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En la localidad de Castuera, el turrón es mucho más que un dulce en forma de tableta. Es una forma de vida. Esa de la que viven buena parte de sus más de 6.000 habitantes, al elaborar unas 500 toneladas de un manjar reservado para consumir en las fiestas navideñas o en las ferias de los pueblos repartidos por casi toda España.
Muchos siglos atrás se puede encontrar el origen del turrón y su llegada a Castuera de la mano de los árabes, como consecuencia de su expansión por la Península Ibérica. Una dura tarea para la que era necesario que los soldados musulmanes consumieran alimentos no perecederos a corto plazo y que aportaran mucha energía para no decaer en la ocupación. Así lo explican desde fuentes municipales, mientras defienden el "valor innegable" de la calidad de este producto que, en la actualidad, producen en Castuera cuatro empresas: 'Dos Hermanos', 'Rey Alimentación', 'Artesanos de Castuera' y 'Fernández Galán'.
Lo hacen a 560 kilómetros de Jijona, la ciudad mundialmente famosa por ser donde se produce el apreciado dulce navideño. En Castuera han sabido hacerse un hueco en el mercado turronero, creando y manteniendo una importante industria local "que en nada tiene que desmerecer a la alicantina", dicen con orgullo algunos vecinos del pueblo extremeño.
Así, las cuatro marcas extremeñas gozan de un reconocido prestigio, por su buen hacer y su expansión hacia los mejores mercados internacionales. Desde China hasta Rusia se llevan a la boca el dulce que estas empresas comenzaron a crear en la década de los 60 y 70 del pasado siglo, en el corazón de la comarca pacense de La Serena.
Este rico dulce castuerano, caracterizado por llevar la almendra entera –ningún otro turrón puede presumir de ello–, ha sido el sustento de muchas familias a través de la venta ambulante. Las principales rutas de los turroneros los llevaban desde la Feria de Abril en Sevilla, donde comenzaban la campaña, hasta la última del año en Zafra, en el mes de octubre, pasando antes por las de Plasencia o Almadén, entre otras. Un recorrido en el que procuraban no coincidir. Cada turronero tenía sus propias rutas adjudicadas y para evitar competencia entre ellos, existía un acuerdo tácito de respetarlas.
No solo la sabiduría en la fabricación del turrón pasaba de padres a hijos, sino también los caminos que cada uno seguía generación tras generación. Así lo pone de manifiesto la dinamizadora turística y responsable del Museo del Turrón de Castuera, Silvia Fernández, quien dice haber oído que los seis meses de constante viaje vendiendo turrón de feria en feria, permitía a las familias de turroneros "conseguir dinero suficiente para subsistir el resto del año y fabricar su turrón para el año siguiente".
Cuatro ingredientes son indispensables en la elaboración de este genuino turrón. La almendra, que antiguamente provenía de las huertas de Tierra de Barros, Quintana de la Serena o Bienvenida. Sin embargo, cuando la producción se industrializó en los años 50 y se incrementó la cantidad de la almendra requerida, se empezó a importar de Levante. Algo que pronto podría cambiar, ya que la demanda mundial de la almendra ha generado también el progresivo aumento de las plantaciones de este cultivo en la zona.
Pero es la miel la sustancia que aglutina todos los ingredientes del turrón. Un producto que, tradicionalmente, era transportado a lomos de burros y almacenado en pellejos de cabra cubiertos con aceite. Así lo cuenta Andrés Sanz, un castuerano que recuerda junto al monumento dedicado a los turroneros instalado en el centro del pueblo cómo lo hacía su abuelo cuando él era un niño.
En cuanto al color blanquecino del turrón, el responsable son las claras de los huevos, cuya compra apalabraban, antiguamente, con los pastores ya que en época de elaboración se agotaban rápidamente las existencias de este producto en los alrededores. Finalmente, en ocasiones se añadía azúcar, aunque su uso más frecuente es el destinado a la elaboración de otros dulces como las almendras garrapiñadas, peladillas o las frutas glaseadas que también vendían los turroneros de este municipio extremeño.
A pesar de la irrupción de la maquinaria para facilitar la tarea, el método de fabricación sigue siendo igual que antaño. Lo primero es crear una especie de caramelo con la mezcla de miel, azúcar y clara de huevo. El maestro turronero determina cuál es el punto óptimo, en el que deben añadirse las almendras enteras en proporción de un 60 %, aproximadamente. Antes, son lavadas, escaldadas con agua caliente, peladas y tostadas. La mezcla resultante es la que se coloca a grandes paletadas sobre una mesa, donde a ojo se van cortando pedazos de la gran mole dulce antes de introducirlos en un molde, colocarles la oblea y envasarlos. Así es al menos como se da vida a esta exquisitez en 'Turrones Dos Hermanos', tal y como describe uno de sus propietarios, Antonio Fernández.
Y a partir de ahí, lo siguiente será el estallido del apetecible alimento en la boca no solo de los españoles. Y es que británicos, franceses, portugueses, costarricenses, estadounidenses, mexicanos y dubaitíes, entre otros, también pueden gozar de los tradicionales turrones castueranos, gracias a la creciente exportación. Lo dicen convencidos desde el Ayuntamiento de este municipio rodeado de grandes llanuras que amarillean llenas de peñas y pastos buena parte del año.
Pero si en la variedad está el gusto, hablamos no solo de sabor. Aunque las opciones típicas son el turrón duro y blando de almendra, de yema tostada, torta imperial y rosca de turrón, están surgiendo nuevas creaciones de pistacho, nueces, piñones, nata, chocolate, licores o coco. Y es que ya no hay excusa para no endulzarnos la vida con el turrón, puesto que los artesanos han ido reformulando las recetas hasta eliminar prácticamente los colorantes y conservantes, y hacerlos "aptos para celiácos, diabéticos e intolerantes a la lactosa", recuerda Antonio.
Para transmitir el buen hacer del turronero castuerano y salvaguardar la identidad de sus gentes, en el año 2005 fue inaugurado el Museo del Turrón de Castuera, incluido en la red de museos de identidad de Extremadura. Una antigua fábrica de harinas, cuyo esplendor fue reconocido en toda la comarca hace siglos, ahora es el espacio que rinde homenaje a los hombres y mujeres que tradicionalmente vivieron del oficio más dulce de la época.
En el interior de dicho edificio rehabilitado se explica cómo este trabajo artesanal transcurre entre los calderos de cobre, los sacos de almendras, el cajón con la cuchilla de media luna o los largos viajes con el turrón en las alforjas y las casetas de ferias.
El hecho de ubicar el museo turronero en la mencionada fábrica de harinas no es arbitrario. A principios del siglo XX, la relación que tuvieron ambas industrias fue muy destacada, ya que los fabricantes de turrón utilizaban en la mayoría de los casos los hornos de los panaderos para tostar las almendras "enteras y sin pelar", insisten, para elaborar el manjar que busca endulzarnos estos días cuerpo y mente.
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