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“Antes de organizar el menú es importante escribir los nombres de las personas que vayan a venir. Así es fácil pensar ‘a él le encanta…’ o ‘¡uy!, a ella le voy a poner…’ y tenerlos a todos en la cabeza”. Es lo que hace Sesé San Martín, directora de la Escuela de Cocina Telva, cada 24 de diciembre, cuando en la cena familiar el quorum ronda los 40 comensales.
Quizá hacer una lista tampoco merezca una ovación de pie, por suponer un enorme descubrimiento, pero sí es verdad que no pensar en número de asistentes sino en las personas, en las condiciones de cada una de ellas es de gran utilidad “para que todo el mundo se sienta mimado y representado”.
Dicho esto, con Sesé hemos logrado desglosar una propuesta práctica y, sobre todo, que podamos poner en marcha sin que el anfitrión tenga que anclarse a la cocina mientras el festín coge fuerza en el salón-comedor.
“Parece mentira, pero hay un paso previo antes de empezar a comer: matar la sed. Siempre, antes de cualquier recepción, debemos ofrecer bebida”, asegura, porque es la mejor manera de predisponernos al banquete.
Acto seguido propone un amplio aperitivo, que suele ser contundente y desarrollarse en tres actos, acompañado de un espumoso “para mí mejor seco y justo aquí, no con el postre”. Es el momento de hacer un “montaje bonito, con toques navideños, en pizarras o bandejas de fondo de espejo”. Además, este formato permitirá que los niños pequeños vayan cenando, que haya tiempo de acostar a los bebés, que usemos vajilla desechable y que la cocina no acabe hasta arriba de “cacharros”.
Arrancaríamos con los entrantes que no necesitan cocina –como el jamón, el lomo, los quesos, frutos secos y encurtidos–. “Eso sí, de buena calidad”, puntualiza Sesé, como unas almendras fritas y saladas perfectas, aceitunas gordal o campo real con aliños ricos y, por supuesto, sin hueso.
Después con la cocina fría –donde tienen cabida platos como las tortillas, las empanadas o los dips– y, cuando ya esté el 80 % de los invitados, es el momento del apartado caliente, con las croquetas, las brochetas, el consomé o las cremas (de patata o espárrago, por ejemplo) “que entonan muchísimo el estómago, son facilísimas de hacer y se pueden tener preparadas con antelación”.
En sus Navidades, un pavo relleno es el plato principal y el imán que atrae a todos a la mesa. “Es el único momento en el que nos sentamos, porque pretender que los niños aguanten un primero, un segundo y un postre es casi imposible”. Lo acompaña un escuadrón de ricas guarniciones: compotas de frutos secos, manzana y castaña, el jugo de cocción y una salsa de cebolla.
Aunque bien podría ser un cordero, un besugo, un cochinillo o alguna caldereta. En cualquier caso, solo uno (y tradicional) para innovar en los aperitivos y ensuciar lo justo (una copa para el vino, un vaso para el agua, un plato y los cubiertos).
El cierre, por supuesto, es un postre… o tres: “algo de cuchara (helado o mousse) para refrescar, una receta con manzana y otra con chocolate, para quien se haya quedado con ganas”.
Después, nos anima a preparar una bandeja grande con turrones para la sobremesa, que incluso se puede hacer en la misma mesa si la conversación está fluyendo. “Si no, cuando empiece el caos, es hora de pasar a otro espacio. El objetivo es que todo el mundo lo pase bien y que estemos disfrutando”.
¿Y qué pasa el día después? O bien cada uno se lleva a su casa lo que queda o se reconvierte en una comida de sobras de Navidad: con el pavo se rellenan los canelones, se hacen croquetas o lasaña; y los langostinos van a la ensalada.
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