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Cae la noche y Madrid es un lamento de saxofón, un solo improvisado de piano, una voz aterciopelada emulando un scat de Ella Fitzgerald. Mientras, por la mesa acontece todo un desfile gastronómico: suculentos bocados que se adaptan a la atmosfera trémula y cócteles creativos que maridan con la música en vivo. Parece ser que, al fin, el jazz toma la palabra, y lo hace en sintonía con el placer de agasajar al estómago.
Con una frecuencia pasmosa, hoteles y restaurantes de la capital están abrazando esta tendencia. La de dar una vuelta de tuerca a su función primordial para ofrecer un nuevo concepto. Aquí ya no sólo se viene a comer o a tomar una copa. Aquí se viene sobre todo a disfrutar de un concierto intimista. Como en los orígenes de esta música de raíces negras que, a golpe de mestizaje, prendió su llama en Nueva Orleans. Como en aquellos oscuros garitos desde donde estas notas desgarradas se propagaron al resto del mundo.
El jazz ha encontrado en el fenómeno foodie su más completo aliado, la vía con la que asistir a su propio renacer. Porque este género comúnmente etiquetado como selecto, minoritario y elitista se sirve ahora de la gastronomía para tender un puente con el público. Escucharlo resulta igual de trendy que degustar el último grito culinario.
Algo hay en esta música convulsa para casar tan bien con la mesa. Y es que, pese a aquella visceralidad que señalaba Duke Ellington (“el jazz es como ese tipo de hombre que no te gustaría para tu hija”), sus notas, texturas y armonías parecen surtir ciertos efectos en las papilas gustativas. Este género (al igual que otros como la bossanova) permite la conversación sin esfuerzos entre los clientes, a los que, de manera sutil, atraviesa con sus emociones. Y con ello y con su ritmo dinámico y con su aura de distinción cultural genera un ambiente cálido, ideal para cenas y sobremesas.
Tenía que ser Madrid, tan noctámbula y canalla, la ciudad que resucitara este estilo que encarna como ningún otro la detonación de libertad. Porque a pesar de que en este país la afición ha sido siempre lánguida, en apenas un par de años los jazz-bars de la capital han visto incrementar la afluencia nada menos que un 40%. Y aunque el cierre del Colegio Mayor San Juan Evangelista (el mítico Johnny) supuso un duro golpe para la escena jazzera, los clásicos de siempre se refuerzan con una efervescencia sin límites. Sólo hay que comprobarlo a partir de los jueves: salas como el Café Central, Clamores, Café Berlín, Bogui, El Junco, El Plaza… figuran abarrotadas, con la grata novedad de que incluyen público joven. Porque el jazz también ha dejado de ser un territorio para mayores de 40.
Al hilo de este optimismo, algunos hoteles y restaurantes han incorporado espacios de encuentro donde disfrutar de propuestas tanto sonoras como gustativas. Clubs donde aunar el jazz con la gastronomía. ¿Ventajas? Muchas. Como la de ofrecer un elemento diferenciador que destaque sobre el resto o la de fidelizar a una clientela cada vez más sensibilizada con esta música. Y más ahora, seguramente, con la declaración de amor que le dedica La La Land, la película del momento.
Es lo que viene ocurriendo con el hotel AC Recoletos, cuyo Jazz Club es para muchos el templo de estos ritmos en vivo. Cada jueves, con entrada gratuita, en este elegante bar emplazado en el triángulo del arte tienen lugar conciertos en petit comité con enormes figuras del jazz mundial. Ambiente íntimo, público reducido y casi siempre alguna sorpresa, como la que dio no hace mucho el korista de Malí, Toumani Diabaté. A la luz de las velas, la música se fusiona con una cuidada carta de cócteles y algún que otro tentempié.
También Amazónico, el exótico restaurante comandado por Sandro Silva y Marta Seco (propietarios, además, de El Paraguas, Ten con Ten y Ultramarinos Quintín) alberga en su planta inferior un atrevido espacio, The Jungle Jazz Clubque ha nacido, sí, para ser testigo del jazz de calidad, pero con guiños a la cultura latina y a la selva tropical. Un lugar para reinventar a Charlie Parker, Benny Moré o Jobim; para empaparse de arrebatadores sonidos del Caribe sin salir de la calle Jorge Juan. Y mientras, claro, uno se puede entregar a una cena a la carta, con delicias como yarikahua de carabinero o tenderloin de wagyu. O a alguna de las creaciones que emanan de su coctelería amazónica.
Y el último en llegar, pero pisando muy fuerte, está en el flamante Only You Atocha. Este transgresor hotel que es ya todo un hito del lifestyle madrileño propone un paseo por la Gran Manzana desde el mismo centro de nuestra ciudad. Para ello, en colaboración con Seagram’s Gin, ha creado Seagram’s New York, una serie de experiencias para emular la vida entre rascacielos y avenidas interminables. No podía faltar el jazz, la banda sonora de Manhattan, que resuena estos jueves de invierno desde su bar sofisticado. Lo sorprendente es que lo hace a cargo de los mismos artistas que cada noche pisan el escenario del emblemático Blue Note, el prestigioso club de jazz de Greenwich Village que ha acogido a genios como Chick Corea, McCoy Tyner o Sarah Vaughan. Una ocasión perfecta para aunar un espectáculo inolvidable con los tragos y bocados más icónicos de la gastro-fashion de Estados Unidos.
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