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En pleno barrio de La Magdalena, 'O Galo' es un clásico entre peregrinos y ferrolanos. Su carta propone todo tipo de raciones, que van desde el pulpo a la gallega, las zamburiñas a la plancha, la tortilla de chorizo, las croquetas caseras de jamón, la zorza, los mejillones al vapor, la ternera asada o el raxo a la plancha.
Raciones ricas, abundantes y a buen precio. Aunque hay un plato estrella de 'O Galo', uno que no encontrarás en ningún otro bar de Ferrol: el choco a la portugesa que prepara Marina Dasilva, la cocinera. Nacida en un pequeño pueblo a 20 kilómetros de Porto, Marina limpia y guisa a fuego lento el choco –que deja entero–, para luego regarlo con una salsa tradicional hecha con tomate y cebolla. De cama, una generosa ración de patatas fritas caseras.
Junto a Marina está José Pardo, de Viveiro. La pareja, que se conoció en Suiza, hace 24 años que regenta este popular mesón considerado el más antiguo de Ferrol con el mismo nombre. "Aún recuerdo cómo se llenaban las calles de peregrinos antes de la pandemia", cuenta José, esperanzado en que este verano, los visitantes llenen de nuevo su terraza exterior, ahora "a medio pulmón".
Para encontrar la costrada, el auténtico plato medieval de los peregrinos en el Camino de Santiago, traído por los monjes agustinos desde Italia, hay que ir hasta Esteiro, cerca de Pontedeume, donde se encuentra la 'Cantina Río Covés'. La costrada "es una especie de empanada de varios pisos, llegó a tener hasta siete, que se hacía de carne porque se conservaba mejor y era más energética para el camino". Blanca García Sánchez, hija de los actuales dueños del restaurante y casa rural (tienen una habitación disponible), habla sobre este plato con la seguridad que dan cuatro generaciones sobre los suelos de la misma casa. Aunque su madre, Inma Sánchez, hace los apuntes pertinentes que completan el discurso. "Nosotros hacemos solo cuatro pisos y le metemos cocochas de bacalao, setas, langostinos o algún otro pescado, como la de hoy que lleva merluza, y a veces, incluso, pulpo", aclara Inma, que considera este plato tan contundente como para ser un único. "En invierno, lo acompaño de un caldo; y en verano, de una ensalada".
En la Cantina, la costrada se hace los fines de semana; aunque en verano, cuando el negocio se anima con la llegada de los peregrinos, se llega a hacer una al día. Pero es una receta lenta, que requiere mucho cuidado en la masa y, más aún, en el montaje. "Nosotros hacemos cada guiso de cada ingrediente por separado, como las cocochas de bacalao al pilpil, y luego lo vamos montando todo junto para que la masa coja el sabor de cada uno", explica la madre que guarda el secreto de esa masa, mientras que Blanca se encarga de armar el plato capa a capa.
En esta casa, ubicada en un enclave natural de ciencia ficción, la joya de la corona es su terraza. "Mi bisabuelo construía los barcos aquí aprovechando las mareas para sacarlos al mar", cuenta Blanca. Actualmente, una barandilla aleja el agua cuando se atreve a acercarse y el entorno verde envuelve a los clientes en una serenidad bien impuesta por el paisaje. El lugar pasó de astillero a tienda de ultramarinos y almacén de sal, para ser ahora un rincón inolvidable en el que descansar de los kilómetros del camino. Aquí sentado, lejos del mundo, uno casi puede remontarse a la Edad Media degustando con tiempo una ración de costrada en su versión más moderna. Pero si no se atreven con la contundente receta, en esta casa siempre hay pescado, como sus tradicionales sardinas lañadas, cuando es temporada. Una merecida ovación a la proximidad del mar.
La historia de la tortilla de patatas de Betanzos se remonta a hace 120 años con la señora que llevaba el restaurante 'La Casilla'. Antes de la construcción de la autovía, el restaurante de carretera tuvo la oportunidad de seducir a todos los que hacían un alto en el camino con la tradicional jugosidad de la tortilla de la zona. Sin embargo, en los últimos años, 'Casa Miranda' y el 'Mesón O’Pote' se han unido a la tradición y han hecho famoso el callejón de Travesía Progreso, en el que se encuentran ubicados, con ese baile perfecto entre las patatas doraditas y el huevo sin cuajar. Con razón, Betanzos se ha convertido en parada obligatoria para todo aquel que pasa por allí, ya sea peregrino, turista o local. Estas tortillas que lloran atraen como un imán, aunque no sean aptas para aquellos a los que les gustan bien hechas.
