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Natalia Martínez y Rubén Martín son el alma de este establecimiento. Él es de Madrid y ella de Zaragoza, aunque se conocieron en las Islas Canarias en un curso de formación de vinos. Sus trayectorias se separaron durante unos años. Natalia trabajó en la mayor distribuidora de vinos de Chile y su compañero se centró en la hostelería, hasta que han vuelto a encontrarse en la capital aragonesa. “Hay vida más allá de Madrid y Barcelona para un local como el nuestro”, reflexionan.
‘Amontillado’. Ese fue el nombre elegido, que habla de su pasión por los vinos de Jerez y de Montilla Moriles. Toda una declaración de intenciones que no es exclusivista. La variedad de estilos que ofrecen es amplia, tanto como la horquilla de precios de los 50 que sirven por copas, que oscila entre 3,60 y casi 30 euros.
El modelo de negocio lo tenían claro. “Nos apetecía quitarle hierro y seriedad al vino, acercarlo a la calle y mostrar referencias de calidad, pero poco conocidas”. Sobre todo, “mirando a los pequeños y atrapando el alma de las personas que hay detrás”.
No siempre lo pueden hacer, pero a Natalia y a Rubén les encanta visitar bodegas, conocer a sus trabajadores, los viñedos y el método de elaboración. “Lo nuestro no es entrar en una web y probar los que nos recomiendan terceras personas; necesitamos sentirlos y vivirlos para transmitir a los clientes esas sensaciones”.
Vinos sinceros. Esta es la expresión que le gusta utilizar a Rubén para describir el catálogo de 300 referencias que en estos momentos están a la venta. Porque sí, ‘Amontillado’ también es una tienda. Lo saben bien Nuria y María, dos amigas que descubrieron este local hace unos meses y que, tras probar en él bastantes vinos, de vez en cuando incorporan algunos a su cesta de la compra.
Esta, precisamente, es otra singularidad: que los que se sirven por copas ejercen de correa de transmisión hacia las estanterías. “Antes los teníamos dos meses, pero ahora los cambiamos constantemente para que los clientes prueben más y, si encuentran alguno que les gusta, se puedan llevar la botella”, explica Natalia.
A las dos amigas les apetece un vermú largo en su visita a ‘Amontillado’. Quieren disfrutar de varios vinos: ver, oler y catar a ciegas. Confían en que les van a gustar. “No es la primera vez que probamos; es una experiencia genial y alguna botella siempre se va para casa”, sonríen.
Natalia sale de la cocina con dos croquetas, un montadito de boquerón y una salmuera. Para acompañar, la primera decisión es empezar por uno blanco. “Y algo burbujeante”, añade Nuria. Cuando se acerca Rubén, no saben lo que les va a servir. En una de las copas aparece el sello de Corpinnat. En la otra, un espumoso elaborado por el método tradicional en la zona del Penedés, A Priori Brut de Bodega Colet, con matices frescos y frutales. “¡No está mal para empezar!”, exclaman. Se lo toman con calma, sin prisas, disfrutando de cada sorbo, antes de continuar con el siguiente.
El tipo de copa cambia para el blanco. Nuria acerca la nariz y, tras olerlo, se atreve a decir que es un verdejo. Efectivamente, Cucú lo es, pero atípico. “Expresa cómo es esta variedad al margen de sus explotadas notas exóticas”, explica Natalia. “Es el único que tenemos fijo por copas desde el principio y va a continuar -prosigue-, representa la pureza de esta variedad, un vino sincero que muestra el territorio de La Seca, donde se elabora con levaduras autóctonas; cada vez se agota antes”.
A la mesa sale una menestra con ingredientes de temporada. “Empezamos con un formato de tapas, pero nos hemos dado cuenta de que cuando la gente viene a probar vinos le apetece comer, así que la carta ha crecido”. La menestra no incluye espárragos, por lo que el maridaje admite espumosos naturales, tintos afrutados con poca madera y una amplia gama de blancos.
Tío Uco 2021 de Bodegas Alvar de Dios es la opción elegida. “Afrutado y sedoso”, describe Rubén. Eso sí, las explicaciones las da después de servirlo con una funda en la botella, sin que se vea la etiqueta.
