Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Samuel Fernández solía llevar a las novietas de juventud a un banco situado a unos metros delante de la ermita de El Remedio, perteneciente a su pueblo, Ruiloba: “allí di mis primeros besucos y fumé mis primeros cigarros. Era y es un lugar mágico”. Desde ese banco se huele la paz y se siente el Cantábrico, tan azul, tan infinito, con sus olas chocando contra los acantilados.
Es un lugar espectacular que invita a la reflexión, a la relajación, perfecto para ver los problemas desde otra perspectiva. Quizá por eso en el siglo XIX se construyó allí una ermita bautizada con un nombre tan apropiado como 'El Remedio'
Pero Samuel se hizo mayor, dejó de ser ese adolescente que buscaba el remanso mirando al Cantábrico y dirigió sus ojos y sus pasos a través del Mediterráneo hacia Italia, después de formarse como cocinero, entre otros, con Martín Berasategui. En el país transalpino trabajó tres años en un restaurante en donde conoció a la que hoy es su mujer, la romana Caterina Santucci, que había empezado a hacer prácticas en la cocina. Después de enamorarse y enamorarla, se la trajo a la tierruca.
Porque Samuel es muy de Cantabria y muy de su pueblo, pero también es muy de Italia y de su comida: “disfrutan comiendo y tienen excelentes productos”. Para que su mujer no tuviera morriña de su tierra, decidieron poner en marcha un restaurante que aunara los platos tradicionales de Cantabria con la cocina italiana dándole un toque de autor. Ya sabían lo que querían hacer, pero…. ¿dónde?
Samuel se acordó del banco donde daba sus primeros besucos, de la ermita que había detrás y de la casita abandonada al lado. “Era la casa del enterrador, después fue un mesón y luego estuvo cerrada durante 13 años. Pertenece al ayuntamiento y hace un lustro decidimos cogerla para cumplir nuestro sueño de montar un restaurante”. La reformaron y abrieron allí 'El Remedio', que tiene unas cristaleras enormes que caen hacia el mar y los acantilados.
Samuel sabe que el 50% de su éxito es la belleza del paraje: “No debo atribuirme todos los méritos, sé que el entorno es determinante para que la gente venga a mi restaurante”. Es impagable poder contemplar desde los comedores las praderas verdes, los acantilados escarpados, las olas y los picos nevados en invierno. Bueno, en realidad se paga, pero se paga a gusto.
Por las noches, después de cenar, hay clientes que piden un gin-tonic, cogen una de las mantas que tiene preparadas Samuel para estar en la terraza, se bajan unos metros hasta el banco de los besucos y disfrutan del británico trago mientras buscan el remedio. Huele a hierba fresca tras la lluvia. Se escucha y se siente la tranquilidad serena que procura la naturaleza.
La casa ha sido decorada con mucho gusto e ilusión por la madre del chef, Cristina Pérez. Y al lado está la ermita, que si lo quiere el cliente, se puede visitar. “Yo tenía las llaves, pero guardarlas para mí era mucha responsabilidad. Ahora las tiene el ayuntamiento, pero si alguien lo desea, se pueden pedir para visitarla”, afirma Samuel Fernández.
La cocina del local se asoma tras una gran cristalera desde la que se pueden seguir las evoluciones de los chefs. Es una cocina de platos con sabores nítidos y precisos. Tiene toques italianos, pero también habla de la zona, de la montaña y el mar que rodean a 'El Remedio'. A pesar de eso, Samuel comenta: “Siempre que puedo trato de traerme productos italianos. Pero sólo los buenos, un queso de búfala cuando puedo, por ejemplo”.
Entre sus ricos platos destacan, como no, las anchoas de Santoña con mozarella de Búfala, la cebolla rellena de lechazo de Mayorga, la pechuga de pato, trigo y melaza, el lomo de bacalao con crema de patata cítrica y cebolleta al romescu, el solomillo con canelón de brie y mostaza de remolacha. Reconoce que se te hace la boca agua, pero has de dejar sitio para postres como la barrita de chocolate blanco y negro con salsa de toffee o el arroz con leche al Moscovado. Nunca te olvides de preguntar si tienen algo fuera de carta porque te puedes encontrar con unas vieiras frescas, cuyo sabor entrará a formar parte de tu biblioteca gustativa.
“En verano viene mucha gente de Madrid y del País Vasco y en invierno vamos sobreviviendo con la clientela local”, cuenta el chef, que está muy contento del éxito obtenido: “empezamos siendo nosotros dos y un señor en el comedor y ahora somos ya doce”. Aparte de las cenas y las comidas, tienen mucho cliente de bar, que va a tomar los zuritos y los vinos. “Con el tiempo voy viendo siempre las mismas caras”, se enorgullece el joven cocinero: “así que tenemos ya una clientela fija”.
Y así seguirá porque, por mucho que se coma extremadamente por entre 30 y 45 euros, tiene algo que no tienen los demás, la ermita del siglo XIX y el banco de los besucos.