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La frase ha empezado a aparecer en algunos anuncios inmobiliarios: "Sant Andreu es el nuevo Gràcia". Los vecinos del barrio fabril pueden celebrar pero también temer la gentrificación que eso implicaría si fuera verdad. En realidad, el hecho de que esté separado del centro de Barcelona por la árida avenida Meridiana hace que Sant Andreu no corra peligro de convertirse en el "nuevo nada”. Es único, personal y muy recomendable.
Berta Sureda dirige Fabra i Coats Fàbrica de Creació (Sant Adrià, 20), la residencia rotatoria de artistas y vivero cultural que ocupa la antigua fábrica textil del mismo nombre. Ella procede precisamente de Gràcia, pero se ha enamorado de su barrio de adopción: "Era muy desconocido para mí. He visto que se hace mucha vida en la calle. La parte antigua, en torno a la iglesia de Sant Andreu de Palomar, está hecha de casitas bajas preciosas. Residen muchos extranjeros jóvenes, estudiantes y personas atraídas por el nuevo eje cultural que formamos nosotros y el vecino Taller de Músicos", dice en referencia a esta institución que funciona como escuela, plataforma de artistas, estudio de grabación o sala de conciertos. Cerca ha echado a andar el renovado Canódromo, reconvertido en incubadora para creativos y emprendedores.
Una ruta por esta zona de tradición industrial, que albergó a los trabajadores de la Pegaso o la Algodonera, puede arrancar en el pintoresco Mercado de Sant Andreu, rodeado de pórticos (Plaza del Mercadal, 41). Los mejores lugares para tomar un buen "desayuno de tenedor" –el antepasado catalán del brunch– andan cerca: 'Can Rabasseda' (Plaza del Mercadal, 1) y 'Taberna Can Roca' (Gran de Sant Andreu, 209), que lleva funcionando primero como bodega y ahora como restaurante desde hace más de 100 años. Sirven clásicos, ahora difíciles de encontrar en los menús, como el capipota (callos a la catalana), espalda de cordero rellena de butifarra del perol y canelones de pies de cerdo.
Aunque si existe un lugar que pueda considerarse casi el ayuntamiento cívico del barrio, ese es el 'bar Versalles' (Gran de Sant Andreu, 255), inaugurado en 1915 y con elementos aún de la decoración original. Ya no sirve recenas a las tres de la mañana, como hacían en tiempos de la Segunda República, pero sí da servicio desde el primer café de la mañana hasta la última copa de la noche.
La (bendita) culpa de que los molletes hayan invadido Barcelona, casi tanto como los asiáticos baos, la tienen tres cordobeses que abrieron hace tres años 'Palo Cortao' (Nou de la Rambla, 146) en su barrio, Poble Sec. Se trata de un bar de acento andaluz en el que sirven salmorejo y gamba blanca de Huelva. Hace unos meses, sus vecinos, los dueños del único hotel boutique del barrio, Brummell –un oasis vertical a dos pasos de los parques de Montjuïc– les propusieron quedarse también con el restaurante de la casa y así nació 'Brummell Kitchen' (Nou de la Rambla, 174), que ya ha consolidado clásicos como el bikini de lacón y queso de tetilla, que vuela a cualquier hora del día.
"Hemos hecho guiños al clásico menú de hotel haciendo versiones muy particulares de la ensalada César o el Club sándwich", explica Bernardo Montenegro, uno de los socios. Aunque un día cualquiera lo que se puede encontrar a mediodía son platos típicos de la cocina local como el fricandó o las albóndigas con sepia.
Poble Sec, el único barrio de Barcelona que queda encajonado entre el mar y la montaña, tiene una larga historia de migraciones. Se ha puesto de moda como zona de tapeo pero conviene quizá esquivar la arteria de la calle Blai, donde abunda "el pincho a un euro", como denuncia Montenegro. Es preferible buscar locales señeros como 'Quimet & Quimet' (Poeta Cabanyes, 25), templo de las conservas y el vermú que los mejores chefs del mundo visitan cuando están por Barcelona, o esos restaurantes que han hecho de la zona un destino gastronómico.
A pesar de su diversidad, tienen en común haber surgido de jóvenes emprendedores del barrio. Es el caso de 'Xemei' (Paseo de la Exposición, 85), originalísima taberna veneciana regentada por los mediáticos gemelos Colombo (de ahí el nombre, "gemelos" en dialecto del Véneto), 'Casa Xica' (Calle de la França Xica, 20), de inspiración asiática pasada por Montjuïc, y 'Mano Rota' (Creu dels Molers, 4), con un estilo ecléctico deudor de su chef venezolano.
Hubo un tiempo en que el distrito de Sant Martí albergaba hasta el 40 % de las fábricas algodoneras de Cataluña. Ahora es más frecuente encontrar startups tecnológicas o productoras audiovisuales, aunque –por suerte– el nombre que se quiso dar a eso, 22@, no cuajó y a la zona se la sigue llamando como siempre, Poblenou.
Los empleados de estas nuevas empresas, muchos de los cuales se están mudando a vivir al barrio, comparten mesa en muchos restaurantes con los vecinos de siempre, que mantienen un histórico y activo tejido asociativo en el que figuran compañías de teatro amateur o antiguos ateneos obreros. Si hablamos de menú de mediodía, una opción imbatible es la 'Granja Mabel' (Marina, 114), donde igual cabe el carpaccio de pies de cerdo que el arroz chaufa peruano, reinterpretado al estilo nikkei. Y todo por 11 euros.
También ha ganado fama 'Minyam' (Pujades, 187), sobre todo por sus arroces, como el de pescado y marisco. Su joven chef, Hug Pla, aprendió a cocinarlos en el 'Kaiku', una de las clásicas casas del vecino barrio de la Barceloneta. Pla suele decir que sus arroces, sin marca ni sofrito, son sabrosos pero ligeros y se pueden comer incluso de noche (sin peligro de parecer un guiri). Además, quien vaya a esas horas tiene premio al final: cuando se recogen las mesas y se pincha música negra. Por algo uno de sus socios está también al frente del club 'Marula' (Escudellers, 49).
Muchos comercios que están abriendo en el barrio se esfuerzan por respetar su pasado. Así, la librería Nollegiu (Pons i Subirà, 3) conserva el mobiliario de la boutique La Juanita que solía albergar el mismo local y el bar 'Bàlius' (Pujades, 196) mantiene el rótulo y el estilo de la droguería que fue. Allí sirven vermús, cócteles y tapas, como la original ensalada payesa, con "raya secada al sol de Formentera". Los fines de semana a mediodía se llena de treintañeros con hijos que han hecho de la hora del vermú la nueva hora del gin-tonic. Quien necesite algo más de serenidad siempre tiene el 'Espai Joliu' (Badajoz, 95), una tienda-café de donde salir con un americano y, de paso, con un bonito cactus o una ilustración original.
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