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El habitual crujido de las suelas de goma sobre el suelo de tierra del parque El Retiro de Madrid se mezcla con un taconeo apresurado, que deja a su paso una estela de perfume desde la entrada de la avenida Menéndez Pelayo hasta la puerta de una casona reluciente que irrumpe la noche cerrada.
“Bienvenidos a La Sala. El espectáculo ya va a empezar”, advierten en la entrada. Con la ilusión de quien se reencontrará con el pasado (con su pasado), las agujas de sus sandalias se clavan en la moqueta roja que reviste el suelo que, un par de meses antes, no era más que plásticos, polvo y severas botas de constructor.
Tomamos asiento en la segunda fila. Enfrente, una pareja elegantísima prueba el ramen de pato y setas bajo un tenue halo de luz. Entre los clientes vibran los camareros, las bandejas vuelan por encima del hombro y el acelerado servicio funciona al compás de la reinterpretación de Bruno Mars que hace la compañía Yllana en el día en que se estrena la nueva vida del Florida Park (hoy Florida Retiro).
El telón abre y cierra espectáculos de flamenco, solos de piano y rock and roll, el mismo que Joaquín Felipe está sintiendo desde que abandonara el casco y volviera a amarrarse el delantal con la misma seguridad de un cinturón negro de judo antes de competir.
Felipe está visiblemente contento, enérgico, decidido. “Ahora todo tiene que ir ¡pum, pum, pum!”, nos dice, asegurando que el balance de esos primeros días de trabajo “es un aprobado alto”.
Los espacios de Florida Retiro –La Sala, El Pabellón, La Galería y Los Kioscos– están funcionando, reconoce, pero ahora “hay que ir cogiendo uno por uno y decir ‘a este le vamos a poner un poquito de perejil’, ‘a este un poquito de cilantro’. Mejorando, sabiendo que está yendo todo bien, con tranquilidad y flujo continuo”.
Casi 40 personas en cocina y más de 90 a cargo del servicio logran que en La Sala se ofrezca un menú cerrado de 85 euros (con jamón ibérico y foie mi cuit fuera de carta); que El Pabellón sea el sitio “de mis platos de siempre”, respetando el producto de temporada; que en La Galería haya ensaladilla, boquerones, tortilla, alcachofas; y en Los Kioscos se recree un mercado de producto democrático e informal.
“Lo que más me preocupaba era que tuviera aspecto gourmet. Creo que lo hemos conseguido: aquí el bocata es un bocata, las ensaladas son ensaladas, los pintxosson pintxos y el boquerón frito es boquerón frito”, destaca Joaquín.
Rosa, una vecina del barrio, recuerda que el Florida Park era una “típica sala de fiestas” donde vio a Rocío Jurado y a Raphael, iba a cenar y a tomar unas copas. “Esto le dará otro impulso al parque. El Florida Park había pasado de moda, así que yo me quedo con este presente”.
Ella no es la mujer de los tacones de aquel sábado por la noche, tampoco forma parte del grupo de corredores (al que el propio Joaquín pertenece). Rosa es una madrileña que vuelve al Florida a sus 66 años, tras haberlo vivido a sus treinta y pocos y con el recuerdo de Lola Flores buscando su pendiente. Porque Florida Park, como El Retiro, siempre estuvo ahí.
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