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Uno de esos clásicos inmutables de Barcelona, el 'Portolés', sigue siendo un faro de la comida casera sin tener que hacer demasiados esfuerzos. Restaurante de pizarra en el que el hambre te asalta tal como entras por la puerta: alcachofas (cuando es temporada), gazpacho (en verano y muchas más veces), fideuá, entrecot, salmonetes o pescados del día; buenas ensaladas, abundantes guarniciones y una clientela que no se pierde ni una. Lo lleva Antonio Catalán Portolés, que puede presumir de un precio tan ajustado que casi no parece ni barcelonés. Y ofreciendo género de primera clase. Ahí es nada.
Se trata de un local muy concurrido, en el que todo transcurre a velocidad de vértigo. Ideal para visitar con amigos y mucha hambre, menos si buscamos algo pausado. Los platos estrella son el xató, el salmorejo, la ensalada de tomate y queso y las empanadillas de atún; y segundos como las sardinas, los calamares, la sepia o la lubina, todo a la plancha. ¿La mejor noticia? La media de los platos es de cuatro euros y ninguno pasa de 11.
Una tavola calda que no desmerecería en Roma o Milán, en la que –¡milagro!– la pasta se cuece al dente. No solo eso: hay polenta y conejo, y piadinas y un buen montón de cervezas artesanas. Vamos a decirlo de entrada: uno puede ir al 'Birrino', darse el festín de su vida y pagar 50 euros, pero la mayoría de sus clientes saben muy bien que por 15 se van a comer unos spaguetti alle vongole o putanesca perfectos (hemos dicho perfectos) con un buen vaso de cerveza fría y que ya no habrá quien les estropee el día. El dueño es un italiano que sabe mucho, muchísimo de esto: Emmanuele de Angelis. Visita obligada para los amantes de la cocina italiana; la de verdad.
Desde hace unas semanas han inaugurado una pequeña barra dedicada a la comida callejera italiana, para aquellos que deseen explorar el mundo de la porchetta casera, las pizzas en tamaños individuales, o un manjar de dioses como las olive alla ascolana (aceitunas rellenas, rebozadas previamente) y unas magníficas piadine. Una versión del street food transalpino que no es fácil de ver en Barcelona.
Tótem sagrado de la comunidad skater, templo de la cocina oriental en pequeñas dosis y un lugar que ha hecho lo imposible: no perder la personalidad en un barrio (El Born) en el que todo acaba transformándose por culpa del turismo y sus intríngulis. Dumplings, pho ga, noodles, ramen y todo el catálogo cantonés y asiático, en una taberna de corte sobrio, con un sinfín de cervezas artesanas, ambientazo nocturno y unos precios tan competitivos que cuesta salir luego a la calle y pensar que estás en uno de los barrios más caros de la ciudad. Además, la cocina del 'Mosquito' es fundamentalmente ligera y fresca: sin alardes, pero sin fallo. Es difícil poder pedir más.
El local es mínimo, aprovechando cada centímetro (su cocina abierta es una atracción en sí misma) por lo que si sois más de cuatro, va a ser complicado cenar: mejor ir de dos en dos. El sitio es merecidamente célebre por los dumplings y los dim sum, pero los fideos son excelentes, un bol bastará para calentar el alma en invierno: el Pho bo es un plato estrella. Además, los shuijiao de verduras son una delicia. Y por cierto, nadie debería dejar de tomar los postres: no hay mochis igual en Barcelona.
El mismo responsable del 'Mosquito', con el mismo criterio. Tres tares (miso, marisco y soja), un ramen para vegetarianos, una marcada obsesión por las cocciones y una amplia clientela fascinada por su cocina, una de las mejores de Barcelona cuando se trata de Asia. Así que en este minúsculo templo del caldo japonés con capacidad para 15 personas en el que ahora caben bastantes menos, han tomado la decisión de organizar un maravilloso take-away para que los fanáticos del asunto puedan disfrutar del mismo ramen en casa. No están todos los platos, pero sí los más importantes y el sabor sigue transportándote a sitios muy lejanos. Además, estupenda selección de cervezas y un local que parece traído, piedra a piedra, de la otra punta del mundo.
Pero no solo de ramen puede vivir el hombre, el 'Grasshopper' ofrece otros platos que uno puede usar como complemento o como plato en sí mismos:el hiya yakko de kimchi o shitake y las estupendísimas gyozas (en versión carne o vegetal). Y por si alguien se queda con hambre: el donburi de berenjena y el arroz caldoso con almeja arreglarán el entuerto.
Regentado por Toni y Nicoletta, este local no ha tardado mucho en convertirse en uno de los favoritos de la vecindad. No es solo por el encanto de un establecimiento pequeño, decorado con buen gusto. 'Santo Porcello' tiene una de las mejores cartas de panini o spuntini que puede encontrarse en la capital catalana. Cotto, crudo, mortadelas, speck, porchetta, en todas las combinaciones posibles, en buen pan, con buenos precios, en un ambiente cálido. Un garito de bocadillos que eleva las dos acepciones, lo de "garito" y lo de "bocadillo" y que le saca punta a lo de comer bien gastando poco. Ah, y que nadie se vaya sin probar el Don Camillo.
Como dicen de los Dry Martini en el 'Harry’s Bar' de Venecia: "uno es poco; dos es demasiado". Lo mismo puede afirmarse de los bocadillos del 'Santo Porcello'. Así que por afinar el tiro, recomendaremos dos obras maestras. La Bologna la Grossa, con mortadela, con scamorza, vinagre balsámico y un tremendo pesto de pistacho. Y como complemento, porque puede comerse en tres mordiscos, cualquiera de las tigelle que ofrece el local: un pan de Módena con embutidos, francamente delicioso.
Un bar de barrio con mesas de madera y sillas imperfectas, situado a pocos pasos de la Sagrada Familia, en el que pueden presumir de hacer la mejor tarta de queso casera de Barcelona y que los futboleros del barrio abarrotaban los días de Champions. El fútbol ha perdido mucho de su encanto (por razones obvias), pero la tarta de queso sigue siendo un espectáculo: ir y no probarla es un delito. Además, por once euros de menú (o unos 20 de carta) puede comer uno buen pollo, buena carne, buenas tapas y untarse pan tostado con ajo, tomate, aceite y sal. Algo que ni siquiera una pandemia podrá parar jamás: un buen pà amb tomaquet en el corazón de Barcelona.
Esto es es un bar de barrio, con todas las ventajas de un bar de barrio: excelente ensaladilla, grandes boquerones, gustosas aceitunas, notables bravas, buen pan. Claro, estar a diez metros del Mercado de la Sagrada familia tiene que tener sus ventajas: la verdura, la carne y el pescado son óptimos. Si se va de noche, es delito no probar sus tostadas: la de lomo con queso bastará para irse a casa con una sonrisa en los labios. Postdata: si alguien se siente travieso que pida el all i oli de la casa. No se arrepentirá (o igual un poquito, ¡el ajo siempre tiene truco!).