana que dejan marca, desde la abuela Justina, la madre Carmen, la tía Gloria, a las vecinas Fidela y Severina. De todas ha aprendido Isabel.
El negocio y su dueña empezaron a respirar al llegar el verano, cuando Cantabria y Asturias se convirtieron en los paraísos donde miles de familias de las dos Castillas decidieron escapar, tras meses "encerrados en un apartamento. Fue como llegar aquí, abrir la ventana, ver la montaña y los padres decir 'venga, todos afuera'. Y así ha sido, porque en la zona, durante la primera ola fue bien llevada".
"El verano ha sido bueno, tranquilo, y eso ha ayudado, además de mi pequeño tamaño. Yo soy optimista por naturaleza, esto pasará, tardará más o menos, pero pasará. Y, ¿sabes? Hemos aprendido, tenemos una mayor capacidad de sobrevivir gracias a nuestra mayor adaptación tanto física como mental. Y en eso, en la capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias, por lo general, las mujeres somos mejores, más rápidas. Es genético o que no nos ha quedado otro remedio".
A Laura Martínez, veterinaria convertida en ganadera sostenible con sus cabras y su queso, que producen en 'La Caperuza', la pandemia la ha tratado bien. En el negocio se entiende. La razón es comprensible, el confinamiento, el encierro "ha llevado a consumir más quesos y lácteos en casa. Ha subido el aprecio por los productos artesanales y sostenibles. No, nosotras no podemos decir que nos ha ido mal".
"Nosotras" son la misma Laura –encargada de sus 150 cabras que se pasean entre los prados de Bustarviejo y Miraflores de la Sierra (Madrid)– y su socia, Concha Martínez, la maestra quesera que remata los quesos y los yogures de 'La Caperuza'. Han soportado la pandemia con ánimo y Laura, con un embarazo que hace mes y medio se transformó en Mansor, su hijo, al que lleva ahora colgado a todos los sitios. "A los ocho meses cogí la baja del campo y luego la administrativa, aunque siempre tienes cosas que hacer". No ha estado mal, por comparación con las otras historias de este país y de las mujeres en conjunto. "Estamos tan inmersas en nuestro negocio, de poco más de dos años, que no tenemos tiempo para mirar a ver qué pasa. Pero yo sí que tengo alguna amiga y conocida a la que el confinamiento agravó seriamente la violencia de género, lo han padecido más aún".
Desde luego, lo que no respira ninguna de estas tres productoras, madres, empresarias, amas de casa es ni la mínima gota de desaliento. Si lo han sentido en este año último, se lo han quedado en su interior.