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La N-II discurre paralela al mar a su paso por El Maresme. Antiguamente, los barceloneses que subían a la playa tenían que pasar por aquí. Para muchos, la nacional tiene un punto mítico: la han recorrido en moto, en coche, a dedo, como conductores, como pasajeros, de día, de noche, sentido norte y sentido sur.
Juan y Sergio Quintana han vivido en el arcén. A pie de carretera, en un extremo de Mataró, sus padres abrieron el bar 'La Morera'. Juan Antonio Quintana y María Antonia Roldán compraron el local con sus ahorros y lo reformaron con el escaso tiempo libre que les dejaba la gestión de su primer establecimiento: 'La Palmera', un bar de desayunos. Saltaron sin red de árbol en árbol para dejar a sus hijos un negocio en propiedad. Era 1998, Juan tenía 22 años y Sergio, 17. Estos dos llevan la hostelería en las venas.
Cuando los hermanos se echaron novia empezaron a salir por ahí en sus días de descanso: ¿hacia Girona o hacia Barcelona? Decidían dirección, recorrían kilómetros, observaban los aparcamientos de los restaurantes y se detenían en los que descansaban Porsches y Mercedes. No se dejaban intimidar por los coches de lujo y llevaban efectivo en el bolsillo: querían comer como señores. Con la base de los guisos chup chup de su madre y esas escaramuzas gastronómicas de altos vuelos, formaron el paladar y se hicieron un hueco en el círculo de sibaritas profesionales: productores, distribuidores de delicatessen, cocineros, etcétera.
A su innegable don de gentes, trabajado en la barra durante toda una vida de servicio, se sumó el acceso a productos impecables que pronto debutaron en la carta. Juan, además, descubrió su vocación por el vino y se tituló como sumiller. Cuando el Quintana padre decidió jubilarse, sus dos hijos tomaron el relevo. Hoy aquel bar de inmigrantes andaluces es un templo de producto con una bodega de aúpa.
Con la complicidad de la madre –María Antonia no tiene edad ni intención de jubilarse–, los Quintana combinan sabrosos callos, albóndigas y potajes –que salen en un menú diario a 10 euros–, con ostras de Normandía, chuletones madurados por Imanol Jacas y un pescado y marisco de insultante frescura –mucho cuidado con las hermosas gambas de Arenys–.
Entre semana, 'La Morera' cuenta con una tropa de parroquianos que inunda el local desde la hora del desayuno hasta la hora de la merienda para reconfortarse con la cocina lenta, reposada y casera de la jefa de cocina. El viernes y sábado el servicio se vuelve frenético, tanto en el diminuto interior como en la generosa terraza con vistas a la carretera que se ha convertido en parada obligada. Ahí se juntan mataronenses con ansias de aperitivo, fiesta y tapeo con gourmets en busca y captura de ambiente popular y bocados que en Barcelona pagarían al triple de precio.
Es un imprescindible de la casa el jamón ibérico de bellota que los dos hermanos seleccionan personalmente, pieza a pieza. Juan tiene un pulgar deformado de tanto tocar el violín porcino: llegan a destapar 800 jamones al año. El chanquete a la andaluza es un primor y con huevo frito el placer se multiplica. Especial atención al calibre de las cigalas y su punto de cocción. Las pipas del Maresme –guisantes asados en su vaina– son un pasatiempo de temporada, como las alcachofas fritas. El lomo de salmón de Carpier, los canelones de pularda trufados, las sepietas a la bruta, la vieira con foie y cebolla caramelizada… las excusas sobran para abrir un vino o dos.
En la nevera, Juan consigna botellas de Alta Alella, Artadi, Domènech, Contador y de ahí hasta el infinito y más allá: los que quieran dejarse la cartera encontrarán Pingus y Vega Sicilia y los wine lovers de culto deberán preguntar por tres añadas de Ganevat que el mayor de los Quintana afirma tener escondidas por ahí.
Fieles a su origen humilde, los hermanos mantienen una política de precios discreta. O mejor, justa. El producto se cobra, como en todas partes, pero solo lo venden cuando el binomio temporada-precio permite una cuenta razonable: las gambas no salen al ruedo en Navidad, por ejemplo. Si no te lías con el vino la suma será de unos 30 euros por persona. Pero, claro, cualquier cosa es posible porque 'La Morera' no es el típico bar de carretera. Si lo fuera, las autopistas se vaciarían.