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La oferta gastronómica se ha multiplicado en los últimos años, trayendo consigo la aparición de propuestas de todo tipo y la proliferación de establecimientos con un notable grado de sofisticación.
En este espectro, que requiere un constante esfuerzo por mantenerse al día y en el que se registra la competitividad más feroz, algunos restaurantes han optado por abrir sus propuestas a todos los públicos. Así, uno puede hoy disfrutar de menús de alta cocina a precios impensables hace tan solo unos años.
Célebre ya desde sus tiempos en el hotel 'Ritz', el 'Caelis' y su chef, Romin Fornell, sientan cátedra ahora en otro hotel, el 'Ohla'. El francés ofrece un menú de primera clase en constante evolución, en un entorno casi zen que incluye una deliciosa barra con vistas a la cocina.
Allí se sirven platos de un calado indiscutible, como la Paletilla de cordero crujiente con crema de coliflor, verduritas y jugo reducido, o el Huevo crujiente y semilíquido con ceps confitados y su crema. Recetas de indudable perfección técnica y sabrosas hasta decir basta, servidas ante los ojos del cliente con códigos de la vieja escuela.
En nuestra visita a 'Caelis' no podemos dejar de destacar el excelente Filete de merluza con pisto y coulis de rúcula y estragón y un postre extraordinario, el Coco-pera con crema de almendra. Todo ello (que quede claro) forma parte de un menú diario que varía semanalmente a un precio de 39 euros (vino e IVA incluidos) y sin sorpresas de ninguna clase. Eso sí, solo al mediodía.
Decir 'Hofmann' en Barcelona es remitirse a una manera de hacer cocina que empezó en 1983, cuando May Hofmann arrancó su escuela culinaria en un tiempo en el que la gastronomía patria aún andaba en pañales.
May falleció el año pasado (a los 69) pero su herencia, más allá de los miles de cocineros que han salido de su criatura, se palpa en su restaurante que sirve platos de elaboración exquisita y que llena su comedor día sí día también.
Con cambios quincenales de menú, uno puede degustar allí delicias como el Risotto con alcachofas y scamorza ahumada o la Coca de sardinas marinadas con mozzarella y sofrito agridulce, para seguir luego con una espectacular merluza a la vizcaína o el muy sorprendente Calamar con cap i pota (los callos de toda la vida), jugo de tinta y muselina de ajo.
Hofmann sirve recetas con ese punto de ambición que se aprecia en el paladar y que tienen un final sublime en forma de postre, el muy tradicional Chocolate con almendra y gianduja, y la brutal (no hay mejor adjetivo para definirla) Esfera de cheesecake con mango. Todos los mediodías por 36 euros, con vino e IVA incluidos.
Este restaurante es la apuesta barcelonesa del chef Jordi Esteve, un amante de la cocina mediterránea que juega a torcerle el brazo a sus platos, aunando la belleza de la gastronomía tradicional con el twist del chef, siempre en busca de un plato que sorprenda incluso a los paladares avezados.
Empieza la comida (que cambia cada semana, quede avisado el lector) con unos snacks que casan el bloody mary con un crujiente de espirulina (sí, espirulina) con anguila fumada, mango y mejillón en escabeche.
Luego, llega un Mousse de caza y foie con gelée de oporto, peta-zetas y aroma de vainilla, en una textura que –casi– acaricia el plato y que es tan potente en boca como para la vista. Lo mismo puede decirse de las croquetas de especies mediterráneas, fresquísimas, que provocan la sonrisa y posterior silencio del chef cuando se le hace la pregunta obligada: "¿Qué llevan?".
La crema de boletus con perfume de trufa es una prueba más de la pericia de Esteve: suave, delicada, pero absolutamente rotunda. Un plato de invierno que no defraudará a los frioleros. Ni a los que no lo son.
Y para rematar la jugada, a escoger entre un arroz que eleva la consideración de 'cremoso' a otros parajes (con un all i oli suave y unos crustáceos que te recuerdan que hay mar en el plato) o un espectacular pavo relleno de setas con verduras y parmentier de patata.
Naturalmente, y si el huésped se queda con hambre, hay postre: una panna cotta de vainilla que le deja a uno con la sensación de haber estado en otro planeta. Y sin necesidad de subirse a ningún cohete, simplemente pagando 35 euros con su correspondiente IVA.