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Con su coleta tirante y raya en medio, charlando con Chicho Ibáñez Serrador, del programa de cocina que el famoso realizador hizó en China, mientras preparaban unas setas con gambas al pernod. Naturalmente elegante, Elena Santoja desliza como si tal cosa el nombre en latín de la seta que se traen entre manos, pleirotus ostreatus, a la vez que deja caer con delicadeza las hermosas piezas en la cazuela.
Así era un maravilloso programa cualquiera con los que Elena Santonja llevó a la tele la cocina que hace treinta años aún vivía recluida en ámbitos bien determinados: Las cocinas particulares en las que se practicaban los recetarios de comida casera de toda la vida, cuya ejecución podía variar desde lo común a lo espléndido, y no me refiero al precio de los ingredientes, aunque también; en los obradores profesionales, entre cuyas cazuelas ya habían penetrado los aires incontenibles de renovación que nos han llevado hasta donde estamos hoy; en los ambientes de eruditos en estas cosas del comer que, desde sus tribunas en la prensa luchaban por despertar el interés en estas lides, y que, además de estudiosos eran también, casi siempre, triperos exquisitos a los que les complacía tanto comer como estudiar el hecho del comer y el origen de nuestra comida. A esta última categoría perteneció Elena Santonja y en ella desempeñó su labor a gran altura.
Con gran intuición pensó, preparó y puso en antena su programa 'Con las manos en la masa' en el momento justo en el que la tromba del interés popular en la cocina, fuera de la mesa del comedor de la casa de cada cual, comenzaba a ser desbordante. Y lo hizo muy bien. Tan bien que la mayoría de los que pudimos ver entonces los programas aún recordamos más de uno y más de dos y, desde luego, cuando oímos la sintonía de Con las manos en la masa, nos vienen a la memoria Elena Santonja y sus invitados. Por unas cosas o por otras interesaba a personas de todas las edades. Sabía sacar el jugo a los personajes para que siempre resultaran tan sabrosos como las recetas que elaboraban y transmitía el placer de cocinar productos elegidos en grata compañía.
Su programa tenía varias virtudes indiscutibles. Invitaba a participar a personas reconocidas en la sociedad por algún valor. Mientras hablaba con ellos de lo que se iba a preparar en aquella cocina de aspecto tradicional en la época y de cómo se hacía en su hogar o en la cocina, Elena Santonja les preguntaba y les hacía hablar de aquello que fuera destacable de su actividad profesional, de su vida familiar o social. A lo largo del programa intercalaba, como 'morcillas' cortas y muy claras, datos sobre los ingredientes que se encontraban a la vista en la encimera, sobre el origen de algunas costumbres culinarias y otros asuntos de interés que hasta entonces eran inauditos en un programa televisivo. Y, sobre todo, era fresco, natural, espontáneo, al menos en apariencia, y en absoluto encorsetado.
Gracias Elena Santonja. La cocina española jamás te olvidará.