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Es el templo del queso. Los devotos lo saben bien y peregrinan para profesar su religión. Unos vienen de paso, otros se quedan horas y más de uno hace parada en su ruta de compra semanal. Son sus fieles. Dentro ríen, lloran, charlan, disfrutan como niños y, a veces, hasta los puedes ver bailar.
'La Majada' se ha convertido en menos de dos años en un referente para los apasionados de este manjar en la capital valenciana. Con cerca de 200 referencias, todas artesanas, sus quesos tienen nombre, apellidos, DNI y árbol genealógico.
El culpable de todo esto es Andrés García, un tipo que ha pasado de no saber demasiado de quesos a jurado de los World Cheese Awards, profesor en las escuelas de hostelería y organizador de catas de otro nivel. "Mi gran riqueza ha sido viajar", dice como un gurú revelando sus secretos.
El quesero se juntó con Paco, un jamonero que se ha pasado al otro lado, y juntos abrieron 'La Majada'. Vieron que la tienda tenía tirón, que la gente pedía pan, un vino y que se quedaban a probar. Unos cuantos kilos de buenos carniceros después –los hermanos Varea–, un pan de los de verdad –el de Jesús Machi– y una envidiable bodega –unas 150 referencias– et voilá: el primer cheese bar de Valencia y el único que lo combina con una tienda. Un espacio lleno de buen rollo que hasta admite a quienes no les gusta el queso. Sí, existen y están en todo su derecho.
Andrés es una de esas rara avis que está enamorado de su trabajo. Si puede, y ya se encarga de poder, se va con los pastores a sus granjas y a hacer la trashumancia con su ganado. Sean cuatro o cuarenta kilómetros.
Le gusta caminar con ellos, escuchar sus historias, ver los animales y acompañarles en la elaboración del queso. "Tienes que conocer algo para poder transmitirlo. Si uno no conoce, tiene que ser muy buen actor para transmitir. Y yo soy un pésimo actor", confiesa. Sus proveedores son sus amigos y los visita frecuentemente, de punta a punta de la península.
"Nuestro primer filtro es el ganadero. Conocemos al productor y vamos a su ganadería a verlo. Es más fácil si haces el queso con él, así entiendes su porqué. Detrás de cada queso hay un rostro".
Muchos de sus proveedores son neorurales, aunque los hay de tradición familiar. Andrés tiene decenas de historias sobre esas personas que se entregaron a la artesanía, que renunciaron a las facilidades técnicas y a la mecanización para hacer productos más humanos. Además de respetuosos con el entorno. Y allí son felices.
"Imagínate un oficio en el que tengas mejores paisajes que en el mundo del queso", reta el maestro. "Un pastor llega al desierto de Almería, a los Picos de Europa, a las zonas volcánicas del Teide, al Mar Cantábrico…", describe emocionado. "En el queso hay paisaje, rostro y alma".
Ambos socios de este afamado cheese bar convienen que la palabra artesano se utiliza con mucha ligereza, en especial, en los productos alimenticios. Las líneas rojas de 'La Majada' son: ganadería propia, preferiblemente no estabulada, hecho sin conservantes ni colorantes que no sean naturales –"nada de 'e punto' en las etiquetas"– y que la leche sea fresca, que pase pocos días desde que se ordeña hasta que se utiliza.
Tras pasar esta criba, que no es poca (a ver dónde encuentra usted que uno de los requisitos sea que algo esté hecho con buena dosis de cariño), uno puede ver cómo su pequeña (o gran, que los hay de decenas de kilos) creación comparte estantería y tabla con quesos con pedigrí. Después, seleccionan en función de la raza del animal, de la procedencia y del diálogo con el cliente.
"Nosotros conocemos a quien viene, sabemos que aquí un queso evolutivo no funciona. Sin embargo, uno redondo y con la acidez que dan nuestras cabras (las valencianas) son muy interesantes para tener", comenta Andrés. El rey de los reyes es el manchego y los surtidos de franceses triunfan en el bar.
Le pedimos a Andrés y a Paco que nos dibujen una tabla con sus mejores quesos internacionales, nacionales y autóctonos. Tras una breve pausa, disparan: "El Emmental Slow Food, una joya de los cantones suizos; el Compté de Marcel Petite, que habla por sí solo; el Shropshire, una pasada de queso inglés que parece un sol. A nivel nacional, el Teyedu, un verdadero Cabrales; el Luna Nueva, de Elvira García (en su corta trayectoria es ya una buena amiga de la casa), y el 1605, un gran manchego".
Respecto a los valencianos, los que les tocan de cerca, también lo tienen claro: "Los Corrales, Hoya de la Iglesia y el Parral", señala sin pestañear. Ya tenemos su surtido imprescindible. Pasamos a una pregunta más complicada; ¿Su queso favorito? "Sería como elegir entre mis hijos", responde Andrés.
El bar ofrece una pequeña variedad de platos para probar a cualquier hora del día, aunque, reconocen, los locos del queso llegan con las meriendas y las cenas, horas a las que conviene reservar. Uno puede elegir si comer hasta reventar o ser más moderado e ir probando tablas de vez en cuando. Lo mejor es dejarse guiar.
Un buen arranque para neófitos majaderos es su tabla Locos por el queso, una muestra de seis piezas muy diferentes premiadas en las últimas ediciones de los World Cheese Awards: un gouda con tomate y aceitunas, una flor de queso Monje cortado con la girolle, un gruyere suizo (Alpage), un cremoso azul alemán (Montagnolo), un cremoso de leche de oveja valenciana (Peña Blanca) y el Teyedu de cabrales. En los platos fuertes, la raclette agrada a todo el mundo (no solo por estirar la cobertura hasta el infinito) y la hamburguesa de buey, que le hace a uno olvidar que ha tenido un mal día.
Si le van las emociones fuertes, la tabla El Dimoni será su mejor (peor) compañero, una tabla de los quesos más picantes que pueda probar, acompañados por un chupito para que pueda sentir la lengua después del segundo pedazo. Para rematar, merienda o desayuno, las milhojas con helado de arroz con leche, que sirven para salir con una sonrisa de oreja a oreja.
Aunque, si todavía no es demasiado atrevido, puede pasarse por las catas. Le harán olvidarse de la vergüenza. Una vez al més, Andrés y sus secuaces ponen 'La Majada' patas arriba y ofrecen un surtido diferente de quesos, siempre con acompañamiento sorpresa.
En la última, el maridaje (vino y cerveza aparte) lo pusieron los pastores, eligiendo cada uno una canción y un mensaje acorde al bocado. Y recuerde, destierre los refranes: pida que se la den con queso.