A María y a Nuria les apetece jugar, intentar adivinar la variedad y la procedencia. La conversación se anima hasta que desaparece la funda y se descubre el nombre. Toda esta información la reciben delante de un cartel que reza: La vida es demasiado corta como para desperdiciarla con vino barato.
El canelón de carrillera de cerdo duroc con setas que sale a continuación es de generosas dimensiones. Demanda un tinto con más cuerpo, elegancia y equilibrio. El elegido es Porretón Garnacha 2018 de Libre y Salvaje, una pequeña bodega de Almonacid de la Sierra (Zaragoza).
A estas alturas queda claro que el concepto de bar de vinos alternativo encaja como un guante en ‘Amontillado’. La divertida puesta en escena, las didácticas explicaciones, la adaptación al gusto de cada cliente, la capacidad para sorprender, la idea de quitarle hierro al mundo del vino… Seguro que esta suma de pequeños detalles ha contribuido al reconocimiento otorgado por la International Wine Challenge. En cualquier caso, no ha sido el único. Unas semanas antes, la Guía Repsol le concedió uno de sus Soletes de Barrio proclamando, más o menos, los mismos argumentos.
Además, este Solete reivindica que no es necesario estar en el centro de una ciudad para hacerse notar. ‘Amontillado’ lo ha conseguido en un barrio periférico y en un entorno residencial. Al final, su atractiva propuesta es la que invita a ese peregrinaje. “Cuando nos concedieron el Solete en octubre”, recuerda Rubén, “le comenté a Natalia que en dos años, como mucho, conseguiríamos otro galardón importante y, mira por dónde, no ha habido que esperar tanto”.
Para ir concluyendo el almuerzo torero y vinatero, a Nuria y a María les apetece acercarse a los vinos generosos. Manzanillas, finos, amontillados, olorosos, palo cortado, Montilla Moriles… El abanico es muy amplio, desde los más jóvenes de hasta 15 años, a los VOS, con una solera de entre 20 y 30 años, y los VORS, con más de 30 años de envejecimiento.
Rubén les explica que “dentro del mundo de los generosos cada vez vemos más de añada y con estilos de crianzas estáticas, no solo envejecidos con sistemas de criaderas y soleras, como es tradicional en los de Jerez”. Dependiendo de la clientela, del interés y la información que requiera, se adaptan a su nivel de conocimiento.
Concluida la teoría, prueban el palo cortado El Maestro Sierra, con más de 80 años de crianza. Se ofrece por copas y medias copas. “Dentro de los de Jerez es de los más especiales”. Y el de rango de precio más alto. La copa se va a los 29 euros. “Si has catado otros palos cortados más jóvenes, es cuando realmente aprecias los maravillosos matices que atesora este”.
En el apartado gastronómico la comida concluye con una pequeña tabla de quesos seleccionados con un criterio parecido al de los vinos: proyectos pequeños y exclusivos. En estos momentos, por ejemplo, se ofrece un queso de Valladolid del que se producen 150 al año.
Pero en ‘Amontillado’ no solo hay vinos. Bueno, el vermú lo es y alrededor de esta bebida también hay unas cuantas referencias con ese mismo aire de producto mimado. Y algo parecido sucede con las cervezas artesanas. No todo el mundo tiene por qué comulgar con el vino o, sencillamente, en un momento dado puede apetecer cambiar de tercio.
Los dos últimos detalles vinateros forman parte del atrezo del local. Hasta en la identificación del género de los baños es protagonista. Dos obras de la ilustradora Lidia López muestran una figura masculina con una copa sellada a su cuerpo y una femenina con una cepa.
Además, colgadas en una pared están las venencias jerezana y sanluqueña, diseñada esta última como si fuera una caña. Aparece de nuevo la querencia hacia el sur. “Es que cuando entras en el mundo de los generosos y te gusta, es un enganche muy fuerte”, sentencia Natalia. Lo dicho, pura pasión.
‘AMONTILLADO WINEBAR & TIENDA’ - Hermanos García Mercadal, local 5. Zaragoza. Tel. 976 876 793.
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