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Cambiar su ajetreada vida en Ibiza por la tranquilidad de Garcibuey, un pequeño pueblo de la Sierra de Francia, en Salamanca, de apenas 180 habitantes. Esa es la decisión que tomó Quintín Gorjón hace apenas dos años, después de vivir 30 en la isla Pitiusa. "Esto sí que es el paraíso", reclama alto y claro. No se arrepiente ni un sólo día de haber vuelto a su pueblo, de haber dejado su vida frente al ordenador en las Baleares y abrir un chiringuito en medio de un magnífico vergel que él mismo ha plantado, con una piscina natural y unas vistas de escándalo sobre la sierra que le vió crecer.
Quintín abre temprano 'El Collao'. A las 10 de la mañana está listo para servir desayunos a quienes quieran acercarse hasta allí, sobre todo inquilinos de las campers o las autocaravanas que aparcan en la zona. El chiringuito no se encuentra dentro de Garcibuey, hay que buscarlo a poco más de un kilómetro, a los pies del estanque La Palla, construido en los años 40 como depósito para el riego con 3.000 metros cúbicos de agua, siendo la mayor piscina natural de toda Salamanca.
"Hoy sirve para abastecer a los helicópteros en caso de incendio y tiene el mismo diámetro que el ruedo de la Plaza de Toros de Salamanca", comenta un lugareño del pueblo mientras se toma un vino en este chiringuito que el 1 de julio cumplió su primer año de vida. Su nombre, 'El Collao' hace un guiño a como se conoce la zona: El Collado de la Palla.
Al borde del estanque, varias adolescentes se lanzan sobre esta infinity pool de más de dos metros de profundidad que se asoma a una sierra llena de matices, un lienzo natural que cambia por horas y te hipnotiza con su gloriosa calma. Al fondo, se observan los pueblos de Miranda del Castañar -el que mejor-, Lagunilla, Pinedas, la tierra de Béjar y hasta las Hurdes de Cáceres. "Este entorno es mágico, mires por donde mires", destaca Quintín con una sonrisa sincera, feliz y llena de paz, de alguien que por fin ha encontrado su sitio.
Este salmantino nacido en Aubin (Aveyron) -sus padres tuvieron que emigrar a Francia- saca su móvil para mostrar cómo se encontraba hace 45 años este terreno de más de 35.000 metros. En las fotografías se aprecia un pequeño kiosko de madera bajo un enorme castaño de indias, donde su padre vendía refrescos y bolsas de patatas fritas a quienes subían al embalse. Hoy, las maderas de ese castaño de indias rinden homenaje a ese recuerdo convertidas en una mesa situada en la misma parcela del chiringuito, donde además hay varios barriles donde apoyar la cerveza fría, y un pequeño espacio de césped donde los chavales se tumban con las toallas todas las tardes.
"Todo este terreno era en orígen una era de trillar. No había absolutamente nada. Lo compró mi padre y yo le ayudaba con 14 años en el kiosko. Aún recuerdo cómo cargaba con las barras de hielo que traían del Correo de Béjar, ¡pesaban más que yo!", dice entre risas. "Junto a mi padre comenzamos a recuperar este lugar plantando árboles. Hasta que él se bajó al pueblo, yo marché a Ibiza y esto se abandonó", añade con cierta nostalgia.
Hoy, Quintín continúa con la estela de su padre, "haciendo pueblo" con su chiringuito, cuidando ese vergel que crece día a día con nuevos pinos, eucaliptos, olmos, frutales, álamos, alcornoques, tilos, avellanos, tomillos, lilos, olivos... "en total, más de 15.000 árboles". El chiringuito está totalmente mimetizado con el entorno, cuenta con 13 placas solares, baños con fosas sépticas controladas y un amplio parking. "Tienes que darle facilidades a la gente para que venga hasta aquí y quiera quedarse", recalca. Además del magnífico chapuzón en la piscina, tras el chiringuito, nace una sencilla ruta de unos tres kilómetros que conduce al mirador de la Peña de las Palomas. Más vistas sobre Las Quilamas y menos ganas de abandonar este lugar.
