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Un pasillo de jubilosos grelos, manojos de cebollas de capas lilas y blancas, pimientos de padrón para jugar a la ruleta rusa y ramilletes de un orégano intenso que embriaga el ambiente, flanquea la llegada a la plaza de abastos de Noia por las estrechísimas callejuelas que desembocan en el Curro, la avenida en la que tradicionalmente se organizaba el mercado hasta que se construyó en los años 50 el edificio que hoy alberga los puestos permanentes.
Al aire libre continúa el espectáculo, ese que recoge el cuadro 'Mercado de Noia' de Manuel Domínguez Meunier de 1899, que tanta polémica ha suscitado por su propiedad entre el Museo del Prado y el ayuntamiento. Hileras de paisanas, que sin intermediarios que encarezcan sus productos, redondean y negocian el precio con cada cliente, que marcha satisfecho por el trato cerrado. "Llévate los limones que me quedan y te cobro dos euros por tres kilos" propone una de ellas con ganas de finiquitar el género no sin antes darte unos consejos contra el estrés porque vas muy deprisa y no sueltas el móvil de la mano.
Nada de tomates serigrafiados o zanahorias gemelas. Aquí cada pieza es única, en forma, tonalidad y sabor. Autentica. Ese es el sello que distingue verduras cultivadas en las pequeñas huertas caseras de aldeanas que ofrecen en cestas su cosecha diaria, arrancada de la tierra un rato antes de ponerla a la venta. Igual son tres lechugas con las gotas de rocío aun pegadas a las tiernas y crujientes hojas o cinco kilos de pequeñas patatas rojas que son un manjar para tomar a mordiscos tras una breve cocción.
Si estás de paso, enseguida fantaseas con lo maravilloso que sería tener un mercado así en tu ciudad, el doble de fresco y la mitad de barato. Sin balanzas electrónicas y con el privilegio de que en una bolsa escondida estén esperando las pochas frescas desgranadas a mano que encargaste ayer a tres euros el kilo.
Una vez que accedes al interior, una brisa húmeda cargada de aromas marinos predice lo que te espera. En un segundo te identificas con el desenfreno de una orca en mitad del océano. La ría de Muros y Noia (Rías Bajas) es famosa por sus pescados y marisco de sobresaliente calidad. "No saben igual los percebes, las navajas, las nécoras, las almejas de Muros o los berberechos de la ría" enumera con orgullo el matrimonio al frente de 'Pescaderia Freire'.
Un puesto que destaca en el esquinazo de la planta baja por estar especializado en pesca de anzuelo. Resulta imposible decidirse por un blanquísimo abadejo de carne prieta, por un pinto de un rojo descarado, por una lubina salvaje de ojos brillantes, por intensos salmonetes, por xoubiñas o tintados chopitos de Rianxo, por un imponente San Pedro, por lenguaditos, por sargo, por cabracho.
También hay ejemplares "de la red del cerco de Portosín, verdel, jurel, chicharro y bonito de Lugo". Cuesta fijarse en un solo ejemplar. Sabes que sencillamente a la parrilla o a la plancha serán un pecado. Sobra mirar las agallas, salta a la vista que hace apenas unas horas coleaban en un barco.
Dos calles salpicadas de puestos de pescado, en el que mayoritariamente mujeres despachan sin descanso, precisan de varios paseos para desbloquear el cerebro y meditar qué llevarse. Nécoras, burbujean espuma y se mueven, está decidido. Entra la duda ¿mejor macho o hembra? Por supuesto, hembra. Su carne es más intensa y apetitosa. Para distinguirlas, hay que darles la vuelta y mirar la tapa, si es triangular es macho y si es redonda, hembra. Lo mismo pasa con las centollas o con el buey de mar.
Para comprar la famosa ternera gallega o esos hermosos pollos amarillos de más de dos kilos, hay que acercarse a los puestos pegados a los laterales de la plaza. La 'Carnicería Chispa' tiene todo lo que se puede desear. "Terneras que compramos a paisanos de aldea y que no son de matadero, a las que dejamos madurar un mínimo de 15 días para que no estén tan vivas" cuenta Tono, el carnicero, "no demasiado tiempo ahora que está tan de moda las maduraciones largas de la carne". De su puesto, penden ristras de chorizos criollos tan típicos de las barbacoas gallegas. "También tenemos cerdo de granja y a veces de aldea y carne salada para cocido". Por algo es una de las más recomendadas.
Pan de maiz con pasas, de centeno, de trigo, barra artesana. En horno artesanal de piedra. De cortezas crujientes y migas alveoladas. Inimitables por mucho que se empeñen en otras zonas de España. Será la humedad o la dedicación nocturna de los panaderos, pero el pan gallego solo in situ tiene esa esponjosa cualidad que lo convierte en vicio. La panaderia 'Do Couto' siempre tiene cola. En sus mullidos bizcochos podría pernoctar la princesa del guisante sin inmutarse. Y sus famosas roscas espolvoreadas de azúcar, que en realidad tienen forma de trenza, desaparecen nada más salir del horno. La empanada es otra de sus especialidades, de maíz y xoubas, de berberechos, de raxo... todas están ricas.
La compra terapia ha terminado. Mucho más entretenido que tumbarse en el divan. Ha habido tiempo de llenar las bolsa con los manjares elegidos y de compartir un buen rato. Ahora toca salir de la plaza por la planta inferior, la que desemboca en el Malecón de Cadarso, donde la ría se adentra en el pueblo y según la hora del día sube o baja el nivel del agua hasta mostrar el fondo con las barcas apoyadas contra el fango.
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