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"Ayuda a la pequeña hostelería. Adelanta tu cena a las 20:00", reza un cartel en algunas ciudades de España, alentando a los trasnochadores españoles a adoptar horarios más europeos. Sin embargo, las meriendas y los locales donde tomar algo a media tarde o al acabar el trabajo ven cómo su clientela aumenta al mismo ritmo que disminuye la de las cenas fuera de casa. El toque de queda de muchas ciudades y la precariedad económica han hecho que mucha gente quede a media tarde para tomar algo ligero, como los adolescentes y estudiantes con escasos recursos.
En la mayoría de los países mediterráneos, la comida de la media tarde se reservaba para niños y ancianos. En Inglaterra, sin embargo, el afternoon tea era sinónimo de distinción. De hecho, se dice que lo diseñó la duquesa de Bedford en la mitad del siglo XIX. Por aquel entonces ya se habían inventado las lámparas de keroseno y eran objetos habituales en las casas de los ricos, lo que contribuyó a que la hora de la cena se retrasase un poco más. En aquellos días solo había dos comidas: una a media mañana (algo parecido al brunch, ya que la clase alta no necesitaban madrugar) y otra por la noche. Cuentan que la duquesa sentía un poco de debilidad a media tarde y decidió empezar a tomar algunos snacks alrededor de las cinco, acompañados de té y rodeada de amigos. Enseguida esta costumbre se convirtió en moda, símbolo de exclusividad y se relacionó con un pasatiempo de damas de la alta sociedad.
Con el tiempo este refrigerio se democratizó y la clase trabajadora tuvo también su high tea, que se hacía más tarde, una vez acabada la jornada laboral, y que consistía en una merienda-cena con platos salados, aunque acompañados con la imprescindible bebida caliente.
Estos son algunos de los mejores lugares para rendir culto a la merienda, en sus múltiples versiones, en Palma.
El concepto de comida rápida no siempre debería asociarse a algo negativo, ya que todas las culturas culinarias han tenido su manera exprés de saciar el hambre. En Mallorca había el pa amb oli o los llonguets, que consistían en acompañar un buen pan con embutidos, quesos y demás exquisiteces, junto con el imprescindible aceite y las olivas.
La filosofía de la cadena 'Es Rebost' se basa, como cuenta Helmut Clemens, su fundador, en "recuperar lo autóctono y ofrecerlo en recetas sencillas, tradicionales y elaboradas con productos locales". Aquí predominan los sabores de la isla, como la coca de trampó (una especie de pizza local), la tortilla de patatas con sobrasada o los pa amb oli y llongets de camaiot, paté de Felanitx, queso mahonés o calamar a la plancha con alioli . No falta tampoco el variat, un aperitivo de la isla que mezcla pequeñas raciones de muchas cosas en un mismo plato (ensaladilla, croqueta, tortilla, albóndigas o sepia) y que no falta en los bares con más solera.
En 'Es Rebost' hay también hamburguesas o brownies, pero siempre mallorquinizados de alguna manera. En el primer caso el pan se ha sustituido por una coca de patata (bollo dulce) y en el segundo la algarroba juega el papel del chocolate. Las tardes de invierno se puede beber algo caliente acompañado de un cuarto o de la típica tarta de almendra (gató) con helado.
La decoración de esta cadena de locales, con vocación de expandirse al resto de España y Europa, es también de Km 0. Una preciosa mesa de piedra (al más puro estilo Picapiedra) de más de tres toneladas de peso, hecha por el cantero Bernat Moyá de Benissalem; lámparas de vidrio soplado de Gordiola, familia que lleva en la brecha desde 1719; pantallas y cestas de palmito del artesano Guillem Casellas, afincado en Artá; baldosas hidráulicas de la firma Huguet o telas de Vicens, con el típico estampado mallorquín de llengües. "Lo auténtico gusta a todo el mundo, tiene algo que nos resuena a todos", dice Helmut, "queremos desterrar esa antigua ligazón entre destino turístico y la mala comida".
Estos oasis de belleza, tranquilidad, lujo asequible y buen trato que el grupo 'Cappuccino' ha creado en distintos lugares de España y el mundo (Mallorca, Madrid, Valencia, Ibiza, Marbella, Arabia Saudí o Gstaad), son perfectos para refugiarse de un mal día; ya que estos microcosmos de bienestar producen la sensación de que nada malo puede pasar en ellos.
La fórmula mágica consiste en elegir un edificio emblemático, potenciar su esencia y convertirlo en un refugio donde todo es perfecto, desde la temperatura a la luz; pasando por el exquisito trato de los camareros, la comida, la estética y la música, que recopilan en CDs para su venta al público.
El único 'Cappuccino' que permanece abierto en Palma es el del Borne, que recrea una antigua hacienda mallorquina, gracias al interiorismo de Michael Smith (decorador de celebrities, que reformó la Casa Blanca a petición de los Obama) y los frescos pintados por la muralista María Trimbell.