La carta del chiringuito está a la altura del sitio en el que nos encontramos. Buenas raciones con productos locales, y casero, todo muy casero. En la cocina le ayuda su mujer, que saca sus famosas patatas asadas al horno con dos salsas -alioli y salsa golf picante-, mientras varios vecinos de Garcibuey alaban los pinchos morunos, las tostas de sardinas ahumadas, la chistorra o los pimientos rellenos de bacalao.
Quintín hace alarde del rico producto que tienen en la sierra, de los quesos de los Arribes -como el de Rabadán-, las carnes que le trae El Mayoral, de Tamames; o los vinos y aceites de Soto de Perahigos, de Miranda del Castañar. "Yo he vuelto aquí para hacer pueblo", reitera sin más ambición que la de poner en valor lo que nace a su alrededor. Eso sí, quiere alargar todo lo posible la temporada y planea techar parte del chiringuito para que también se pueda disfrutar en invierno. "Porque aquí cada estación del año es un espectáculo. Mi preferida: la primavera", confiesa.
El sol comienza a caer sobre la Sierra de Francia mientras las velas y los farolillos de 'El Collao' se encienden poco a poco. El ambiente se vuelve aún más mágico. Quintín sirve otra copa de vino de tinto. Brindamos y olvidamos las prisas. Aquí están prohibidas. Y gozamos de las vistas de un paisaje que nos deja totalmente cautivados.
Dos chapuzones más en la Sierra de Francia
1. Piscina Natural de Villanueva del Conde
A tan sólo 7 minutos conduciendo desde el chiringuito 'El Collao' dirección Villanueva del Conde, descubrimos otra fascinante piscina natural. La zigzagueante carretera que nos lleva hasta ella nos engulle en un sugerente paisaje natural que sólo es un aperitivo de lo que nos espera. Conduce atento porque justo antes de llegar al puente sobre el arroyo de San Benito, hay un desvío donde un panel de madera con las letras "piscina natural" te confirma que vas en buena dirección.
Un camino de tierra te introduce en este enclave lleno de encanto, para el cual tendrás que cruzar un pequeño chiringuito, un buen lugar para tomarse esa cerveza a la hora del aperitivo o ese café de la sobremesa. Unos pasos más allá, la naturaleza se convierte en la protagonista indiscutible de este escenario que invita a un relajante baño en sus aguas calmadas. La imponente roca de la montaña hace de pared natural, mientras la vegetación ofrece de forma divertida la sombra que nos protege en las horas más calurosas.
Varios bañistas del pueblo van temprano para no rechazar en verano ese lujo de encontrarse sólos en unas aguas cristalinas -y tan frías que cortan la respiración- que se nutren del arroyo de San Benito y que baja haciendo varias cascadas entre las rocas a su camino. Pronto vendrán los grupos de amigos y los turistas del verano, y aunque la piscina natural no pierde ni un ápice de magia, está claro que no todo el mundo está dispuesto a compartir este baño privilegiado en plena Sierra de Francia.
Llamada la 'Poza del Charco', quizás sea una de las más conocidas de la Sierra de Francia, de las primeras que te sugieren los salmantinos cuando les preguntas por piscinas naturales en la zona. Y por algo será. Situada en el mismo pueblo de Valero, su acceso desde el núcleo urbano es cómodo y sencillo, y su belleza nos hace entender por qué siempre es una de las más nombradas.
Abrigada por las suaves cumbres de Las Quilamas, esta piscina natural nació de una antigua presa construida en 1985 para una antigua fábrica de electricidad. Hoy, son las toallas y chanclas de los bañistas las que ocupan las sombras que regalan las higueras, olivos, castaños y un gran sauce llorón, cuyas ramas no se resisten a sumergirse en el agua cristalina.
Son muchos los espacios que ofrece esta piscina, una de las preferidas por las familias. La piscina más grande, con dos metros de profundidad, es ideal para los que buscan tirarse a bomba o bucear. Otra piscina con varias cascadas se convierte en el juego más divertido del mundo para los más pequeños, donde hacen pié y pueden ir sólos de un lado a otro. También allí se puede acceder a una parte del cauce del río Quilamas -que alimenta esta piscina-, lleno de cantos rodados y guijarros y por donde corretea algún que otro perro, feliz también de poderse refrescar.