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El 'Alegría' engaña a primera vista. Tiene una barra clásica, con la ensaladilla rusa, los boquerones, las anchoas y las aceitunas. Nada que haga sospechar que, en realidad, a solo un par de metros, se esconden las ostras, las albóndigas, las gambas, la sepieta encebollada o un sinfín de platos que alegrarían el paladar de un muerto. Sin ponerse a investigar, bastaría con echar un vistazo a su espectacular carta de vinos para darse cuenta de que el 'Bar Alegría' no es un bar normal. Aunque lo de "normal", sea un concepto bastante discutible en pleno siglo XXI.
En realidad, la historia del 'Bar Alegría' es la de muchos bares de España: vivos durante mucho tiempo, con clientela fija, menú de mediodía y vermú de domingo. Instituciones de barrio que un día se vieron obligadas a cerrar por culpa de los alquileres, las modas pasajeras, la gentrificación o las tres cosas a un tiempo.
Pero con la recuperación de la tradición clásica del tapeo y la caña, muchos de esos bares, auténticos faros urbanos, han vuelto a la vida. Algunas veces a manos de sus responsables de siempre, otras –como en este caso– emprendedores con ganas de mantener vivo el espíritu al mismo tiempo que le suman su propia propuesta. Así es como ha reabierto el 'Bar Alegría': un homenaje a los sitios de siempre con una cocina que apuesta por mezclar lo nuevo y lo viejo, y que puede desconcertar a los habituales, pero acaba por convencer con una combinación de calidad y ganas.
"Este es un proyecto que arrancamos en enero de este año con Max Colombo ('Xemei', 'Bar Brutal') y mi padre ('Carles Abellán', 'Tapas 24'). Entramos y nos damos cuenta de que es muy bonito, pero que necesita una reforma total. Así que dedicamos siete meses a renovar cocina, zona de frío, restauración de mobiliario. En julio abrimos una semanita, pero vemos que nos falta algo de rodaje y cerramos en agosto. Reabrimos en septiembre y ellos se dan cuenta de que, por diversos motivos, no les interesa, así que les compro su parte y me quedo con el negocio", explica Tomás Abellán, dando lustre a esa afirmación de que "de casta le viene al galgo".
Su padre, Carles, uno de esos cocineros salidos de la escuela Adrià, que después revolucionó la alta cocina en la Ciudad condal con 'Comerç 24' (un restaurante legendario ya cerrado que sirvió como escalón a una carrera imparable) es un hombre muy conocido en el mundo de la gastronomía barcelonesa; su hijo, Tomás, ya demostró con 'La barra de Abellán' que tenía talento y visión y ahora –con su primer proyecto en solitario– se propone revitalizar un establecimiento que ha permanecido cerrado durante dos años.
Para ello cuenta con un equipo muy joven, ideal para un barrio como Sant Antoni, en el que la competencia es feroz y los gustos cambian continuamente, y en el que la dinámica de trabajo es básica. Encabezándolo, Ximena Arce, sumiller que lleva ya ocho años con los Abellán y que ha construido una carta con más de 50 referencias, todas ellas de vinos naturales.
En ella se pueden localizar vinos tan estupendos como el A pel, un xarel.lo del Penedés macerado en ánfora o el Tremo, un caldo de la Rioja alavesa (otro de esos proyectos que han hecho famoso al enólogo Álex Simó) o el Montsant de la casa, un blanco de 2017 que demuestra el buen gusto de Arce a la hora de escoger los vinos en una zona llena de garitos dedicados al mismo negocio.
En cuanto a la carta, Abellán reconoce que ha habido cambios: "Empezamos con una idea menos ambiciosa, más de menú, más terrenal. Luego creí que había espacio para crecer e introdujimos platillos más trabajados, cosas de lonja, y productos como las ostras o las setas. Al principio solo íbamos a hacer tostas y huevos, y a mí eso no me convencía. Así que quise apostar por otra cosa… y funcionó. Así que rehicimos la carta para ofrecer algo más acorde con mi idea de lo que debía ser el 'Bar Alegría'. Y te voy a decir la verdad: me siento muy cómodo trabajando en solitario y tomando yo las decisiones".
Así, en este bar pegado a la Gran Vía barcelonesa, se pueden encontrar clásicos como los huevos revueltos o las tortillas, pero uno haría bien en esquivar lo obvio (aunque sea óptimo) y apostar por algunas cosas difíciles de encontrar estos días en versiones con excelencia: los boquerones, marinados a la perfección con una textura perfecta; la rusa de la casa, que los clientes de 'Tapas 24' conocen muy bien.
El insuperable mixto (el bikini, tal y como se conoce en Barcelona) que patentó Carles Abellán, con una alquimia difícilmente superable de ibérico, mozzarella y trufa en un pan de molde con el punto justo de mantequilla y un tostado sublime. Tomás lo sirve bajo el epíteto 'el bikini de mi padre'. O las croquetas de jamón, exquisitas, siempre en su punto.
Destacar también las gambas, un plato de freiduría, que se come entero (con cabeza y todo) y que sirve con una mayonesa de cítricos: uno de esos platos que se ven en todas las mesas del bar porque gusta mucho a la clientela. Y por último, para cerrar una batería de entrantes de categoría superior, los magníficos ceps (hongos) con huevo. La seta es un producto de temporada que tiene un peso específico importante en la carta del 'Alegría' y estas semanas, el cep es el gran protagonista.
Pero nada como los platillos de la segunda parte de una carta amplia y para todos los gustos, como para recordar que, en la cocina, Tomás Abellán ha apostado por un valor seguro como el de Alberto Franzin, un veneciano que ya había demostrado maneras de chef en el mencionado 'Xemei' (mítico italiano en la zona del Paralelo) y que sirve dos platos inconmensurables. El primero es la sepieta encebollada, un plato en el que manda el producto, rey absoluto del 'Bar Alegría'. Aquí combina una sepia fresca, tierna, con una cebolla de cocción muy medida, en una receta deliciosa.
La otra, y probablemente el mejor plato del bar, son las muy sorprendentes albóndigas al nero di sipia. Una receta de tintes venecianos (obviamente), con unas albóndigas (la mandonguilla para el catalán aficionado a la gastronomía) suaves, esponjosas con una salsa simplemente perfecta, en la que el sabor del marisco y la carne encajan como la seda. Un tributo a la cocina local, en la que mar y montaña es un género en sí mismo.
Para finiquitar la comida, hay dos postres obligatorios: la reinterpretación del pan con chocolate, aceita y sal (que vive un revival en las cartas de algunos restaurantes barceloneses), aquí con un mouse que vale por todo el plato; el otro un helado de turrón al modo tradicional, de corte, con galleta crujiente y muy sabroso. Para los muy golosos, la tarta de queso sería la otra gran alternativa.
"Quiero crear un bar de referencia, con cocina barcelonesa, buscando un poco, buceando en productos como la esqueixada o el tartar, un bar en el que comas bien, con buena música, con una buena carta de vinos. Siempre me dicen 'es que esto no es un bar normal', porque tengo más vinos y más vermús y una carta un poco más ambiciosa, pero ¿qué es un bar normal? Todos tenemos conceptos distintos: este es el mío", concluye Abellán.
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