Hay un montón de opciones para merendar en este lugar que pasan por las diferentes tartas, chocolates, tés, helados o raciones saladas. Pero el encanto de este lugar no está solo en el plato o la taza, aunque sean de una vajilla floral que recuerda a las de los salones de té ingleses.
La historia de esta chocolatería legendaria se remonta a principios del siglo XVIII, cuando Joan de S’Aigo era un empresario que se dedicaba a recoger nieve en la Sierra de Tramuntana, en invierno, y guardarla en las llamadas cases de neu. Estas eran construcciones excavadas en el suelo de las montañas que hacían de neveras para guardar la nieve y tener reservas de hielo para el verano, que luego se vendía para uso doméstico a casas y familias.
Joan de S’Aigo tuvo entonces la idea de mezclar el hielo con zumo de frutas, creando así el antepasado del actual helado y luego abrió su primer local en Palma, donde comenzó la producción de chocolate caliente y ensaimadas. El lugar se convirtió así en una de las primeras chocolaterías, no solo de España sino de Europa.
El tener más de 300 años de historia ha hecho que este bar, decorado como una antigua casa mallorquina, influya en las costumbres de los palmesanos. Los domingos, antes o después del cine, hay que ir a tomarse un chocolate con un cuarto (un tipo de bollo local) o una ensaimada. Los camareros (de la vieja escuela), el barullo de las mesas, el colorido de sus helados, sus raciones generosas y sus precios asequibles crean un microcosmos confortable, casero, seguro y local que rememora todo el encanto de los bares de antaño.
El hecho de tener una tostadora de café, que perfuma deliciosamente el establecimiento cada mañana, es ya una declaración de intenciones sobre este lugar; que recuerda, en estética, a los coffee shops europeos. Amplio local con decoración minimalista, con predominio del blanco, productos bio, ecológicos y de proximidad, y consideración hacia los alérgicos al gluten con opciones en la carta.
Muchos lo consideran también uno de los lugares con el mejor café de Palma, no solo porque el tostado se haga cada día y en casa sino por la selección de pequeños productores de todo el mundo que les abastecen de la preciada semilla, sin la que muchos no podrían levantarse ni empezar el día.
En momentos de distancia social, 'La Molienda' está adecuada a la nueva normalidad por su gran amplitud, su gran variedad de tés, su pastelería casera internacional, con bizcochos veganos, galletas de avena o chocolate, rollos de canela y tartas variadas. O, si se prefiere, sus meriendas saladas con tostadas variadas.
El desayuno es otro de sus puntos fuertes, especialmente para los que ya han renunciado al sacrosanto croissant y quieren opciones más saludables y creativas. Hay también un menú del día vegetariano por 12,50 € y una carta de vinos y cervezas ecológicas, refrescos de cola, naranja y limón de producción alternativa y zumos y batidos naturales. Todo de 08:00h a 20:00h, que hay que recogerse pronto.
El rotulo de "helados artesanos" que cuelga de casi todas las heladerías del país es aquí totalmente cierto; ya que desde 1979 'Can Miguel' es todo un referente en calidad, variedad e innovación, lo que le ha hecho ser la heladería preferida por la familia real cuando visita Mallorca.
Su fundador, Miquel Solivelles, abrió el negocio tras formarse como pastelero y heladero en Barcelona y Francia. Tras su muerte, la tercera generación continúa su legado. Si se le pregunta a cualquier palmesano de pro dónde se puede merendar mejor, sin duda apuntará este lugar junto con 'Can Joan de S’Aigo' –ya sea en verano o invierno–. Los meses de frío, el chocolate caliente se acompaña de la tradicional bollería mallorquina y cuando el calor aprieta aquí hay más de 100 variedades de helado, entre las sofisticadas están de romero, albahaca, gambas, higo, granada o trampó (una ensalada típica de la isla a base de tomate, cebolla y pimiento). Todas con productos 100 % naturales y sin conservantes ni colorantes.
Cuando abrió su negocio, Miquel Solivelles era algo así como el Ferrán Adrià de las delicias frías, con propuestas como el helado de aceite de oliva y aceitunas, muy innovador en aquellos años, lo que le llevó a salir en muchas revistas internacionales. Algunas de ellas, como la página de un periódico chino, cuelgan enmarcadas en los muros de esta heladería.
El obrador fabrica también deliciosos bombones (el chocolate es uno de sus puntos fuertes); turrones, como el de yema, almendra y mazapán de Cádiz, neulas (unos barquillos que se toman en Navidad) o frutos secos bañados en chocolate. Y aquí hay también la posibilidad de probar la horchata de almendra, mucho más sutil y delicada que su hermana, la de chufa.
El Instagram de este establecimiento especializado en cup cakes no es apto para diabéticos; ya que sus fotos podrían calificarse de porno duro para los que están a dieta o tienen limitado el consumo de azúcar.