Alberto García Ponte, propietario y chef del 'Mesón' desde 2006, hace casi una década que decidió darle un nuevo concepto a su local y lo convirtió en restaurante con apuestas tradicionales usando siempre el mejor producto local. Con este cambio, también sus tortillas dejaron de servirse como los famosos pinchos que habían ganado dos certámenes locales a la mejor tortilla. Alberto, además, ha concurrido a galardones nacionales y se los ha llevado en dos ocasiones. Sin embargo, todo cambia. "Yo ya no hago pinchos. Decidí que la tortilla se hacía y a los 10 minutos ya se tiene que haber consumido. No quiero que se enfríe, que pierda la calidad. Mi tortilla es perfecta para consumir en el momento", explica el cocinero sentado en su local íntimo y acogedor defendiendo esa jugosidad característica del plato.
El chef le dedica su tiempo a una tortilla que "se hace con aceite de oliva virgen extra; la mejor patata que haya en el momento, Kennebec de la zona en la época de verano, y también mucha patata agria de Xinzo de Limia cuando está perfecta en su temporada. Y ahora mismo, usamos huevos camperos de Campomayor, que es una empresa gallega que cuida mucho la alimentación de las gallinas", asegura Alberto después de rememorar aquellos tiempos en los que venía la señora Pepita con su cesta a vender los huevos caseros, hoy un hecho totalmente impensable por cantidad y por controles de sanidad. Eso sí, nada ha cambiado en el sabor y la textura de esta tortilla que regala pura felicidad a los amantes de la patata y el huevo.
"La tortilla de Betanzos tiene que llorar", dice Pepa Miranda, atenta a la sartén que tiene al fuego. Esta gallega nacida en Abegondo es toda una leyenda de la patata y el huevo. Su tortilla ha conquistado cinco premios en los últimos años y es, junto al bacalao desalado y rebozado, el plato estrella de 'Casa Miranda'. El negocio, que lo compró hace 45 años su padre, lo dirige ahora Pepa con su hijo Jorge, que atiende tras una barra cerrada ahora por la pandemia. "Antes servíamos vino a granel pero ahora es imposible", lamenta.
Aquí solo sirven pintxo de tortilla antes de las 12 del mediodía. Después hay que pedirlas enteras. Hay dos tamaños: la normal, que lleva unos 200 gramos de patata y de 10 a 12 huevos; o la grande –la favorita de Pepa–, que supera los 15 huevos. La cebolla solo bajo petición. "Para que salga rica, la patata tiene que tener consistencia, si son muy nuevas, salen muy aguadas", desvela la cocinera, que utiliza patatas viejas de Cartagena hasta que las gallegas estén preparadas. "Después hay que cortarlas finas y utilizar un buen aceite de oliva vírgen de sabor intenso. Y nada de freidora, solo sartén", dice con firmeza.
Las tortillas de Pepa tardan en hacerse exactamente 20 minutos, porque si hay algo que no le gusta a la cocinera, es dejar la patata medio hecha. "Todo se hace al momento". Los huevos son camperos –antes eran de sus propias gallinas– y los compra en la 'Yema de Oro', en Santiago de Compostela. "Además de estar ricos, tienen que dar la cara, que se vea ese color amarillo en tortilla", detalla. Ya en la mesa, la tortilla se corta con un cuchillo y se sirve con una pala, mientras el huevo se desparrama por todo el plato. "Es el momento de mayor jugosidad, después la tortilla se va secando. ¡A comer!", anima Pepa.
A su paso por Ordes, el Camino Inglés ofrece una agradable parada para reponer fuerzas y descansar: la 'Casa Rural Antón Veirás'. Una antigua casa de labranza restaurada con más de tres siglos de historia cuyos espacios invitan al sosiego y a olvidarse del reloj. Con una decoración cuidada hasta el detalle, las antigüedades y los muebles de segunda mano cobran aquí una segunda vida.
La antigua bodega de la casa alberga hoy un saloncito privado para comer, que se suma a otro más amplio y luminoso. Allí, una peregrina holandesa descarga su mochila y pide un plato de tallarines con setas, gulas y gambas. "La pasta fue uno de los platos que tuvimos que añadir a la carta porque nos lo demandaban los peregrinos para coger energía", cuenta Nuria Castro, que junto a su madre Inmaculada y su marido José Luis, dirige este acogedor alojamiento de seis habitaciones.
"A pocos metros de la casa, en la antigua rectoral de Poulo, hay un albergue de la Xunta, y son muchos los peregrinos que se acercan hasta aquí para comer. Para ellos solemos ofrecerles un menú más económico", explica José Luis, mientras sirve a una mesa de cuatro gallegos uno de los últimos platos en llegar a la carta: los langostinos crujientes en tempura con salsa rosa. Nuria y su madre son las cocineras, y entre sus hits está el cocido (que sirven solo en invierno), el pulpo en sus diferentes versiones (la cazuela con langostinos es una de sus especialidades), los pescados, como el bacalao y las truchas; y la carne gallega, entre la que destacan la croca de ternera, el chuletón o el pollo de corral (por encargo). De sus postres, imposible resistirse a sus tartas caseras.
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