No es de extrañar, por tanto, que su clientela esté compuesta, mayoritariamente, de estudiantes y gente joven; la que puede participar en estas bacanales dulces sin graves consecuencias. Un día es un día y las tardes de lluvia son perfectas para pedir alguna de las delicias de este escaparate virtual. Una mini tarta de innumerables pisos, un batido coronado por una torre de 'sombreros' con varios niveles de bizcochos (lo que ellos llaman un gravity shake); tortitas rebosantes de sirope, helado, frutas y merengue o algo indescriptible, pero con todo tipo de cosas dulces, que podría ser un trozo de las ruinas de la casa de Hansel y Gretel.
Claro que los más comedidos pueden contentarse con un simple cup cake, un trozo de pastel o tarta, unas tostadas de aguacate, un sándwich de jamón y queso con masa de gofre o un bocadillo de pollo empanado al horno con salsa de miel y mostaza. Y en Navidad hay algunas especialidades altamente tentadoras, como el batido de Ferrero Roché y las tortitas de turrón de chocolate Suchard.
El local es pet friendly y los canes que vengan podrán jugar con milkshake y con marshmallow, dos perros ovejeros de los que es fácil enamorarse porque son tan dulces como lo que se sirve en las mesas.
Nacida en 1948, la churrería era un negocio ambulante de madera que llevaban por los pueblos, coincidiendo con las fiestas patronales, y que en los inviernos se asentaba en Palma. Por fin, en 1966, se instaló definitivamente en un local pequeño que vendía churros para tomar en casa.
Con los años, María Bonnin y su marido, Lucas Gelabert, empezaron a explotar más el negocio introduciendo cafés, chocolates y helados. El emporio familiar sufrió cambios y una ampliación en 2002. Un local con mesas de mármol, muebles art decó y fotografías en las paredes de cafés parisinos.
Todo aquí es artesanal y en versión mallorquina; lo que significa que los churros tienen forma de porras (son más grandes) y se fríen en una masa con forma de espiral pero siguiendo la receta de la de un churro. Para mojar, además de tartas y bollería de la isla (ensaimadas, cocas y cuartos), están los típicos buñols, que como las castañas aparecen con el frío y se comen rociados de azúcar.
Las tardes de invierno, especialmente de los días festivos, hay siempre colas delante de esta churrería. Hay jornadas en las que lo mejor del día puede ser poder mojar una ración de churros en una taza de chocolate bien caliente y esperar a que el día de mañana sea más dulce.
El barrio de Santa Catalina, antaño zona donde vivían los pescadores, es hoy uno de los más caros y cosmopolitas de Palma, ya que es el preferido de los extranjeros que viven en la ciudad, con una gran comunidad sueca que disfruta del sol español, incluso en invierno.
Allí se encuentra 'El Perrito', un pequeño local destinado a complacer los gustos de los descendientes de los vikingos, con comida a todas horas, platos del día (11,50 € o sopa a 7,90 €) y con especialidades del país nórdico, casi todas saludables y con opciones sin gluten. Las estrellas de la carta son los huevos poché, las sopas y los platos con salmón.
La costumbre de los países fríos de tomar un café (o té) con algo más consistente a media tarde es aquí todo un ritual y las opciones pueden ser dulces (bolitas de cacao, tarta de manzana, tarta de arándanos, scones) o saladas con sus deliciosos bagels.
Aquí uno puede leer revistas suecas o practicar el idioma escandinavo con los clientes, en caso de que lo sepa, aunque su dueño, Juan Bastida, es argentino pero conoce a fondo la cocina del país del norte. El nombre del local se debe a los cuadros y fotos de perros que decoran sus paredes.
La sensación túnel del tiempo invade al que cruce esta puerta giratoria por primera vez, ya que verá un café modernista de los de antes, con sus suelos de baldosa ajedrezada, su barra y mesas de mármol, sus reservados de madera y su ambiente de principios del XX.
A pesar de estar ubicado en una zona turística, frente al edificio de La Lonja y al paseo marítimo, este café mima por igual a los extranjeros y a los locales, que vienen a tomar su ración diaria de expreso y noticias en forma de periódico.
La merienda puede arreglarse con sus tartas de la casa y su carta de crepes dulces, donde destaca el, ya afamado, de chocolate con naranja. Pero tal vez aquí lo más inteligente sea optar por lo salado, ya que cuenta con sus famosos "entretenimientos", surtido de pulguitas, y sus garrotines con trucha ahumada, paté de salmón, queso azul con apio, magret de pato o sobrasada con miel.
Aquí se puede desayunar, comer, merendar y picar a cualquier hora y ofrece también muchos tipos de cafés (ruso, vienés, irlandés). Su terraza es privilegiada ya que está justo al lado de uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad, la antigua lonja, que brilla por las noches entre palmeras.
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